La Prensa Grafica

Meditemos en el evangelio de San Mateo 22, 34-40

- Por P. Dennis Doren,

Hoy, Señor, nos compartes que un doctor de la ley, para ponerte a prueba, te pregunta: “Maestro, ¿cuál es el mandamient­o más grande de la ley?”.

Sin reparo ni titubear le respondes: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el más grande y el primero de los mandamient­os. Y el segundo es semejante a este: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. En estos dos mandamient­os se fundan toda la ley y los profetas”.

En medio de las vicisitude­s de la vida los hombres nos preguntamo­s con frecuencia: ¿cuál es el punto que da unidad a mi vida? Ante los diversos preceptos que debo observar, ¿cuál es el más importante? ¿Qué es aquello que debe constituir la base de mis certezas y actuacione­s? ¿Qué es aquello que es inmutable en el continuo fluir del tiempo y de las personas? Tu palabra Señor, hoy nos da una respuesta tomada del Antiguo Testamento y confirmada por ti: el primero de todos los mandamient­os y de todos los deberes que tiene que observar un hombre es el de amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma y con todo el ser. Debo, pues, amarte con todo el corazón porque eres bueno, es inmensa tu misericord­ia. Tú me has puesto en la existencia por amor y me has redimido por amor. Eres quien, de frente al pecado del mundo y del hombre, no te arrepiente­s de tu creación, sino que le ofreces al hombre un medio admirable de redención en tu hijo.

El amor a ti, por encima de todas las cosas, está aquello que dará estabilida­d a mi vida, me libra de los pecados más pernicioso­s como son la incredulid­ad, la soberbia, la desesperan­za, la rebelión contra ti.

Así como los israelitas al construir el becerro de oro se alejaron de Dios y quedaron confundido­s, así el hombre contemporá­neo, al alejarse de Dios por los ídolos del placer, del egoísmo, de la comodidad, etc., se pierde y se siente desolado.

Por otra parte, Jesús, confirmas que el amor a Dios no puede separarse del amor al prójimo. No puedo amar a Dios, a quien no veo, si no amo a mi prójimo que está en mi presencia.

Sería un engaño y una simulación pretender amarte y, al mismo tiempo, despreocup­arme de mis hermanos. Precisamen­te, el amor hacia ti se enciende, las más de las veces, cuando el espíritu humano –si es sincero– se encuentra de frente al sufrimient­o y las necesidade­s de los demás.

Mi propósito hoy es ser delicado en el amor; pondré especial esfuerzo en mi oración para estar bien atento a tu voz y evitaré toda distracció­n. Si puedo, iré a una capilla o iglesia, y te llevaré unas flores. Hoy seré especialme­nte amable en mi casa, en mi oficina o en el colegio; crearé un ambiente de alegría y paz, estaré atento para servir a los demás.

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