Solemnidad Domingo de Pentecostés. San Juan 20. 19-23.
Me sitúo en la tarde de Pascua, Jesús estás en el cenáculo y soplas sobre tus discípulos y les dijo: “Recibid el Espíritu Santo”. Este soplo tuyo, evoca el gesto de Dios que, en la creación, «sopló sobre el hombre, hecho de polvo del suelo, un aliento de vida, y resultó el hombre un ser viviente» (Gn 2,7). Con aquel gesto vienes a decir, que el Espíritu Santo es el soplo divino que da vida a la nueva creación, como dio vida a la primera creación. «Envías tu soplo y son creados, y renuevas la faz de la tierra» [Sal 103,1-34. Ndr].
Medito en los frutos de la venida del Espíritu Santo:
la paz a vosotros: “Shalom”. El primer mensaje que Jesús resucitado pronuncia es la palabra hebrea «¡Shalom, paz a vosotros!».
«La expresión shalom no es un simple saludo; es mucho más: es el don de la paz prometida, conquistada por ti, Jesús con el precio de tu sangre, es el fruto de la victoria en la lucha contra el espíritu del mal». «Tu paz se difunde solo a través de corazones renovados de hombres y mujeres reconciliados, servidores de la justicia, dispuestos a difundir en el mundo tu paz con la única fuerza de la verdad, sin rebajarse a la mentalidad del mundo, pues el mundo no puede darnos tu paz.
La alegría: es la segunda acción: “cuando vieron al Señor se llenaron de alegría”:
Gozo espiritual que recibimos con tu venida Espíritu Santo, nos hace personas alegres y optimistas. Parece como si irradiáramos un resplandor interior que se deja ver en cualquier reunión: dejamos una estela de bien y alegría, la gente sonríe con más facilidad y habla con mayor delicadeza, al estar nosotros presentes. Es esa sonrisa divina que se refleja en nuestros labios, cuando compartimos y estamos con los demás.
El perdón de los pecados: “Reciban al Espíritu Santo, a los que perdonen los pecados, les quedarán perdonados”. Le da a la Iglesia esa facultad recibida a través del Espíritu Santo. La reconciliación con Dios y con los hombres.
Qué nos dice la secuencia: sin tu inspiración divina los hombres nada podemos y el pecado nos domina. El doblega nuestra soberbia. Con esas palabras del sacerdote, “yo te absuelvo de tus pecados”, se realiza el momento más maravilloso de la reconciliación de Dios con el hombre y del hombre con Dios. Nuevamente se une el cielo con la tierra y la tierra con el cielo.