Habría que asegurar que la política no sólo se reordene, sino que entre en fase de verdadera madurez acorde con los tiempos
Los riesgos ciertos que se están corriendo en muchas zonas del entorno global en lo que corresponde a la estabilidad democrática básica responden a movimientos remodeladores de una realidad en la que los viejos desajustes y los nuevos trastornos están detonando crisis que generan diversas repercusiones en sus respectivos espacios de influencia. No es casual que el descontento ciudadano sea hoy una ola de amplísimos alcances y de expansivos efectos, como no se había visto en ningún otro momento del devenir contemporáneo. Todo lo que anteriormente se consideraba definido en forma ya intocable se encuentra hoy en cuestionamiento constante, haciendo que se agudice y se propague la necesidad de hacer reacomodos y reparaciones prácticamente en todo.
La política está ahora rodeada de reclamos que con frecuencia se vuelven iracundos y que provienen en gran mayoría de los sectores ciudadanos, que son los encargados de hacer, en los respectivos momentos, la elección de quienes tomaran a su cargo la representación popular en el Gobierno. Aquí está dándose un giro que pone las cosas en posición muy diferente a la que antes prevalecía, y se trata en verdad de un reposicionamiento de fuerzas, porque en el pasado los representantes lo podían todo y los representados eran apenas un componente formal.
Pero este cambio en proceso trae también riesgos notorios que hay que enfocar con precisión para poder procesar con inteligencia. Uno de esos riesgos, de seguro el más amenazante, es la serie de portillos que se abren cuando el sistema está bajo cuestionamiento intenso. Así, el populismo que se monta en el viejo vehículo autoritario aprovecha cuanto puede las condiciones de la coyuntura política y trata de instalarse definitivamente en la tierra de nadie. Eso es lo que hay que prevenir y evitar a toda costa.
Nuestro país se encuentra actualmente expuesto a ese riesgo, y por eso la exposición reflexiva de lo que debe hacerse para contrarrestarlo es asunto vital. El politólogo Daniel Zovatto, director para América Latina y el Caribe de Idea Internacional, ha estado entre nosotros, y su opinión es muy ilustrativa al respecto. Dice Zovatto que “los mejores anticuerpos para el populismo son buenas instituciones y liderazgos, que sepan comunicar y hablarle a la gente”. Y agregamos: sobre todo que lo hagan con la debida madurez pragmática, con visiones claras y con proyectos estructurados. En nuestro país ya no es momento de palabras atractivas: es hora de compromisos cumplibles y verificables.
La política y los políticos tienen que utilizar la madurez como bandera, haciéndolo sentir en cada una de sus ofertas y en cada una de sus iniciativas. Cualquier error de fondo en esta vía puede conducir a la desestabilización del régimen y a la desarticulación del sistema. Este es un momento en que el posicionamiento constructivo debe constituirse en la llave maestra de todo lo que venga.
En ninguna circunstancia y bajo ningún argumento podemos los salvadoreños permitir que nuestro esquema de vida, logrado con tantos sacrificios históricos, se malogre. Sobre él hay que vitalizar el presente y potenciar el futuro.
EN NINGUNA CIRCUNSTANCIA Y BAJO NINGÚN ARGUMENTO PODEMOS LOS SALVADOREÑOS PERMITIR QUE NUESTRO ESQUEMA DE VIDA, LOGRADO CON TANTOS SACRIFICIOS HISTÓRICOS, SE MALOGRE.