TERCERA ETAPA DEL AÑO, Y ESTAMOS EN VÍSPERAS QUE SON UN VIVERO DE ANSIEDADES Y UN VITRAL DE EXPECTATIVAS
Una vez concluida la tradicional celebración agostina, da inicio la última fase cronológica del año, que culminará con la temporada navideña cuya última fecha es el 31 de diciembre, cuando el año termina, al menos en el calendario. Y lo decimos en esta forma porque lo que hay que tener siempre en cuenta es que el año tiene múltiples facetas, y la faceta política es sin duda la que más se hace sentir en el ambiente. En estos momentos, la campaña presidencial tiene el protagonismo en la cotidianidad de los salvadoreños: una vez definidas las fórmulas en contienda, se les abre a estas la última fase de su actividad competitiva, con todos los apremios que eso trae consigo, ya con sólo unos pocos meses para hacerse sentir en el ánimo de los electores, que son hoy mucho más exigentes que en todas las coyunturas anteriores.
Hablamos de ansiedades y de expectativas porque de lo que se trata es de una distribución de funciones en el escenario del poder que se da con características novedosas. En contraste con lo que venía ocurriendo en las campañas anteriores desde que la democracia emprendió su andadura histórica a comienzos de los años ochenta del pasado siglo, en esta oportunidad es casi imposible dibujar de antemano lo que se hará presente una vez que se cierren las urnas el 3 de febrero. Aunque lo más probable es que haya necesidad de ir a una segunda vuelta, queda mucho por ver sobre la composición de los contendientes que podrían llegar a ese plano de decisión popular. Lo que hemos visto hasta hoy indica que cualquier cosa puede pasar.
Y lo que sale cada vez más a la vista es que la pugna entre derecha e izquierda al antiguo estilo va saliendo del juego en forma acelerada. El discurso ideológico tradicional ha venido quedando al margen por efecto de la misma dinámica evolutiva, y en esta ocasión eso se hace patente en forma insoslayable. Es el proceso como tal el que genera el movimiento de piezas, de la mano de una ciudadanía que está cada día más dispuesta a hablar en primera persona; y por eso en las condiciones actuales lo que tenemos, de entrada, es una especie de desconcierto político generalizado, por más que se quiera evadir tal sensación.
El momento que se vive dentro de todos los círculos concéntricos de la realidad, desde los globales hasta los locales, es de replanteamientos que conduzcan a reordenamientos. Nadie, ni siquiera en los planos intelectuales de máximo nivel, tiene respuestas definitivas al respecto, y por consiguiente la tarea se distribuye en forma expansiva, en abierto contraste con lo que ocurría en épocas anteriores, cuando había núcleos de pensamiento desde los cuales irradiaban ideas conductoras. Este es un cambio estratégico que nace de las entrañas del fenómeno real. En nuestro país, el deslave de las ideologías tradicionales ha tomado impulso y ya puede considerarse una dinámica irreversible; y aunque el hecho tiene proyecciones en todo el acontecer social, su incidencia más inmediata se da en el ámbito político. Lo estamos viendo ahora mismo en el desenvolvimiento de la campaña presidencial, en la cual tanto partidos como candidatos están teniendo que remodelar posiciones.
Lo más importante de toda esta prueba es que el régimen y el sistema establecidos ganen solidez de cara al futuro. Para que eso sea así, lo que debe prevalecer es la lógica democrática, por tanto tiempo vista de menos sobre todo por aquéllos que tienen que moverse directamente dentro de ella. La política, pues, debe tomar conciencia de sí misma, sin más evasivas.
La palabra clave es “cambio”, pero no ese cambio ficticio que responde a los intereses del poder o a las fijaciones ideológicas, sino el que resulta del natural desenvolvimiento de la evolución a la que nadie escapa. Es decir, se trata de naturalizar el cambio para que funcione.
Esta coyuntura de definiciones políticas debe ser considerada un campo de oportunidades que hay que aprovechar de manera integral en todos los sentidos.
Los ciudadanos somos hoy los verdaderos conductores del proceso nacional.
La palabra clave es “cambio”, pero no ese cambio ficticio que responde a los intereses del poder o a las fijaciones ideológicas, sino el que resulta del natural desenvolvimiento de la evolución a la que nadie escapa. Es decir, se trata de naturalizar el cambio para que funcione.