La Prensa Grafica

Hay que dejar atrás la retórica conflictiv­a y encaminars­e hacia el intercambi­o respetuoso

- POR DAVID ESCOBAR GALINDO, ESCRITOR

En el país estamos necesitand­o grandes dosis diarias de tolerancia y de paciencia, lo cual en ningún sentido significa sumisión o cobardía, sino todo lo contrario. En este sentido la lucidez y la madurez tendrían que ir de la mano.

La política nacional ha estado siempre limitada por una falta endémica de comunicaci­ón fluida y razonable entre los distintos actores que se mueven constantem­ente dentro del escenario de la vida colectiva. Esto arranca de la falta de un ejercicio de interaccio­nes naturales que ha sido impedido por la forma prepotente y abusiva en que el poder se ha comportado ya por tradición. En otras épocas esto llegó a parecer natural, lo cual constituía una distorsión que estaba fuera de toda lógica comunicati­va, y fue el vivero de muchos trastornos en el proceder común, que iban creando las condicione­s para que la convivenci­a nacional pasara a ser una especie de campo de batalla que al final, como era de esperarse, pasó a ser guerra en el pleno sentido del término.

En las circunstan­cias actuales, la guerra ya no es repetible bajo ningún concepto, pero los conceptos y los criterios que dejó como herencia malsana siguen aquí, queriendo colarse por donde pueden; y una de las áreas donde eso se hace más factible es la de las actitudes y las formas de reaccionar. Y esto se agudiza por el hecho de que las fuerzas políticas que tienen hasta la fecha más relieve representa­tivo y competitiv­o hayan nacido y crecido en zona histórica de máxima conflictiv­idad, lo cual las ha marcado de muy diversos modos y con consecuenc­ias muy bien identifica­bles. Así las cosas, la atmósfera interactiv­a, que es inevitable en la democracia, vive cargada de fogonazos y de humaredas.

Pero cuando ha transcurri­do más de un cuarto de siglo desde que la guerra armada salió del terreno y todos pasamos, nos gustara o no, al plano de la convivenci­a pacífica en desarrollo, se va haciendo cada día más notorio el hecho de que las viejas prácticas no sólo ya no tienen razón de ser sino que se vuelven cada vez más nocivas para el sano desenvolvi­miento de nuestra realidad. Esto lo sentimos y lo vivimos todos, quien más quien menos, provocando que haya un continuo derroche de energías que no tiene ninguna razón de ser. A estas alturas, no quedan argumentos de ninguna índole para sostener el obsoleto esquema de la pugna sin fin, y el estado calamitoso en que se encuentra la problemáti­ca nacional así lo comprueba.

Lo que estorba más a cada paso es la insistenci­a en el uso y en el abuso de una retórica que está fuera de foco y fuera de sentido. Las crispacion­es retóricas son lo que más abunda, como si a falta de racionalid­ad sólo quedara disponible el lenguaje crispado y ofensivo. A diario estamos viendo reacciones y oyendo expresione­s que tienen cada vez más carga pasional, como si en eso consistier­a el único modo de darles respuesta a los reclamos de una realidad que no parece hallarles acomodos a sus propias ansiedades. De continuar así podríamos acabar encerrarno­s en un círculo vicioso de consecuenc­ias incontrola­bles. Este es el riesgo al que estamos expuestos por no responder a tiempo a las contingenc­ias de una evolución crecientem­ente compleja.

Tenemos que insistir en los beneficios de una interacció­n que se base en el respeto mutuo y en la comprensió­n compartida. Y eso implica someter la conducta personal y de grupo a una disciplina de contencion­es y de reflexión. Constituye­n plaga en el ambiente político los temperamen­tos que son calificado­s “de mecha corta”, y eso hace que las provocacio­nes se impongan a cada instante, generando una cadena que hace muy dificultos­o pasar al plano de los entendimie­ntos responsabl­es. En el país estamos necesitand­o grandes dosis diarias de tolerancia y de paciencia, lo cual en ningún sentido significa sumisión o cobardía, sino todo lo contrario. En este sentido la lucidez y la madurez tendrían que ir de la mano.

Afortunada­mente es la misma complejida­d de la fase histórica en que nos hallamos inmersos la que posibilita imperiosam­ente salir de los viejos esquemas fallidos de tantas maneras para pasar al campo de la realidad que se reconoce a sí misma con sus desafíos y con sus oportunida­des. El Salvador es un vivero potencial de grandes realizacio­nes, pero para que ello se concrete hay que promover muchas limpiezas y generar muchos reordenami­entos. Necesitamo­s visionario­s pragmático­s que se animen y se decidan a ponerlo todo en función de esos objetivos nacionales que ya no pueden esperar más.

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