La Prensa Grafica

Meditemos en el evangelio de san Mateo 25, 14-30

- Por P. Dennis Doren,

Señor, este día nos adviertes de la fugacidad de la existencia terrenal y nos invitas a vivirla como una peregrinac­ión, manteniend­o la mirada en la meta, en ti, que nos has creado. En la parábola de los talentos, Jesús, relatas la historia de tres siervos a los que el amo, en el momento de partir para un largo viaje, les confía sus fondos. Dos de ellos se comportan bien porque hacen fructifica­r el doble los bienes recibidos. El tercero, en cambio, esconde el dinero recibido en un agujero. Al volver a casa, el amo les pide cuentas de lo que les había confiado y, mientras se complace con los dos primeros, se queda desilusion­ado con el tercero. Aquel servidor que mantuvo escondido el talento sin revaloriza­rlo hizo mal sus cálculos: se comportó como si su amo ya no fuera a regresar. Jesús, quieres enseñar a tus discípulos a usar bien sus dones: llamas a cada hombre a la vida y le entregas talentos, confiándol­e al mismo tiempo una misión que cumplir.

Un reo que iba a ser ejecutado fue presentado al rey; la reina intercedía por él, pero la ley fijaba que, si no pagaba la cantidad señalada para su rescate, no había absolución. El rey dio de su tesoro la mitad del precio estipulado, la reina una cantidad inferior, y los magistrado­s de la población añadieron cuanto pudieron, pero... faltaban tan solo tres talentos. La sentencia iba a ejecutarse cuando se sugirió la idea de que tal vez el reo tenía alguno; se le registró y se vio que tenía justamente las tres monedas que faltaban. Quedó libre. Para alcanzar la salvación no basta la infinita misericord­ia de Dios ni la intercesió­n de la santísima Virgen y de los santos; hace falta nuestra cooperació­n, aunque sea tan poca cosa como los tres talentos.

Ayúdame, Señor, a tener la sensatez de ver que me has dado unos talentos, a tener la capacidad de reconocerl­os. Todo lo que somos, todo lo que tenemos, de una o de otra forma lo hemos recibido de ti. Cuántas gracias, dones, la fe, el amor, la esperanza, el don de la eternidad, etc. El talento de la vida: hacer crecer este talento, de forma armónica espiritual, humana, intelectua­l; es el mayor talento que tengo, y debe brotar en mi corazón una actitud de agradecimi­ento. El talento de la propia vocación, matrimonia­l y de consagraci­ón: es el otro gran talento que yo tengo que descubrir y hacerla crecer, esto significa renovarla todos los días. Nuestro deber es vivir nuestra vocación desde el amor y manifestar­la con la dignidad que tú quieres. El talento de nuestro cristianis­mo: los valores, el patrimonio espiritual y humano, las virtudes y principios que nos has dejado.

Mi propósito hoy, Señor, es ver cómo estoy invirtiend­o mis talentos: mis cualidades, mis bienes espiritual­es y materiales, mi tiempo, y tomar conciencia de que de ellos tendré que darte cuentas. La respuesta que dé es la condición para entrar en el Reino de los Cielos.

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