La muerte no se olvida; sin embargo, se puede integrar en la vida de forma que resulte una experiencia transformadora.
La muerte de un hijo es algo que no está en los planes de los padres, tan solo pensarlo puede ser una historia de terror; sin embargo, cuando ocurre se convierte en algo muy doloroso que puede transformar la vida de toda la familia. “El dolor de esta pérdida no desaparece, aunque sí se puede transformar e integrar con el tiempo. Sin olvidar que no hay recetas, pautas, ni tiempos, porque cada caso es único y lleva su propio proceso y ritmo”, explica Tew Bunnag, fundador de la Asociación Vinyana, dedicada a realizar cursos sobre el acompañamiento espiritual durante la muerte y el duelo.
Las personas que pierden a un ser querido, en este caso a un hijo, viven un duelo o proceso de adaptación que ayuda a restablecer el equilibrio personal y familiar roto por el fallecimiento y que se caracteriza por tres fases: tristeza, pérdida e integración. En caso de que el niño o adolescente esté enfermo y haya previsión de muerte, el duelo de los padres comienza desde el momento en que se conoce esta circunstancia. Cuando el niño muere de manera repentina e inesperada, se produce un shock que sume en el caos y la depresión a los familiares.
Cada padre y madre vivirá el duelo por la muerte de su hijo de una manera única y diferente, pero existen algunas orientaciones, como las recogidas en la Guía para familiares en duelo, recomendada por la Sociedad Española de Cuidados Paliativos (SECPAL), con orientaciones que comentan y completan Vicente Arraez y Tew Bunnag, entre ellas: