LA MISTERIOSA DESAPARICIÓN DE KATHIA
Óscar habla por teléfono mientras mira fijamente la fotografía de una sonriente muchacha que tiene entre sus manos. Está sentado en una banca de madera, frente a una piscina y con el sonido del vaivén de las olas a pocos metros. Está en este rancho privado de la playa San Diego, en La Libertad, donde hace 46 horas desapareció su hija Kathia, esa que sonríe en la foto. El rancho es pequeño, pero a él le parecía acogedor. Por eso, dice, lo escogió el domingo pasado para celebrar el Día del Niño. Una salida que terminó cuando Kathia se ausentó unos minutos del grupo familiar y desapareció.
Óscar Rivera decidió que él y su familia pasarían el fin de semana juntos, pese a que le tocó trabajar hasta la madrugada y que no tenía suficiente dinero porque aún no había cobrado por el pedido que acaba de entregar. El domingo, por la mañana, planearon una salida a la playa, acordaron ir a aquel rancho en San Diego que tenían varios días de no visitar. Un lugar que ya habían frecuentado antes. Les pareció un buen plan: barato y no tan retirado de Quezaltepeque, donde residen.
Pese a no tener suficiente dinero, Óscar y su compañera de vida, que no es la madre de Kathia, pensaron en extender la invitación a compañeros de estudio de la adolescente y de sus otros dos hijos (otra joven y un niño), pero todos decidieron que esta vez no habría más acompañantes.
Los cinco llegaron al rancho a las 12:30 de la tarde aproximadamente. Estacionaron el vehículo adentro del establecimiento, muy cerca del portón principal y se instalaron en una mesa, cerca de la piscina. Se cambiaron de ropa y salieron a la playa por un portón de madera que da primero a una estancia cubierta de grama y rodeada de palmeras. Es un área protegida por un cerco perimetral. Luego, regresaron a la piscina donde también se bañaron y tomaron fotografías. Así pasaron hasta las unos minutos antes de las 4 de la tarde.
Según recuerda Óscar, a esa hora Kathia, de 15 años, se salió de la piscina y se fue al baño, ubicado a unos 10 metros. “Ella quería broncearse, pero cuando vio que habían más personas, prefirió ponerse una blusa. Es una niña muy penosa”, recuerda el padre de la joven, mientras sostiene la fotografía de su hija entre los dedos.
Kathia regresó del baño y su hermana la recibió con un reproche: “¿Por qué traes ese papel así?”, cuenta Óscar, quien recuerda que él también hizo un comentario a su hija.
—No puedo ser libre, dijo la adolescente, mientras estiraba los brazos y se alejaba del grupo. Y se fue, según ellos, al vehículo porque ahí llevaban la ropa.
Esa fue la última vez que vieron a Kathia. Eran, dice Óscar, entre 3:45 y 4:05 de la tarde del domingo 1 de octubre. Cuando pasaron los minutos y Kathia no regresó, salieron al vehículo, pero no la encontraron. Solo hallaron la ropa que la joven se pondría.
Óscar, su pareja, los dos niños, la persona que cuida el rancho y la otra familia que estaba en el lugar (que no pasaban de otras cinco personas y a quienes Óscar no conoce) salieron en busca de la joven.
El primer lugar donde preguntaron fue en el puesto de la Policía Nacional Civil (PNC) de San Diego, que está justamente a la par del rancho de donde desapareció Kathia. El agente que los atendió, según Óscar, les dijo que no podía ayudarles porque no habían pasado 24 horas de la desaparición de la joven. Esa suele ser la respuesta que los familiares de personas desaparecidas reciben en las sedes policiales en las horas inmediatas a la desaparición.
Luego, preguntaron en los demás ranchos, en las tiendas y a otros turistas que llegaron ese domingo a la zona; pero nadie vio nada, nadie dio detalles de la muchacha.
