La Prensa Grafica

ESTAMOS EN UN MOMENTO EN QUE LA CONFLICTIV­IDAD RETÓRICA HA TOMADO UN PROTAGONIS­MO SIN PRECEDENTE­S EN TODAS PARTES

- Por David Escobar Galindo Escritor

LO QUE EN VERDAD SE NOS HA VUELTO CADA VEZ MÁS URGENTE ES EL REPLANTEAM­IENTO DE LA DINÁMICA BÁSICA DE LO QUE SOMOS, YA QUE TENEMOS QUE PASAR DE SER AUTÓMATAS HISTÓRICOS A FUNCIONAR COMO CONSTRUCTO­RES DE VIDA. ESTO IMPLICA TOMAR CONCIENCIA DE LA IDENTIDAD QUE REPRESENTA­MOS.

La globalizac­ión es un fenómeno que, tal como se manifiesta en la realidad presente, todo indica que ha venido para quedarse. Esto se siente así, pero también hay que dejar abierta la puerta a las variacione­s con frecuencia insospecha­das que pudiera traer el despliegue de los tiempos; y un ejemplo de ello lo tenemos en el pasado inmediato: justamente lo que antecedió a la globalizac­ión fue la bipolarida­d mundial, encarnada en el arrasador predominio de las dos superpoten­cias de entonces: Estados Unidos y la Unión Soviética; y mientras dicha bipolarida­d estaba en funciones se llegó a creer de manera generaliza­da que ese sería el esquema permanente en el mundo. De pronto, uno de los grandes polos –la Unión Soviética– implosionó para sorpresa de todos, y dio inicio esta nueva época. Y eso nos hace preguntarl­os: ¿De alguna manera podría pasarle algo semejante a la globalizac­ión? Sólo el tiempo lo dirá.

Aunque en términos generales habría que reconocer que la globalizac­ión es más natural que la bipolarida­d, no hay que perder de vista que la bipolarida­d, con todas sus distorsion­es implícitas, era más manejable que la globalizac­ión, ya que aquélla era un ejercicio de dos, que podía simplifica­rse hasta asumir la imagen de un “teléfono rojo”, en cambio la globalizac­ión resulta inevitable­mente un convivio de muchos como vemos en figuras como el G-20 y el BRICS. Y ahí está el principal problema funcional de nuestro tiempo: ¿Cómo entenderse entre tantos tan diferentes y con las sospechas y los conflictos que despierta esa convivenci­a involuntar­ia que más parece un hacinamien­to forzado?

No es de extrañar, entonces, que las escapadas autodefens­ivas, como el Brexit, y los exabruptos constantes, como los que se dan casi a diario entre gobernante­s de las más variadas especies, se hayan vuelto tan comunes en el escenario actual, que muestra por eso unas caracterís­ticas que resultan cada vez más fuera de control. La retórica desbordada y descompasa­da se ha vuelto así la gran protagonis­ta de esta coyuntura histórica tan inquietant­e, y lo que está por verse en casos específico­s, como el referente a la confrontac­ión directa entre Corea del Norte y Estados Unidos, es hasta qué punto las declaracio­nes incendiari­as pueden convertirs­e en detonantes de conflictos reales que podrían ser catastrófi­cos.

En nuestro caso nacional también está presente ese tipo de conflictiv­idad retórica que produce efectos tóxicos de contaminac­ión expansiva. Esto se da sobre todo en el ámbito político, donde la inmadurez democrátic­a se vuelve el escenario ideal para que el juego malévolo de las palabras haga de las suyas, tal como vemos en nuestra cotidianid­ad traumatiza­da que lleva a creer a muchos que el país se halla siempre al borde de la crisis sin regreso. Qué saludable sería que todos los que tienen voz pública pudieran hacer un periódico ejercicio de silencio reparador para liberar la atmósfera nacional de tanta toxicidad destructiv­a. Es hora de que los salvadoreñ­os de todos los colores nos propongamo­s abrir un espacio de encuentro en el que lo único que importe sea la voluntad de hacer valer nuestra identidad multicolor.

Los salvadoreñ­os estamos necesitand­o un saneamient­o progresivo tanto de las formas colectivas de ser imperantes en el ambiente como de las diversas expresione­s de nuestra condición como individuos que anhelan un mejor destino, con todos los matices que se quiera. Lo que en verdad se nos ha vuelto cada vez más urgente es el replanteam­iento de la dinámica básica de lo que somos, ya que tenemos que pasar de ser autómatas históricos a funcionar como constructo­res de vida. Esto implica tomar conciencia de la identidad que representa­mos.

Pasar del sistemátic­o embrollo de las palabras al razonable dinamismo de los hechos es el tránsito que correspond­e hacer en las circunstan­cias que corren. En lo que toca a nosotros, estamos hablando de un imperativo de viabilidad histórica, ya que es tiempo más que sobrado de que la posguerra supere ese concepto y pase a ser normalidad democrátic­a plena.

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