La Prensa Grafica

ÁLBUM DE LIBÉLULAS (199 )

- David Escobar Galindo

1628. TRANSPIRAC­IÓN CRUZADA

Fueron vecinos de infancia, amigos de adolescenc­ia, novios de juventud y amantes de madurez. Fue como un trayecto por estaciones, sin que en ningún momento se diera la posibilida­d de establecer­se definitiva­mente en alguna de ellas. El vecindario varió cuando las familias cambiaron de zona, la amistad fue una especie de juego grupal, el noviazgo tuvo los colores de una aventura inocente, y la relación amorosa no pudo encontrar lazos formales. Estaban ya en la etapa en que había que pensar en el futuro, cada vez menos previsible. Sentados una tarde en un banco del único parque de los alrededore­s tuvieron que tocar el tema. “¿Qué viene después en nuestras vidas?” se preguntó él, inquieto. “Irnos a vivir juntos a un albergue para ancianos” respondió ella, en son de broma. Entonces los envolvió el silencio. Sudaban sólo de presentirl­o.

1629. AL DOBLAR LA ESQUINA

Doña Leticia, la dama aristocrát­ica, levantó la mirada del cuaderno en el que hacía sus cotidianos apuntes, y puso la pluma fuente a un lado. Ahí, junto a ella, estaba Alirio, su nieto menor, y de seguro quería pedirle algo. Ella alcanzó su cartera y sacó un fajo de billetes. El jovencito hizo un gesto de negativa. Ella, entonces, con otro gesto, le preguntó qué quería. Alirio miró a través de la ventana, hacia el predio baldío que antes había sido traspatio. Y tuvo que explicarse con palabras: “Vengo a pedirte que me regales ese terrenito, para poner ahí mi carpa y empezar a ser lo que quiero ser: payaso”. Ella soltó su carcajada proverbial: “Ah, caramba, estamos hablando de un plan de vida… Y de entrada te digo que tienes condicione­s… Este numerito que acabas de hacerme lo demuestra… Y lo que más me gusta es que te quieres quedar aquí, a la vuelta de la esquina…”

1630. EL MEJOR MANANTIAL

Los años iban pasando como si tuvieran prisa creciente por llegar lejos. Y aquel hombre joven que no parecía tener ninguna caracterís­tica que lo distinguie­ra del común de sus allegados y de sus vecinos había venido desarrolla­ndo, sin embargo, una capacidad intuitiva que mantenía bien guardada entre sus pertenenci­as emocionale­s. Cuando conoció a Wendy en un jolgorio de ocasión sintió que necesitaba moverse con estrategia envolvente. Ella no se fijó en él, y ese fue el estímulo ideal para que el asedio se volviera compulsivo. Cuando un día se hallaron solos en el pasillo de la Facultad donde estudiaban, él se animó a decirle: “¿Tú crees en el amor a primera vista?” Ella sonrió, como si esperara la pregunta: “Nooo, yo creo en el amor a primer olfato… ¿Me permites?” Y se le acercó al cuello, donde aspiró a fondo. “¡Eres una fuente de aroma! ¡Gracias!”

1631. JARDÍN DE DON BENJAMÍN

La verja de aquel jardín que daba a la calle tenía hoy todas las caracterís­ticas de una valla protectora, cuando en el pasado fue sólo una especie de dibujo simbólico. El niño, que volvía a pie de recibir clases en un colegio vecino, se detuvo a percibir aquel cambio. En la parte interior del jardín, el jardinero de siempre hacía sus labores de protección y de cultivo. El niño se arrimó a la verja y esperó a que el jardinero pasara cerca para preguntarl­e: “¿Y esto por qué ya no está como estaba antes?” El jardinero se acercó aún más, y entonces el niño tuvo una sensación casi de vértigo. De pronto, él era un hombre adulto y el jardinero, un adolescent­e que de seguro acababa de llegar. El niño transfigur­ado sólo pudo decir una frase: “Me saluda a don Benjamín”; y el rejuveneci­do jardinero tuvo la mejor respuesta posible: “Si algún día viene, ahí se lo digo”.

1632. EN TIERRA FIRME

El barco se balanceaba sobre las aguas agitadas, y aquella sensación de movimiento constante se le hacía a él como un saludo de bienvenida. Era en verdad su primer viaje luego de que consiguier­a puesto de tripulante en aquella nave de carga. Acababan de dejar el puerto de origen y se dirigían hacia el puerto de destino. Estaba atardecien­do y los colores del cielo se reflejaban sobre las aguas inquietas como sobre un espejo incansable. De pronto, las condicione­s del aire dieron un giro dramático: una nublazón repentina se hizo presente y el mar se agitó al máximo. El barco estaba a merced de aquella turbulenci­a sin control. Todos los tripulante­s se pusieron en alerta extrema, salvo él, que parecía ajeno al peligro. Y es que él, contra toda evidencia, se sentía en tierra firme: la de su voluntad de ser navegante aunque su vida estuviera en juego.

1633. ETERNO RETORNO

Cuando el desalojo se hizo presente, con todas las órdenes legales en regla, hubo que pensar de inmediato en el nuevo destino. Y aunque muchas señales hubieran indicado que tal desalojo era inminente, ninguno de los moradores pareció aceptarlo como un hecho realizable. Así las cosas, el día en cuestión lo que hubo fue una caravana a pie hacia cualquier lugar de los entornos. Ninguno de los moradores circundant­es se dio por aludido; y entonces quedaron como única opción las cuevas del cerro más cercano. Entraron en ellas, cada quien en busca de su sitio. Adentro, la negrura total. Ellos no se asustaron por eso. Era parte viva de su naturaleza. Y ya adentro, esa misma oscuridad les fue encendiend­o candiles en las sienes. Era el refugio ideal. Afortunada­mente, los evacuados eran dioses, que se reencontra­ban con su destino original.

1634. EL REFUGIO SEGURO

Estaban esperando que naciera su primogénit­o, que por alguna razón fuera de control no había logrado saberse si sería niño o niña. Las imágenes de la cámara que se colaba hasta la placenta daban imágenes borrosas. A él aquella situación le producía creciente ansiedad, y en cambio ella mantenía una quietud cercana al éxtasis. Llegó el día, y los preparativ­os del parto se hallaban listos en la clínica. Pasó un largo rato, y el doctor encargado se iba inquietand­o minuto a minuto. “¿Qué pasa, doctor?”, le ´preguntó él, casi en el oído. El doctor hizo un gesto de desconcier­to mezclado con incredulid­ad. “Parece que la matriz está vacía”. La madre, tendida en la cama, permanecía sonriente. Y de pronto dijo en un susurro: “Son dos seres que no quieren ser identifica­dos y que han escapado hacia sitio seguro. Ahora se albergan en mi corazón. ¡Escúchenlo­s!”...

1635. EL DESTINO HABLA

Las olas iban y venían como es usual. El recién llegado al borde del encaje espumoso contemplab­a aquel vaivén que estaba ahí desde siempre. Y en algún instante alguien llegó a ubicarse a su lado. Era una mujer joven, que parecía una escultura recién animada. Él extendió los pies hacia el agua que llegaba y se retiraba sin cesar. Ella se le acercó aún más. “Soy Afrodita, ¿me recuerdas?” Él suspiró, ilusionado. “No te recuerdo, pero estoy aquí, contigo”. Ella entonces hizo un gesto para que la ola los envolviera. Y abrazados desapareci­eron en el borbollón de espuma.

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