La única persona, fuera del rancho, que dice haber visto a la joven es una señora que vende comida y tortillas en un local cercano. Ella les dijo a los familiares que vio a la joven en dos ocasiones como a las 4 de la tarde. En ese lapso la vio salir a la puerta del rancho. Y en eso momento, según comentó la mujer, no le pareció raro, pues los turistas salen
a comprar a las tiendas cercanas.
UNA BÚSQUEDA A SOLAS
Óscar ha comenzado a recorrer el vía crucis que pasan las familias de los desaparecidos en El Salvador. Lo que encontró primero fue la desidia de los policías de la zona, pese a que el puesto policial está a la par del rancho donde ocurrió la desaparición de la joven y luego, según otra pariente de Kathia, también se enfrentaron con el prejuicio en algunos agentes de que la adolescente “quizás se fue con su propia voluntad con alguien”. La familia no encuentra una explicación para esta última aseveración, porque la señora que dice haberla visto parada en la puerta del rancho no la vio abordar un vehículo. Al no encontrar respuesta rápida en la PNC, la familia de Kathia se fue a la sede de la Fiscalía General de la República (FGR) de Zaragoza. Ahí, habló con los fiscales y le prometieron ayuda. Sin embargo, la Fiscalía ha dicho en ocasiones anteriores que se les dificulta tomar las denuncias de personas desaparecidas porque el hecho en sí no es considerado como delito en la legislación nacional. La FGR busca una modificación al Código Penal para que se incorpore la figura de desaparición forzada, tal como se considera en la Convención Interamericana sobre Desaparición Forzada de Personas. Por ahora, El Salvador no cuenta con una ley que apoye con un protocolo de atención para familias que buscan a sus seres queridos. De acuerdo con la FGR, hasta marzo pasado habían recibido 588 denuncias de personas desaparecidas en el país. En 2016, recibieron un total de 3,330. Óscar está este martes en el rancho donde vio por última vez a su hija Kathia. Ha regresado después de difundir la información de búsqueda de su hija en redes sociales. Está con su compañera de vida y un grupo de fiscales para revisar las cámaras de establecimientos vecinos. Tiene, dice, esperanza de encontrar alguna pista. Más temprano, el encargado del puesto policial hizo lo mismo. Se enteró de la desaparición de Kathia en su casa porque estaba de licencia; pero ahora, se subió a la única patrulla que tienen para recorrer la zona. Pidió ver las imágenes que pudo haber captado la cámara del rancho que está ubicado frente al rancho donde desapareció Kathia, pero el equipo está ubicado de tal forma que solo apunta hacia la puerta del establecimiento, por lo que no tiene el rango suficiente para grabar lo que ocurre en la calle donde vieron por última vez a la joven. El otro rancho, ubicado a unos pocos metros, siempre en la línea de la playa, también tiene una cámara que apunta hacia quienes llegan sobre la calle principal. Tras conseguir el permiso del dueño, los fiscales verifican que solo tiene contenido grabado hasta el 21 de septiembre pasado. Ahí tampoco hay rastros de Kathia. El jefe policial está convencido de que a Kathia no la raptó nadie. No tiene una explicación firme, pero asegura que el lugar “es tranquilo” porque han logrado establecer una red de vigilancia comunitaria. “Había pandillas hace unos años, pero ahora ya no porque la misma gente se encarga de denunciar si ve a alguien extraño”, aseguró, convencido de que esa no es una posibilidad. Óscar regresó ayer de San Diego sin respuestas y solo con la promesa de que fiscales y policías le van a avisar si saben algo. Por ahora, solo tiene el apoyo de su compañera de vida y poder aferrarse a la foto sonriente de Kathia que carga en las manos.
“No entendemos qué pudo haber pasado. Kathia es una niña tranquila que no tiene ni redes sociales. Solo la perdimos de vista unos minutos para que se fuera a cambiar y ya no lo volvimos a ver”.
ÓSCAR RIVERA,
PADRE DE KATHIA.