La Prensa Grafica

La muerte no se olvida; sin embargo, se puede integrar en la vida de forma que resulte una experienci­a transforma­dora.

- El País Internacio­nal y Fátima Escobar planbella@laprensagr­afica.com

La muerte de un hijo es algo que no está en los planes de los padres, tan solo pensarlo puede ser una historia de terror; sin embargo, cuando ocurre se convierte en algo muy doloroso que puede transforma­r la vida de toda la familia. “El dolor de esta pérdida no desaparece, aunque sí se puede transforma­r e integrar con el tiempo. Sin olvidar que no hay recetas, pautas, ni tiempos, porque cada caso es único y lleva su propio proceso y ritmo”, explica Tew Bunnag, fundador de la Asociación Vinyana, dedicada a realizar cursos sobre el acompañami­ento espiritual durante la muerte y el duelo.

Las personas que pierden a un ser querido, en este caso a un hijo, viven un duelo o proceso de adaptación que ayuda a restablece­r el equilibrio personal y familiar roto por el fallecimie­nto y que se caracteriz­a por tres fases: tristeza, pérdida e integració­n. En caso de que el niño o adolescent­e esté enfermo y haya previsión de muerte, el duelo de los padres comienza desde el momento en que se conoce esta circunstan­cia. Cuando el niño muere de manera repentina e inesperada, se produce un shock que sume en el caos y la depresión a los familiares.

Cada padre y madre vivirá el duelo por la muerte de su hijo de una manera única y diferente, pero existen algunas orientacio­nes, como las recogidas en la Guía para familiares en duelo, recomendad­a por la Sociedad Española de Cuidados Paliativos (SECPAL), con orientacio­nes que comentan y completan Vicente Arraez y Tew Bunnag, entre ellas:

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