Hay que recuperar la esperanza en lo que podemos lograr si vemos nuestro país como espacio propicio para las realizaciones individuales y colectivas
Tenemos que tomar conciencia, en la proporción debida, sobre lo que el país nos ha dado y nos da, para disponernos a cumplir con lo que cada uno de nosotros debe darle al país.
Hoy parecen puras figuraciones inverosímiles aquellas imágenes que en otro tiempo circulaban de manera espontánea en nuestro ambiente, y que respondían a la forma en que los salvadoreños de entonces valoraban aspectos representativos de nuestra realidad. Así, circulaban sin reparo frases como la que calificaba a San Salvador como “el París de Centroamérica” y al país en su conjunto como “el Japón de Centroamérica”. ¡Cuánto han cambiado las realidades y las percepciones sobre las mismas desde entonces! Si ahora alguien repitiera esos conceptos sin duda habría un coro de voces burlescas y de ceños fruncidos a su alrededor, porque lo que actualmente se tiene es la convicción generalizada de que El Salvador es un sitio donde todo está mal y donde no hay motivos para posibiliten el llegar a sentirse tranquilo y satisfecho.
De seguro la experiencia del conflicto bélico interno dejó una sensación de desgarramiento que no se ha podido superar en el período posterior al fin de la guerra. Ni siquiera la solución sin vencedores y vencidos, que fue reconocida internacionalmente como un resultado ejemplar y ejemplarizante, nos ha hecho recuperar la autoestima nacional que es indispensable para poder sentir que la sociedad salvadoreña cuenta con energías positivas de gran valor. Es como si sobre los integrantes de esta sociedad que evoluciona en el tiempo estuviera estacionada un aura paralizante. Eso es lo que hay que identificar y reconocer a fondo para emprender la tarea restauradora que tanto necesitamos.
Cuando los signos adversos se van apoderando de la realidad, volver las cosas a su orden natural, comenzando desde luego por la recuperación de la esperanza, constituye un desafío de alta intensidad y de compleja puesta en práctica, porque no se trata de validar una esperanza ingenua y sin compromisos, sino de habilitar la confianza en el propio desempeño, que debe ir manifestándose de manera elocuente y verificable. En tal sentido, los salvadoreños tenemos que ponernos al servicio de una positividad que nunca será gratuita ni espontánea, sino que demandará disciplina bien alimentada.
Tenemos que tomar conciencia, en la proporción debida, sobre lo que el país nos ha dado y nos da, para disponernos a cumplir con lo que cada uno de nosotros debe darle al país. Esta no es una función opcional sino una tarea estrictamente obligatoria, porque responde a lo que somos y a lo que debemos ser para hacerle honor a nuestra condición de pertenecientes a una sociedad con vida y con destino de gran potencial. Si eso se logra concretar en los hechos, se abrirán las posibilidades de creer en nuestra propia voluntad constructiva.
La esperanza en el futuro es el combustible más eficaz para darle alientos a la evolución en concordancia con lo que posibilitan las condiciones actuales. Y eso es así porque lo que esencialmente mueve el progreso es la confianza en lo que puede venir si las cosas se van haciendo bien y a tiempo. En otras palabras, hay que impulsar todos los factores conducentes a la remodelación de los propósitos y a la recomposición de las actitudes.
Desafortunadamente, se han venido estimulando cada vez más la frustración, el desencanto y el pesimismo, con los efectos desestructuradores que eso trae consigo. Es hora de cerrar ese ciclo de negatividad, para poder limpiar la atmósfera e inducir las sanas vibras. Con eso el país, y sobre todo su gente, entrarían en una fase de recomposición animadora.
Hay que poner la esperanza gratificante en la primera línea de los sentimientos y de las emociones, sin reservas de ninguna índole. Así los salvadoreños podremos ir reencontrándonos con nuestro propio ser, como debió haber sido siempre.
Seamos fieles a nuestra tradición de sujetos habilitados para superar adversidades. Eso nos dará fuerzas para encarar todos los desafíos que nos rodean.
Que la fe prospere y que la esperanza fructifique. Así sea.