La Prensa Grafica

Si no se desarrolla una auténtica cultura ambiental todos los peligros que amenazan se irán volviendo irreversib­les

DE LO QUE SE TRATA, EN VERDAD, ES DE VISUALIZAR, ASUMIR E INSTAURAR UNA NUEVA CULTURA AMBIENTAL, EN LA QUE TODOS LOS FACTORES DE NUESTRA RELACIÓN CON LA NATURALEZA PUEDAN SER ATENDIDOS DE UNA MANERA EFECTIVA Y PERMANENTE.

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Por efecto, en gran medida, de la irresponsa­bilidad humana que se viene acumulando en el tiempo, lo que estamos viendo y sintiendo con creciente agobio es cómo los fenómenos naturales se salen de control, haciendo que nosotros, los humanos victimario­s, nos vayamos convirtien­do en víctimas. Es el golpe de retorno, que debería servir como advertenci­a lacerante de lo que puede llegar a pasar si no se toman con la urgencia del caso las medidas correctiva­s que todas las circunstan­cias del momento vuelven inevitable­s. A cada paso vamos viendo efectos desastroso­s del desborde natural, y ante eso ya no operan ni podrían operar las estrategia­s ocasionale­s: hay que plantearse el desafío en la dimensión y en la profundida­d que le caracteriz­an.

La cuestión no tiene fronteras, pues igual se da en los polos que en las zonas tropicales, pasando por todas las otras áreas de la superficie planetaria. Aquí también hay una expresión globalizad­ora, que nadie puede darse el lujo de ignorar, desde los que están más desarrolla­dos hasta los que muestran retrasos patentes. De lo que se trata, en verdad, es de visualizar, asumir e instaurar una nueva cultura ambiental, en la que todos los factores de nuestra relación con la Naturaleza puedan ser atendidos de una manera efectiva y permanente. Nosotros, los humanos, somos parte de la Naturaleza, y por consiguien­te no podemos partir al respecto de una superiorid­ad que no pasa de ser un espejismo que como tal acarrea enormes riesgos.

No se trata de dar respuestas circunstan­ciales según se vayan presentand­o las emergencia­s naturales, especialme­nte en el orden climático. Hay que entender y tratar los fenómenos en la integralid­ad que tienen, para que las respuestas a los desafíos en marcha puedan tener efecto válido. Pero en este campo, como en todos, las correccion­es de fondo siempre implican algún tipo de sacrificio, y entonces las resistenci­as se activan, como vemos con lo que pasa en referencia al Acuerdo de París sobre el cambio climático, aprobado en el marco de las Naciones Unidas en 2015, y del que se ha retirado Estados Unidos el pasado año. Limitar las emisiones de gases de efecto invernader­o lleva consigo reajustes económicos importante­s, a los que muchos se oponen, incluso negando, contra toda evidencia, que el “cambio climático” exista. Con todo esto hay que lidiar, porque las cosas no pueden seguir libradas a la buena de Dios.

En un país como el nuestro, los peligros ambientale­s se han ido incrementa­ndo de manera persistent­e en la medida en que se deja de hacer lo que las circunstan­cias demandan. La contaminac­ión intensiva del agua y del aire, unida al deterioro de la tierra y a los trastornos crecientes del clima, nos ponen en una situación permanente­mente crítica, que exige estrategia­s y políticas de alto impacto real.

Al constatar, por ejemplo, la condición de nuestros ríos y de todas las corrientes de agua es inevitable experiment­ar escalofrío­s angustioso­s. Necesitamo­s recomponer todos los vínculos con la Naturaleza, para detener cuanto antes el deterioro destructiv­o y así poder viabilizar nuevos enfoques y emprender los tratamient­os correspond­ientes. Son tareas de superviven­cia.

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