¿Qué nos espera a los salvadoreños en los años que vienen, a la luz de las experiencias acumuladas?
La ficción ególatra, que nunca dejará de merodear en los ánimos de los que ejercen poder, debe ser puesta bajo control; y esa tarea, ya que no la han hecho ni la hacen las fuerzas políticas, la está cumpliendo por fortuna, con puntualidad ejemplar, la ciudadanía consciente.
Quizás por primera vez en nuestro desenvolvimiento histórico los salvadoreños estamos enfocando el futuro como una misión por realizar. A lo largo del tiempo, lo que ha prevalecido entre nosotros ha sido el dejarnos llevar por el vaivén de las circunstancias, sin ponerles atención a las posibilidades y a las limitaciones que nunca han dejado de existir. Hoy, cuando la realidad está mostrando un variado mosaico de tareas pendientes, no sólo aquí sino en todos los puntos visibles del mapamundi, ya nadie puede escapar a las demandas de una realidad que en tanto más se globaliza más se individualiza, como lo vemos por doquier, sin que el desarrollo o la falta de desarrollo puedan habilitar las diferencias que antes se consideraban abismales e insuperables.
Los salvadoreños tenemos hoy una oportunidad histórica sin precedentes. Tal oportunidad no es un regalo gracioso sino un reto de alto riesgo: darle a nuestras opciones de futuro el tratamiento que corresponde desde la plataforma de los tiempos presentes, que se caracterizan por su ventilación liberadora y por su concentración introyectiva. Estamos, pues, en una era en que los contrastes ganan protagonismo revelador. Esto significa que hay que ir innovando en todo para no quedarse al margen del fenómeno real, cuyas fuerzas motoras están más vivas que nunca. Esto nos exige a todos dejar el conformismo en el baúl de los objetos inútiles y dedicarle toda la atención a la vitalidad creativa en crecimiento.
Lo primero que tendrían que hacer los que compitan para el cargo de Presidente de la República durante el período 2019-2024 es reconocer la realidad actual del país como el único escenario de la gestión venidera. Este reconocimiento tiene que ser minucioso, realista y a fondo, como nunca antes se ha hecho, porque la problemática nacional ya no admite ojeadas superficiales. Esto lo decimos como un requisito de funcionalidad y de gobernabilidad, que son los factores que más fallan en las circunstancias actuales. El referido fallo no es producto de dichas circunstancias sino efecto del manejo insuficiente o equivocado de las mismas. Por consiguiente, lo que hay que asegurar es que el próximo gobernante sea un estratega en todo sentido.
Tal condición no depende de las fidelidades ideológicas ni de los planteamientos políticos que se pongan en juego: el que aspire a llegar tiene que tener claro, desde ya, que está capacitado para desempeñarse conforme a lo que la situación le demanda y dispuesto a hacerlo de manera seria y desprejuiciada. Con lo que venimos diciendo queda claro que la personalidad de quien gobierne tiene que estar a la altura de los retos por enfrentar. La ficción ególatra, que nunca dejará de merodear en los ánimos de los que ejercen poder, debe ser puesta bajo control; y esa tarea, ya que no la han hecho ni la hacen las fuerzas políticas, la está cumpliendo por fortuna, con puntualidad ejemplar, la ciudadanía consciente.
Gobernar en los años que vienen será, sin duda, una labor que demandará todas las energías de la sociedad y de la institucionalidad, y no tanto por lo que acarrea la dinámica evolutiva de los tiempos, que de por sí es altamente comprometedora, sino por el retraso que llevamos en adaptarnos funcionalmente a los ritmos de tal dinámica. Es preciso no sólo apurar el paso sino, sobre todo, hacer que la marcha deje de ser mecánica para pasar a ser autoconsciente. La política nunca es un itinerario a merced de los caprichos y de los intereses de los que en ella intervienen, por poderosos que sean o que crean ser. Esa percepción infantiloide hay que ponerla a un lado, para entrar de veras en la ruta de las responsabilidades consistentes.
Queremos y necesitamos un Gobierno que enfrente todos los retos que recibirá y que le vienen con lucidez y con sensatez, como corresponde a una gestión democrática bien vivida. Y mucho dependerá del liderazgo que esté al frente de dicha gestión. En tal sentido, los ciudadanos tenemos que elegir sin derecho al error ni refugio en la indiferencia. La suerte del país y de sus nacionales es lo que está en juego. Recordémoslo cada día.