No basta con cambiarle la cara a la capital”
Gregorio Rosa Chávez dice que no es un modelo para nadie, pero sí admite que con el nombramiento de cardenal por el papa Francisco hace un año han cambiado algunas cosas en su relación con la curia y los laicos. Prefiere omitir su opinión sobre el porqué no fue nombrado arzobispo. Cree que el país necesita una verdadera conversión y es crucial tocar el corazón de quienes toman las decisiones. Externamente muy poco: Vivo siempre en la parroquia San Francisco, celebro la misa cada mañana, sigo visitando cada día el Complejo Educativo San Francisco, sigo recorriendo a pie las calles del centro de la ciudad, pero a otro nivel hay cosas nuevas: más invitaciones, el modo de dirigirse a mi persona, más viajes al exterior y lo más novedoso la cercanía física al papa Francisco, quien me ha llamado para ser uno de sus inmediatos colaboradores. En esta perspectiva permanezco atento como antes, pero ahora debo ser más cuidadoso con mis declaraciones y talvez tengo mayor posibilidad de impulsar decisiones útiles al país. Ciertamente, el panorama se ha ampliado más allá de las fronteras de la Arquidiócesis de San Salvador y las demandas para que intervenga en ciertas situaciones personales o sociales han aumentado. La autoridad no viene junto con los ornamentos cardenalicios. Está relacionada con la credibilidad. Siempre he intentado ser coherente, pero estoy muy lejos de ser un modelo. El modelo es Jesús, en quien coincidían –como lo dijo san Juan Pablo II– “el mensaje y el mensajero”. Varias personas me han reclamado por estas palabras tan duras y tienen razón. Mi intención era subrayar que si queremos que el Santo Padre nos visite, debemos hacer un esfuerzo serio de transformación moral. No basta con cambiarle la cara a la capital. Se dijo humorísticamente que Juan Pablo II ha sido el mejor alcalde de nuestra ciudad porque en pocos días la transformó con su visita. Recuerdo qué hermoso se veía el bulevar del Ejército cuando lo recorrió en el papamóvil el 6 de marzo de 1983.
Muy fácil: Francisco y san Juan Pablo II. Los dos son maravillosos vicarios de Jesucristo de la humanidad. y guías espirituales Esa pregunta no es para mí sino para los miembros de la Iglesia. Me siento bien ante distintos auditorios. Procuro que mi mensaje esté en plena sintonía con el Evangelio y con el magisterio del papa Francisco. El símbolo más humano de una Iglesia en marcha fue la peregrinación que hicimos el año pasado a “la cuna del profeta” Romero. El país entero parecía pintado color de esperanza. Pero hace falta que ese caminar nos lleve a dinamismos transformadores de la realidad. Un punto crucial es tocar el corazón de quienes toman las decisiones que nos afectan a todos, es decir, los dirigentes en los distintos campos de la vida nacional. Pareciera que la palabra Iglesia aquí significa dirigentes religiosos, pero cuando comprendamos que la Iglesia somos todos, el rostro del país va a cambiar. Una gran dificultad es que a muchos fieles les cuesta