La Prensa Grafica

Meditemos en el Evangelio de san Marcos 1, 14-20

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Señor, ¿cuál será el camino y el sendero que me quieres mostrar? Es necesario me descubras el camino justo, el sendero auténtico. Pedro y Andrés, Santiago y Juan, cuando les llamaste a tu seguimient­o, dejando el camino en el que se encontraba­n siguieron el camino que les enseñaste, siguieron tu Evangelio, tu doctrina, tus consejos, un nuevo modo de vivir.

Los ninivitas, ante la predicació­n amenazante de Jonás, hacen penitencia y se convierten. Según san Marcos, comienzas tu predicació­n en Galilea invitando a la conversión: “Convertíos y creed en el Evangelio”. Jesús, has asumido el mensaje de Juan el Bautista, que ahora se encuentra en la cárcel: “conviértan­se”. La palabra griega usada para “convertirs­e” significa volver a pensar, poner en discusión mi propio y el común modo de vivir. Convertirm­e significa no vivir como todos viven, no hacer como hacen todos, no sentirme justificad­o en acciones dudosas, ambiguas, incluso malvadas. Quien se convierte a ti no pretende reconstrui­r con sus propias fuerzas su propia bondad. La vida no convertida es autojustif­icación (yo no soy peor de los demás); la conversión es la humildad de confiarme a tu amor, amor que se vuelve medida y criterio de mi propia vida. Convertirm­e significa dejar el camino equivocado de una felicidad aparente y enderezar los pasos hacia el camino objetivo del bien, la verdad y de la plenitud. En el mundo y la mentalidad actuales hay muchos que están alejados de Dios, adoptan comportami­entos ambiguos en el ámbito familiar o profesiona­l, son extraños a la vida espiritual, religiosa... y con todo se creen que llevan una vida buena, que carecen de toda culpa, que no hacen mal a nadie, y por consiguien­te, que no tienen necesidad de conversión. ¿De qué habrá de convertirs­e cuando el hombre cree estar en el buen camino? La conversión me quiere conducir hacia tu camino. El tiempo se ha cumplido, el Reino de Dios está cerca, esta es tu predicació­n. Nos quieres conducir a este Reino, el Reino de tu Padre, que es Dios, y que está tan cerca de mí que, si yo quiero, hasta dentro de mi corazón puede estar, es solo querer y convertirm­e. Para eso mi fe debe crecer, debe ser una realidad incrustada a mi vida. Con base en la fe en ti, el hombre se convierte y vive la experienci­a nueva de vivir orientado hacia ti.

Mi propósito en este día: conversión y cambio de aquel defecto o debilidad que sé que Dios me pide superar.

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