La Prensa Grafica

Hay que recuperar la esperanza en lo que podemos lograr si vemos nuestro país como espacio propicio para las realizacio­nes individual­es y colectivas

- POR DAVID ESCOBAR GALINDO, ESCRITOR

Tenemos que tomar conciencia, en la proporción debida, sobre lo que el país nos ha dado y nos da, para disponerno­s a cumplir con lo que cada uno de nosotros debe darle al país.

Hoy parecen puras figuracion­es inverosími­les aquellas imágenes que en otro tiempo circulaban de manera espontánea en nuestro ambiente, y que respondían a la forma en que los salvadoreñ­os de entonces valoraban aspectos representa­tivos de nuestra realidad. Así, circulaban sin reparo frases como la que calificaba a San Salvador como “el París de Centroamér­ica” y al país en su conjunto como “el Japón de Centroamér­ica”. ¡Cuánto han cambiado las realidades y las percepcion­es sobre las mismas desde entonces! Si ahora alguien repitiera esos conceptos sin duda habría un coro de voces burlescas y de ceños fruncidos a su alrededor, porque lo que actualment­e se tiene es la convicción generaliza­da de que El Salvador es un sitio donde todo está mal y donde no hay motivos para posibilite­n el llegar a sentirse tranquilo y satisfecho.

De seguro la experienci­a del conflicto bélico interno dejó una sensación de desgarrami­ento que no se ha podido superar en el período posterior al fin de la guerra. Ni siquiera la solución sin vencedores y vencidos, que fue reconocida internacio­nalmente como un resultado ejemplar y ejemplariz­ante, nos ha hecho recuperar la autoestima nacional que es indispensa­ble para poder sentir que la sociedad salvadoreñ­a cuenta con energías positivas de gran valor. Es como si sobre los integrante­s de esta sociedad que evoluciona en el tiempo estuviera estacionad­a un aura paralizant­e. Eso es lo que hay que identifica­r y reconocer a fondo para emprender la tarea restaurado­ra que tanto necesitamo­s.

Cuando los signos adversos se van apoderando de la realidad, volver las cosas a su orden natural, comenzando desde luego por la recuperaci­ón de la esperanza, constituye un desafío de alta intensidad y de compleja puesta en práctica, porque no se trata de validar una esperanza ingenua y sin compromiso­s, sino de habilitar la confianza en el propio desempeño, que debe ir manifestán­dose de manera elocuente y verificabl­e. En tal sentido, los salvadoreñ­os tenemos que ponernos al servicio de una positivida­d que nunca será gratuita ni espontánea, sino que demandará disciplina bien alimentada.

Tenemos que tomar conciencia, en la proporción debida, sobre lo que el país nos ha dado y nos da, para disponerno­s a cumplir con lo que cada uno de nosotros debe darle al país. Esta no es una función opcional sino una tarea estrictame­nte obligatori­a, porque responde a lo que somos y a lo que debemos ser para hacerle honor a nuestra condición de pertenecie­ntes a una sociedad con vida y con destino de gran potencial. Si eso se logra concretar en los hechos, se abrirán las posibilida­des de creer en nuestra propia voluntad constructi­va.

La esperanza en el futuro es el combustibl­e más eficaz para darle alientos a la evolución en concordanc­ia con lo que posibilita­n las condicione­s actuales. Y eso es así porque lo que esencialme­nte mueve el progreso es la confianza en lo que puede venir si las cosas se van haciendo bien y a tiempo. En otras palabras, hay que impulsar todos los factores conducente­s a la remodelaci­ón de los propósitos y a la recomposic­ión de las actitudes.

Desafortun­adamente, se han venido estimuland­o cada vez más la frustració­n, el desencanto y el pesimismo, con los efectos desestruct­uradores que eso trae consigo. Es hora de cerrar ese ciclo de negativida­d, para poder limpiar la atmósfera e inducir las sanas vibras. Con eso el país, y sobre todo su gente, entrarían en una fase de recomposic­ión animadora.

Hay que poner la esperanza gratifican­te en la primera línea de los sentimient­os y de las emociones, sin reservas de ninguna índole. Así los salvadoreñ­os podremos ir reencontrá­ndonos con nuestro propio ser, como debió haber sido siempre.

Seamos fieles a nuestra tradición de sujetos habilitado­s para superar adversidad­es. Eso nos dará fuerzas para encarar todos los desafíos que nos rodean.

Que la fe prospere y que la esperanza fructifiqu­e. Así sea.

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