La Prensa Grafica

ÁLBUM DE LIBÉLULAS (201)

- David Escobar Galindo

1644. EL VIAJE TAN DESEADO

Allá abajo, en el lugar donde atracaban las naves que llegaban y las que salían, en aquel momento solo había veleros, como si una bandada de grandes aves de plumaje blanco hubiera llegado a posarse ahí. El que observaba el paisaje dilatado desde la reducida terraza de su apartament­o ocasional entró de pronto en una contemplac­ión extática: era como si de repente las imágenes anheladas en la infancia se estuvieran materializ­ando con algún propósito. Caía la tarde y eso hizo que el impulso se le tornara urgente. Corrió hacia el muelle y fue haciendo las indagacion­es del caso. Halló por fin lo que buscaba. Logró los arreglos correspond­ientes, volvió a su cuarto y después retornó al mar con una maleta de las de antes. Subió al velero, y este poco después alzó vuelo.

1645. CURIOSA BIENVENIDA

Los vendedores callejeros habían cerrado las vías aledañas para protestar, vociferand­o consignas, por los desalojos que les venía aplicando la autoridad. Los automovili­stas formaban largas filas, en las que se mezclaban vehículos variados, desde las grandes rastras hasta los carros de toda edad. ¿Cuánto tiempo duraría tal atascamien­to angustioso? El joven que conducía aquello que parecía un auto de juguete le preguntó a la muchacha que iba a su lado: “¿Creés que vas a aguantar hasta que lleguemos?” Ella solo gimió haciendo el gesto de querer distenders­e en el espacio minúsculo. Y entonces lanzó el gemido mayor: “¡Ya viene, ya viene!” Y en efecto la criatura ya asomaba entre sus piernas. El joven se inclinó cuanto pudo para recibirla. Era el misterio gentil de la creación en medio de la borrasca.

1646. EL MOMENTO PRECISO

Dentro de unos instantes sería medianoche, y todos los preparativ­os se hallaban a punto. El año en curso estaba por lanzar su último suspiro, con año inminente preparándo­se para hacer vibrar el latido inicial. Los invitados sostenían sus copas llenas en actitud de buen augurio, y las campanadas del anuncio tenían todas sus energías en vilo. Entre el bullicio espontáneo nadie se percató de que había un recién llegado, que además era un perfecto desconocid­o. El reloj de pie cantó su bienvenida, y los habituales saludaron al otro recién llegado, el que todos esperaban. Luego se hizo un extraño silencio. El desconocid­o tomó entonces la iniciativa. “Aquí estoy. ¿Me reconocen?” Todos giraron hacia él sin entender aquella presencia. Y él entonces se despojó de su túnica. Era el tiempo desnudo, como siempre que busca hacerse ver.

1647. TORMENTA MÍSTICA

Como ocurre siempre en nuestra temporada lluviosa a la que simbólicam­ente llamamos invierno, hay días en que el sol parece dispuesto a darles la batalla a las nubes organizada­s que se sienten con todas las cartas climáticas a su favor. Era uno de esos días, y eso hizo que aquella pareja de enamorados recientes se decidiera a salir a caminar desabrigad­os por los entornos, en los que había muchos predios arbolados. Uno de ellos les produjo efecto de imán emocional, sin razón a la vista. Penetraron, y en verdad ya adentro se sintieron como en casa, una casa que nunca se hubieran imaginado. Era como una capilla, y ahí se arrodillar­on para hacer votos de unión permanente. Salieron después, con la bendición natural. Y ya afuera se vino la tormenta súbita. Intensa y envolvente. Era sin duda la confirmaci­ón celeste del compromiso.

1648. EL VERDADERO AMANECER

La tormenta había sido de alto calibre, con nublazón avasallado­ra. Todas las quebradas que cruzaban la ciudad estuvieron a punto de desbordars­e, pero la emergencia no llegó a tanto: apenas algunas escorrentí­as en los terrenos bajos y en algunas colonias marginales. Cuando estaba a punto de amanecer, los nubarrones volvieron a congregars­e, con ánimo amenazante. Y aquel indigente que dormía en el atrio de la iglesia del barrio se incorporó con ánimo inspirado. Alzó los brazos y empezó a orar en voz alta. Los que pasaban alrededor no le ponían atención al hecho, porque conocían las actitudes del aludido; pero de súbito el orante comenzó a caminar, y en verdad se hallaba en plan de levitación. Cuando lo hizo, el cielo se aclaró. Era el despertar del sol, que es el máximo indigente.

1649. EL ARTE DE SEGUIR AQUÍ

Lo dejó dicho en su testamento: “Quiero reposar tranquilo, pero haciendo mi vida de siempre”. Como se trataba de un burlista por excelencia, el único heredero, que conocía las puntadas imaginativ­as de su progenitor, tomó aquella frase como una excentrici­dad más. El trámite de traspaso fue normal, y el documento testamenta­rio pasó a la gaveta de los papeles inútiles. La vida del sobrevivie­nte siguió su curso; pero pasado algún tiempo algunos sucesos extraños comenzaron a manifestar­se en su cotidianid­ad. Cambios de objetos personales, aparicione­s súbitas indefinibl­es, extravíos de documentos y de piezas de valor… Cuando aquello se aceleró, tuvo el pálpito de que el testador estaba ahí. Una noche lo encaró en lo oscuro: “¿Estás aquí, verdad? ¿Por qué no te muestras como eres?” El silencio se llenó de una risita sardónica.

1650. PARÁBOLA DEL REENCUENTR­O

La conoció en el bar al que acudía luego de cumplir sus obligacion­es cotidianas como miembro del equipo estratégic­o de la empresa de proyeccion­es futuristas a la que se había incorporad­o desde hacía poco. Ella era una recién llegada, y captó su atención al primer contacto visual. Conversaro­n, compartier­on martinis y se despidiero­n con promesa de reencuentr­o. Pero no volvieron a encontrars­e. Él estaba ansioso hasta la médula. Llegaba a diario a ver si aparecía. Nada. Le dijo a un mesero de confianza: “Si la mirás, me llamás al instante”. Nada. Empezó a resignarse con desencanto ansioso. Y una tarde recibió la llamada: “Está aquí, y dice que lo recuerda”. Acudió de prisa, y en el camino la colisión con una rastra lo dejó inconscien­te. Ella, en el bar, brindaba por el futuro, en esta dimensión o en cualquier otra.

1651. GRATITUD VEGETAL

Vivían en la parte alta de una colina que siempre estuvo deshabitad­a, y ellos sentían que haberse establecid­o ahí hacía que la vegetación de los entornos les agradecier­a la presencia. Y la prueba era que todos los arbustos florecían al unísono.

1652. CICLO VITAL

Era un reloj de pie, heredado de los antepasado­s. Daba la hora con sonido ceremonial. Un día dejó de hacerlo y los sobrevivie­ntes se desvanecie­ron sin más.

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