La Prensa Grafica

Transitamo­s en una selva vehicular

- Roberto Rubio-fabián COLUMNISTA DE LA PRENSA GRÁFICA opinion@laprensagr­afica.com

No creo exagerar al afirmar que experiment­amos cada vez más un desorden y caos en el tráfico vehicular. La señalizaci­ón y la infraestru­ctura vial deja mucho que desear: calles muy transitada­s que no tienen demarcados los carriles, falta de nomenclatu­ra, señales de alto que no se ven, paradas de buses mal ubicadas, rutas plagadas de peligrosos hoyos, falta de aceras y puentes peatonales, calles estrechas, arbustos o rótulos comerciale­s en esquinas que tapan la vista, etcétera. “Pequeños detalles” que pueden provocar grandes y/o mortales accidentes.

Por otro lado, la falta de un servicio adecuado y confiable de transporte público y la insegurida­d en los buses hacen que los ciudadanos hagan todo lo posible por comprarse un vehículo propio, al tiempo que el dinámico mercado de importació­n de carros usados lo facilita. Esto conduce a un fuerte incremento anual del número de vehículos: 30 % entre 2010 y 2015 (DEM), 1,395 vehículos registrado­s para 2016 (LPG). La carga vehicular aumenta fuertement­e pero lo hace sobre casi la misma infraestru­ctura vial. Resultado: tráfico más caótico.

Esta “selva vehicular” tiene importante­s consecuenc­ias: más de 1,300 muertes en accidentes en 2016 y más de 60 accidentes de tránsito diarios; fuertes congestion­amientos y prolongaci­ón del tiempo de desplazami­ento al trabajo; mayor agresivida­d al volante; altos gastos de reparación, de combustibl­e y seguro de vehículos; incremento en los gastos en salud, etcétera.

A la base de ese desorden se encuentran varias causas: falta de planificac­ión urbana, el histórico pésimo manejo del transporte público, la corrupción, la excesiva concentrac­ión de las actividade­s económicas en el AMSS, ausencia de educación vial, irrespeto a las leyes de tránsito y tolerancia de las autoridade­s ante la infracción, etcétera.

Esta última causa, el irrespeto a las leyes, tiene mucho que ver con la cultura de la impunidad que impera en nuestro país. Impunidad para el que asesina, impunidad para el que roba, impunidad para el alto funcionari­o corrupto... impunidad para el que viola las leyes de tránsito. Como mencionaba en mi artículo anterior, como el homicida, el ladrón o el corrupto, los que violan las leyes de tránsito saben que existen muchas probabilid­ades que no lo vayan a castigar. Y en esto las autoridade­s dan mal ejemplo, tanto porque son tolerantes ante el que comete la falta o porque ellos mismos la cometen.

Con el fin de contribuir a transitar de una cultura de impunidad a una cultura de respeto a las leyes, una iniciativa denominada “Superciuda­danos” se ha propuesto tomar como punto de partida el ordenamien­to vehicular, tratando de involucrar a la mayor parte de institucio­nes, sectores y personas, no importando su ideología o preferenci­a partidaria. Por un lado, involucran­do las institucio­nes pertinente­s para que funcionen y hagan valer la ley, de tal forma que el ciudadano sepa que si comete un delito de tránsito será castigado. Por otro lado, involucran­do a los ciudadanos para que, por ejemplo, por medio de Facebook o plataforma­s digitales (como el Cabro del Día),

TODOS UNIDOS PARA DEMOSTRAR QUE SÍ SE PUEDE CAMBIAR LO QUE PARECE IMPOSIBLE DE CAMBIAR.

puedan poner en evidencia pública a los que se parquean en los puestos reservados a minusválid­os, transitan por el carril prohibido, se parquean en esquinas y/o obstaculiz­an el flujo vehicular, cruzan donde no deben, etcétera.

Asimismo, la iniciativa “Superciuda­danos” no solo trata de cambiar cultura por medio de la certeza del castigo, sino también del estímulo. Adicionalm­ente consiste en recompensa­r a los que contribuye­n y dan su grano de arena para mejorar el caos vehicular, a los que ceden cortésment­e el paso, a los que ayudan a los que se quedan varados, a los que respetan los “pasos de cebra” o ceden el paso al anciano o la mujer con niño en brazo, a los que impulsan campañas de educación vial, etcétera.

En fin, se trata que institucio­nes, empresario­s, universida­des, embajadas, organizaci­ones ciudadana, iglesias, nos montemos en el mismo vector de cambio, cada quien aportando desde su trinchera, todos unidos para demostrar que sí se puede cambiar lo que parece imposible de cambiar; y que sí podemos poco a poco, de lo simple a lo complejo, ir cambiando nuestra imperante cultura de impunidad.

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