ESTAMOS EN UN MOMENTO EN QUE LA CONFLICTIVIDAD RETÓRICA HA TOMADO UN PROTAGONISMO SIN PRECEDENTES EN TODAS PARTES
LO QUE EN VERDAD SE NOS HA VUELTO CADA VEZ MÁS URGENTE ES EL REPLANTEAMIENTO DE LA DINÁMICA BÁSICA DE LO QUE SOMOS, YA QUE TENEMOS QUE PASAR DE SER AUTÓMATAS HISTÓRICOS A FUNCIONAR COMO CONSTRUCTORES DE VIDA. ESTO IMPLICA TOMAR CONCIENCIA DE LA IDENTIDAD QUE REPRESENTAMOS.
La globalización es un fenómeno que, tal como se manifiesta en la realidad presente, todo indica que ha venido para quedarse. Esto se siente así, pero también hay que dejar abierta la puerta a las variaciones con frecuencia insospechadas que pudiera traer el despliegue de los tiempos; y un ejemplo de ello lo tenemos en el pasado inmediato: justamente lo que antecedió a la globalización fue la bipolaridad mundial, encarnada en el arrasador predominio de las dos superpotencias de entonces: Estados Unidos y la Unión Soviética; y mientras dicha bipolaridad estaba en funciones se llegó a creer de manera generalizada que ese sería el esquema permanente en el mundo. De pronto, uno de los grandes polos –la Unión Soviética– implosionó para sorpresa de todos, y dio inicio esta nueva época. Y eso nos hace preguntarlos: ¿De alguna manera podría pasarle algo semejante a la globalización? Sólo el tiempo lo dirá.
Aunque en términos generales habría que reconocer que la globalización es más natural que la bipolaridad, no hay que perder de vista que la bipolaridad, con todas sus distorsiones implícitas, era más manejable que la globalización, ya que aquélla era un ejercicio de dos, que podía simplificarse hasta asumir la imagen de un “teléfono rojo”, en cambio la globalización resulta inevitablemente un convivio de muchos como vemos en figuras como el G-20 y el BRICS. Y ahí está el principal problema funcional de nuestro tiempo: ¿Cómo entenderse entre tantos tan diferentes y con las sospechas y los conflictos que despierta esa convivencia involuntaria que más parece un hacinamiento forzado?
No es de extrañar, entonces, que las escapadas autodefensivas, como el Brexit, y los exabruptos constantes, como los que se dan casi a diario entre gobernantes de las más variadas especies, se hayan vuelto tan comunes en el escenario actual, que muestra por eso unas características que resultan cada vez más fuera de control. La retórica desbordada y descompasada se ha vuelto así la gran protagonista de esta coyuntura histórica tan inquietante, y lo que está por verse en casos específicos, como el referente a la confrontación directa entre Corea del Norte y Estados Unidos, es hasta qué punto las declaraciones incendiarias pueden convertirse en detonantes de conflictos reales que podrían ser catastróficos.
En nuestro caso nacional también está presente ese tipo de conflictividad retórica que produce efectos tóxicos de contaminación expansiva. Esto se da sobre todo en el ámbito político, donde la inmadurez democrática se vuelve el escenario ideal para que el juego malévolo de las palabras haga de las suyas, tal como vemos en nuestra cotidianidad traumatizada que lleva a creer a muchos que el país se halla siempre al borde de la crisis sin regreso. Qué saludable sería que todos los que tienen voz pública pudieran hacer un periódico ejercicio de silencio reparador para liberar la atmósfera nacional de tanta toxicidad destructiva. Es hora de que los salvadoreños de todos los colores nos propongamos abrir un espacio de encuentro en el que lo único que importe sea la voluntad de hacer valer nuestra identidad multicolor.
Los salvadoreños estamos necesitando un saneamiento progresivo tanto de las formas colectivas de ser imperantes en el ambiente como de las diversas expresiones de nuestra condición como individuos que anhelan un mejor destino, con todos los matices que se quiera. Lo que en verdad se nos ha vuelto cada vez más urgente es el replanteamiento de la dinámica básica de lo que somos, ya que tenemos que pasar de ser autómatas históricos a funcionar como constructores de vida. Esto implica tomar conciencia de la identidad que representamos.
Pasar del sistemático embrollo de las palabras al razonable dinamismo de los hechos es el tránsito que corresponde hacer en las circunstancias que corren. En lo que toca a nosotros, estamos hablando de un imperativo de viabilidad histórica, ya que es tiempo más que sobrado de que la posguerra supere ese concepto y pase a ser normalidad democrática plena.