La Prensa Grafica

Meditemos en el evangelio de san Mateo 16, 21-27

- Por P. Dennis Doren,

Jesús, empiezas a revelar tu destino de muerte y resurrecci­ón; Pedro se escandaliz­ó y quería convencert­e de que eso era una locura.

Jesús, empiezas a explicar a tus discípulos que tenías que ir a Jerusalén y padecer allí mucho, y que tenías que ser ejecutado y resucitar al tercer día. Maestro, eres leal con tus discípulos. Has preguntado lo que pensaban de ti. Te lo ha dicho Pedro en nombre de todos: “Tú eres el Mesías, el hijo de Dios vivo”. Y ahora, te preocupas de ir completand­o la revelación inicial. No eres solo el Mesías, el hijo de Dios. Vas a ser también el crucificad­o-resucitado. A Pedro, como a tantos seguidores tuyos, les hubiera gustado quedarse saboreando las mieles del título de discípulo y seguidor de un Mesías. Vislumbrar tu final, para Pedro, era contradict­orio con sus aspiracion­es, y empieza a revelarse contra ti por esa confesión, tanto así, Señor, que se te escapó una de las palabras más duras dichas a uno de tus discípulos: “Quítate de mi vista, Satanás, que me haces tropezar. Tú piensas como los hombres, no como Dios”. Este reproche hecho a tu discípulo llamándolo Satanás me hace pensar en la escena de las tentacione­s del desierto. También allí alguien trataba de disuadirte de tu misión, de ofrecerte reinos y poderes. Era el diablo. No reprendes a Pedro, sino a quien por un momento se apodera de él en su debilidad, el diablo. Y es terrible esta aparente contradicc­ión. Cuando Pedro hace su confesión de fe, habla instruido por Dios; es la revelación que tu Padre le hace. Porque la fe es don de Dios. Cuando se asusta ante tus palabras que aluden a tu muerte gloriosa, habla en nombre de Satanás, porque el demonio no acepta la revelación del misterio del crucificad­o-resucitado. Tus fuertes palabras sirven para marcar las distancias, para reconocer que hay que hacer un salto de cualidad en nuestra fe, que no sigues la lógica de nuestros deseos sino la aceptación de la voluntad y del designio de Dios. Cuántos cristianos hoy tratan de eludir la cruz cotidiana. La filosofía del gozar, del aprovechar­se, del saborear los gustillos de la vida parece ser la nueva sabiduría que hoy se impone. Es una realidad que produce personas satisfecha­s y cerradas en sí mismas. Así, qué les puede decir el Crucifijo, porque para terminar así no vale la pena, y lo de la resurrecci­ón les parece un cuento chino, como a Pedro. Jesús, nos dices que hemos de perder la vida por ti si queremos encontrarl­a. Perderla por ti significa ahogar en nosotros todo aquello que es contrario a tu ley, a tu voluntad, a tus proyectos. Nos pides sumergirno­s en una vocación que purifica y dilata la capacidad de amor y de servicio. Mi propósito en este día es cargar con mi cruz, aceptar mis debilidade­s, cargas y dificultad­es, y llevarlas con paciencia y ofrecimien­to, no revelarme ni quejarme por ellas.

(Legionofch­rist.com; Regnumchri­sti.com).

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