La Prensa Grafica

¡Me verás morir de pie!

- POR ANA MARÍA HERRARTE Country President de Ipsos Herrarte

En los últimos meses he tenido que enfrentar algunas situacione­s complejas que me han obligado a tomar decisiones difíciles, lo que ha afectado desfavorab­lemente mi bienestar personal y hasta mi paz mental, a tal grado que he tenido que buscar fuentes de motivación que me ayuden a superar este estado para seguir adelante con el ánimo de siempre.

Era yo una jovencita, no recuerdo bien si estaba por terminar el bachillera­to o estaba por iniciar la universida­d, en la época de los setenta, cuando mi papá –de quién segurament­e heredé ese inquebrant­able deseo de superación– tomó un curso Dale Carnegie, de los que eran tan famosos en esos tiempos; y llevó a la casa el material que le habían dado. Era un fólder negro, pequeño, de anillos a los que se les pueden sacar las páginas. Lo revisé y ahí me encontré un poema que se convertirí­a en mi motivación para el resto de mi vida, él me permitió quedármelo. Perdí la cuenta de las veces que lo leí, pero en el último traslado de oficina se me desapareci­ó. No puedo decir que se me perdió porque sé que debe estar en una de esas cajas de tesoros olvidados que muchos guardamos. Hace algunos años lo comenté con un amigo, quien hizo algo que no sé porque no lo había hecho antes yo; lo buscó ya se imaginan adonde, en el internet. ¡Ahí estaba! Es de autor desconocid­o, pero le bastó poner en Google unas frases que yo recordaba para encontrarl­o.

Desde entonces he vuelto a leerlo muchas veces y en momentos como este, aún más. Puedo pensar que no soy la única que de vez en cuando necesita motivarse y por eso quiero compartir mi poema –creo que pocos lo conocen– con el deseo de que a alguien más le sea de utilidad.

Vida absurda, insensata. No me importa que me hieras, muchas veces me has golpeado. Pero a pesar de los golpes que arterament­e me has dado, no has conseguido abatirme.

Y, en esta batalla fiera, muchos lances te he ganado, y ya lo ves, sigo firme, y ya me ves, sigo entera.

Soy como un árbol gigante que en la fronda de sus ramas mil sueños han cobijado. Tú, con tus garras avaras, muchos me has arrebatado, más no te sientas triunfante, porque algunos ¡los más bellos! a pesar de tu codicia han salido adelante.

La savia que me sustenta, mezcla de orgullo y de casta, me mantiene siempre erguida. Tú, con tus cómplices viles, las traiciones, las mentiras y las cobardías, las ramas de mi esperanza con saña feroz desgajas ¡Más son vanos tus empeños! pues ni así lograrás vencerme, pues si una rama me arrancas, mi savia, fecunda y fuerte hace surgir nuevos brotes, que suplen la rama inerte.

Es cierto, que cada invierno mi fronda se irá agotando. Que las aves de mis sueños harán más quieto su canto. Y aunque por ley natural algún día, moriré ¡Será por subir más alto! Con las ramas como alas que se tienden rumbo al cielo y el placer de doblegarme, ni ese día te daré. Porque, al igual que los árboles: ¡Me verás morir de pie!

Aunque, como ya antes lo mencioné, el autor es desconocid­o, por algunas palabras puedo sospechar que fue escrito por una mujer y mi imaginació­n vuela tratando de descubrir cómo era esa mujer, y en qué condicione­s se encontraba cuando lo escribió; así cómo cuál fue su motivación de hacerlo. Me la imagino fuerte y determinad­a, pero quizás demasiado sufrida.

Debo confesar que cuando lo leí la primera vez y por muchos años no reparé en que el autor, es decir la autora, pareciera estar “peleada con la vida”, tal vez fue porque todavía me hacía falta vivir más para formarme mi propio criterio sobre la vida. Ahora, casi 40 años después, puedo decir que no considero que sea absurda e insensata, por el contrario tengo una especial gratitud por todo lo que me ha dado y le he prometido que ¡me verá morir de pie!

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