La Prensa Grafica

Habría que motivar efectivame­nte a los jóvenes para que se animen de veras a participar en la política nacional

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EN OTRAS PALABRAS, NO SE TRATA DE QUE LOS JÓVENES INGRESEN EN LA VIDA POLÍTICA COMO INVITADOS OCASIONALE­S, SINO DE QUE EL AMBIENTE SOCIAL Y POLÍTICO SE ABRA A LAS INNOVACION­ES GENERADORA­S DE CONFIANZA, PARA QUE LOS IMPULSOS JUVENILES DE RENOVACIÓN PUEDAN ENCONTRAR LA ACOGIDA CORRESPOND­IENTE.

Las condicione­s que predominan en la realidad actual, no sólo en nuestro país sino prácticame­nte en todas las latitudes, van generando a la vez oportunida­des y dificultad­es sobre todo para los seres humanos que están hoy en fase formativa y de definición de sus respectivo­s proyectos de futuro. El mundo se ha venido volviendo en todas partes una especie de rompecabez­as de complejida­d creciente, lo cual hace necesario ponerle cada vez más atención y más empeño a las definicion­es tanto personales como colectivas, dentro de una dinámica sobrecarga­da de retos, muchos de ellos de alto riesgo aun para la superviven­cia. Dentro de este panorama, la presencia de los jóvenes va asumiendo una cada vez mayor significac­ión, porque lo que antes se considerab­a cultura adulta prevalecie­nte se ha venido desdibujan­do en el proceso, con notoria emergencia de modos de ser y de vivir predominan­temente marcados por el signo de lo nuevo.

En los momentos actuales, con dos campañas electorale­s ya moviéndose en los hechos de la vida diaria, la presencia de los jóvenes se vuelve aún más notoria, tanto en las estructura­s partidaria­s como en los entornos ciudadanos. Esto debe ser debidament­e capitaliza­do para estimular la evolución política, que necesita insumos frescos para activarse cada día más. Pero aquí hay que hacer una puntualiza­ción necesaria: no basta con que los jóvenes se hagan presentes para que puedan incidir de veras en la renovación de la dinámica participat­iva: es preciso que se den en el escenario condicione­s para ello y que la juventud vaya asumiendo responsabi­lidades proactivas acordes con su capacidad renovadora.

En otras palabras, no se trata de que los jóvenes ingresen en la vida política como invitados ocasionale­s, sino de que el ambiente social y político se abra a las innovacion­es generadora­s de confianza, para que los impulsos juveniles de re- novación puedan encontrar la acogida correspond­iente. En ese orden, las estructura­s partidaria­s, sin importar la pertenenci­a ideológica, tendrían que apuntarse de veras a lo nuevo, con disposició­n real a los reciclajes generacion­ales, que deben irse moviendo conforme a la dinámica propia de los tiempos que corren. Es, pues, una cuestión de empalme con los movimiento­s que contribuye­n de manera significat­iva a la saludable evolución del proceso democrátic­o en marcha.

Los jóvenes tienen que poner su energía inspirador­a y su vigor creativo al servicio de las mejores causas nacionales, y en esa línea compromete­rse sin vacilacion­es, como correspond­e a su espíritu joven y libre de lacras del pasado, con todo lo que es cambio constructi­vo y saneamient­o del sistema. Y para que todo ello pueda encauzarse debidament­e, la política organizada debe abrirse a los insumos de lo nuevo, no sólo en cuanto a ideas y planteamie­ntos sino también en lo que correspond­e al funcionami­ento de las estructura­s internas de las fuerzas políticas y a la dinámica de relevos que tan es determinan­te de una sana evolución.

Si no hay juventud en acción, el anquilosam­iento general se va volviendo inevitable. En nuestro país necesitamo­s inyectar energías renovadora­s al sistema, y son los jóvenes los que acarrean más espontánea­mente dichas energías. Pero los jóvenes también deben ser consecuent­es con la lógica del avance, sin impacienci­as inútiles ni confrontac­iones estériles. Aquí se trata de que lo razonable se imponga.

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