Debate, respeto y tolerancia, las bases para un nuevo El Salvador
Yo crecí entre maltrato familiar y violencia social. Pero antes este no era maltrato, era la forma correcta de educarme para que no me perdiera y que algún día iba a agradecer. Me pegaban con los ya trillados cinchos y chancletas; algunos de mis tíos, con coscorrones y trompadas. Había en mi hogar varias carencias. Mi mamá era la única que trabajaba, y mi abuela recibía pensión, pero jamás faltó comida y vestido en mi casa. Nunca tuve cable ni teléfono en casa, sino hasta 2009.
Iba a la escuela porque me mandaban. Desde que tengo uso de razón no me he sentido cómodo con el sistema de enseñanza-aprendizaje de las escuelas públicas. Desde primer grado pasaba el año en rojo, a eso se referían cuando pasaba condicionado por mi conducta. Mi abuelita siempre me pedía que me portara bien; yo le decía que solo me defendía, de hecho, siempre me defendía de mis compañeros de grado o de grados superiores o de los excesos de los profesores.
En la universidad pronto caí mal porque preguntaba, porque cuestionaba los partidos políticos y las ideologías en mis clases de Introducción a las Ciencias Políticas y Teoría del Estado. En mis primeros años de universidad entré en la política, a formarme políticamente, a organizarme.
Recuerdo cómo un grupo de estudiantes nos acorraló a mi amiga Lucía y a mí porque ejercíamos nuestro derecho a la libre expresión, porque no nos dejaron inscribir a nuestros candidatos para junta directiva de la facultad, “sí, pero ustedes nos están difamando y si no dejan de entregar esos volantes aténganse a las consecuencias”. En la universidad no hay ejercicio de la democracia. En la universidad no hay tolerancia. La universidad pública es el espejo en el que se refleja la sociedad salvadoreña.
Incursioné en la política no para conseguir un trabajo ni para hacer dinero, sino porque comprendí que el ejercicio de la política es el medio idóneo para realizar los cambios que necesita El Salvador para encontrar el camino hacia el desarrollo pleno de la sociedad, tal como está consagrado en el Artículo 1 de nuestra Constitución.
Estoy seguro de que la política no tiene nada de malo ni de corrupta, que efectivamente los seres humanos nos aprovechamos de nuestras posiciones de poder para sacar ventaja o para proteger nuestros intereses. La política salvadoreña carece de líderes que dignifiquen su ejercicio, que nos inspiren a participar en la construcción de El Salvador donde haya espacio para todos.
En la política salvadoreña, el debate, el respeto y la tolerancia han sido los grandes ausentes. En los partidos políticos han primado los compadrazgos, el clientelismo y la imposición. Luego de la firma de los Acuerdos de Paz, los partidos políticos han negociado entre ellos sus intereses y han dejado de lado el interés general. Durante los comicios electorales hemos tenido hechos de violencia debido a la intolerancia ideológica. Nuestra sociedad se mata por un parqueo, por un celular, por vivir del otro lado de la calle. Nos ofrecen seguridad a cambio de restringirnos derechos y libertades.
Estoy seguro de que vos, joven que terminas de leer, puedes ser también un agente de cambio que se sume al trabajo de construcción de ese horizonte común por el que todos trabajamos.