CULTURA GARÍFUNA
Aterrizamos en Puerto Barrios, una pequeña base ubicada en la parte más selvática de la bahía de Amatique, en Izabal, Guatemala, para embarcarnos en las aguas del mar Caribe. Este es el viaje por Livingston para conocer el desarrollo de la cultura garífun
La expectativa era alta, conocer habitantes de esta parte de Guatemala, defensores de los conocimientos de sus ancestros. Se hacen llamar garífunas como su lengua, ese dialecto que resultó de la mezcla de nativos de la isla San Vicente, en el Caribe, con los esclavos africanos traídos al Nuevo Mundo por el conquistador.
El camino dura cerca de 45 minutos a bordo de la embarcación, allá al fondo una ciudad se asoma: se trata de Livingston, con sus embarcaciones que hormiguean a la distancia.
Todos tienen los mismos rasgos: fuertes, fornidos, un poco distantes, pero también una alegría que no pueden disimular.
Tiempo atrás su cultura y su lengua estuvieron a punto de desaparecer; los más jóvenes, quizás por temor a parecer distintos al resto de habitantes, escondían su dialecto, pero ahora el ENCANTO CULTURA garífuna es la bandera que cobija a más de 100 mil personas descendientes, que residen en Guatemala, Honduras, Nicaragua y Belice.
“¿Ida biñá gia?” es su saludo acompañado de una sonrisa en cada rostro, ¿cómo está usted?
Fuimos conducidos a un local, como su casa comunal, un mapa de Izabal señala los lugares donde se desarrolla la vida garífuna. Un grupo de niños nativos se reunió para regalarnos una parte de su historia a través del baile.
La caracola marcó el tono, puso en sintonía a todos; saludaron a sus ancestros, esperando que su homenaje en forma de música fuera de su agrado.
Y los tambores sonaron con ritmos frenéticos que de un momento a otro provocan que te encuentres bailando como un niño, queriendo ser uno de ellos.
De alguna forma los sonidos conectan con algo interior, algo que en la ciudad hemos perdido: aquella ventana del alma que permite conectar con el pasado, con la historia, con los tesoros que escondieron vidas pasadas. Y ellos con sus cantos guturales, bailes que hacen que sus cuerpos parezcan de plástico, poseídos por el ritmo, y así dejan entender su forma de pescar, cultivar, vivir y hasta amar.
Lo vi todo en una península consagrada para defender su historia. Ubicados en el Caribe se rehúsan a perder aquello que les heredaron sus ancestros que aparecieron por estas aguas, conocedores del tesoro que poseen nunca dejarán de llamarse garífunas.
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