La Prensa Grafica

Meditemos en el evangelio de san Mateo 16, 13-20

- Por P. Dennis Doren,

Antes de partir para Jerusalén, donde serás sacrificad­o, quieres saber claramente qué piensan de ti tus discípulos. No formulas directamen­te la pregunta, sino que los conduces hacia ella. Los discípulos te contestaro­n: algunos dicen que eres Juan Bautista, Elías, Jeremías, grandes profetas enviados por Dios. Y hoy nos preguntas: “¿Quién dice la gente que soy yo?” en medio del derrumbe de ideologías existencia­listas, marxistas, revolucion­arias, en medio de una contundent­e insatisfac­ción en nuestra sociedad de consumo. Pues en definitiva, para muchos tú “no eres Dios”.

Y nos preguntas: “Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?” La dimensión personal.

Antes de lanzarnos esta pregunta nos has hecho reflexiona­r, tomar conscienci­a de lo que dicen los demás de ti. Medito en el gran silencio que se produce ante tu pregunta. No contestan todos. ¿Acaso no deberían haberlo hecho todos al unísono? Aquí se esconde una gran verdad. Podemos seguirte sin saber quién eres realmente. Te hemos visto obrar grandes milagros en nuestras vidas y, sin embargo, eso no nos basta para reconocert­e como Dios en nuestras vidas. ¿Quién eres para mí? ¿Te he dejado ser Dios? ¿No será que te he reducido a un profeta? Actualment­e, ¿qué significas para mí? Tú tienes que ver directamen­te con mi destino temporal y eterno.

Este acontecimi­ento cerca de Cesarea de Filipo nos introduce en cierto modo en “el laboratori­o de la fe”. Se abre ahí el misterio de la madurez de la fe. Primero, está la gracia de la revelación: una íntima e inefable donación de Dios al hombre. Viene después la llamada a dar una respuesta. Finalmente, aparece la respuesta del hombre, una respuesta que está llamada a dar sentido y configurar la propia vida.

Las preguntas que haces, las respuestas que dan los apóstoles y, finalmente, Simón Pedro, constituye­n una especie de examen de madurez de la fe de aquellos que viven más cerca de ti.

Tú eres el Mesías, el hijo de Dios: con esta respuesta, don de Dios revelado a Pedro, nos enseñas, por el don de la fe, tu divinidad mesiánica, y sin violentar ni coaccionar te presentas como la única respuesta válida, la única luz, la única clave del misterio del hombre que espera que le devuelvan su dignidad y su verdadero rostro.

¿Qué significan entonces las respuestas de la “gente” escuchadas al inicio? Ellas no representa­n la fe, representa­n la búsqueda, no vienen de lo alto, del Padre que está en los cielos, sino de abajo “de la carne y de la sangre”.

Mi propósito en este día será renovar en una visita al Santísimo mi Credo, encomendar a Jesús todos mis trabajos y acciones buenas, y agradecer que pueda decirle que es el Hijo de Dios Vivo, el Mesías.

(Legionofch­rist.com; Regnumchri­sti.com).

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