Más que a leer y escribir, llenarse de verdad
“El no saber leer ni escribir les limita para que puedan tener acceso a otros programas y a otras habilidades que pueden adquirir aquí. La idea es que puedan continuar sus estudios, dependiendo de los años que estén acá, sin ninguna dificultad para sacar su bachillerato”. ANGÉLICA PANIAGUA, DIRECTORA NACIONAL DE EDUCACIÓN DE JÓVENES Y ADULTOS
“Independientemente de nuestros estratos sociales, de si somos culpables o no, somos salvadoreños, hermanos, de la misma familia, y por eso merecemos tener la misma atención que tienen los más millonarios de este país”. FRANCISCO CASTANEDA, VICEMINISTRO DE EDUCACIÓN
“Estamos dejando atrás un sistema penitenciario que por décadas fue olvidado, para tener uno más humano, moderno, seguro y rehabilitante”. CONCEPCIÓN RODRÍGUEZ, SECRETARIA GENERAL DE CENTROS PENALES
Que una persona sea analfabeta no solo afecta su vida cotidiana al no poder leer un rótulo o no saber firmar algún documento. Algunas privadas de libertad aseguran que, por no saber leer ni escribir, las engañaron al punto de terminar en la cárcel.
Vive en prisión desde hace aproximadamente un año. Dice que está acusada de homicidio, de agrupaciones ilícitas, de terrorismo y de no sabe cuántos delitos más, pero en realidad no entiende a ciencia cierta por qué está encarcelada: “Eso solo lo sabe Dios y el hombre que me trajo aquí”, dice Rosa Haydeé Avilés, una septuagenaria en extremo delgada, de piel morena y más alta que una salvadoreña promedio.
Rosa Haydéé tiene 71 años cumplidos, está encarcelada en el Centro Preventivo y de Cumplimiento de Penas de Ilopango, un lugar mejor conocido como Cárcel de Mujeres, y desde hace apenas un mes ha comenzado a aprender a leer y a escribir junto con otras 90 reclusas en los recién inaugurados Círculos de Alfabetización en ese centro de detención.
Según cuenta, su vida “ha sido dura, pero también amable”. Amable porque nunca le ha faltado comida. Dura porque nunca conoció a su papá ni en foto, ya que su mamá nunca la mandó a la escuela, porque su única posesión es “una champita” en Mejicanos de la que no tiene idea de si aún existe, porque le tocó lavar y planchar ajeno para poder criar a tres hijas.
Dura porque sus hijas no pueden visitarla porque no llevan su mismo apellido, dice.
Rosa creció creyendo que se apellidaba Santamaría, el apellido de su abuelo materno, el que llevaba su madre. Pero, entre los muchos problemas que ha tenido en la vida por no saber leer ni escribir, hay uno que le ha complicado más sus días en prisión: el apellido que figura en su partida de nacimiento es Avilés; por eso no coincide con el de las partidas de nacimiento de sus hijas.
Cuando era joven y sacó su cédula, recuerda, “en ese entonces, uno
solo daba los datos; entonces, yo asenté a mis hijas con mi cédula, con el apellido de mi mamá, Santamaría, pero hasta hace poco fui a encontrar mi partida de nacimiento en Santa Isabel Ishuatán, hasta allá, en Sonsonate, y resulta que mi hermana y yo estamos asentadas como Avilés”, narra; y concluye que esa es la razón por la que lleva un año sin ver a dos de sus hijas.
A su hija menor la ha visto muy de vez en cuando, porque ha coincidido con ella en alguno de los momentos en los que el personal de seguridad permite a las privadas de libertad salir de sus celdas, ya que esta última hija fue capturada el mismo día y a la misma hora que ella, pero en una colonia distinta, y ambas están privadas de libertad en el penal de Ilopango.
Sin ofrecer mayores detalles o explicaciones, Rosa Haydeé considera que está presa por esa misma razón: por ser analfabeta.
“A mis 71 años, yo no podía nada, pero ahora que he venido aquí, que ni yo misma me doy cuenta de por qué he venido hasta aquí, pero aquí me tienen, yo les hago el invitado a todas las señoras que no pueden leer para que se acerquen a la alfabetización, para que aprendan a leer, para que no sean engañadas allá afuera, para que podamos desarrollarnos y seguir adelante, porque a veces venimos aquí por engaños, por no saber leer, por no saber escribir”, expresó casi entre lágrimas.
A Rosa no la ha visitado ningún abogado, asegura, pero, de visitarla, tal vez tendría el mismo problema que tiene Rubidia, otra reclusa, acusada de ser cómplice por el delito de violación.
Rubidia tiene 36 años, es originaria de Sonsonate y tampoco tuvo la oportunidad de asistir durante su infancia a un centro escolar.
“Se siente difícil no poder entenderle a los abogados”, dice, pero se siente contenta porque ya se aprendió el abecedario.
Con el apoyo de más de 110 personas privadas de libertad en todo
el sistema penitenciario y con el apoyo del Ministerio de Educación (MINED), la Dirección General de Centros Penales ha logrado registrar la alfabetización de más de 1,000 internas e internos en 11 de las 22 cárceles en el país. La cifra corresponde a los años comprendidos entre 2013 y 2017.
Una de esas voluntarias es Santos Marilú Iraheta, quien lleva más de cuatro años en prisión. Para ella es “un honor” que la hayan escogido para alfabetizar a sus compañeras internas.
“Yo me siento contenta de poder ayudarlas, ya que gracias Dios nosotras tenemos la capacidad de enseñarles un poco más de lo que hemos aprendido. No saber leer ni escribir a ellas les afecta, porque muchas veces las engañan; muchas de ellas han caído en errores muy graves solo por no saber leer ni escribir, pero, al tener estos conocimientos de las letras, ya no solo van a firmar o poner su huella, ya van a poder leer. Vamos enseñándoles despacio; han aprendido mucho”, apuntó Iraheta.
A sus voces se unió la de la directora de cárcel de mujeres, Fanny Patricia Pacheco: “Nosotros hemos tenido contacto con internas que muchas veces han cometido delitos dado que desconocen muchas cuestiones legales cotidianas y que por no saber leer ni escribir las han engañado y eventualmente se ven involucradas en el cometimiento de delitos. El permitirles a ellas la posibilidad de aprender les abre un panorama diferente, les crea una nueva herramienta para poder luchar ante las situaciones sociales que tenemos que vivir diariamente, y esto a ellas les abre una nueva visión y una perspectiva diferente de la vida y se sienten entusiasmadas con el hecho de ya poder interpretar los documentos que les llegan a sus manos y no depender de otras personas para que les digan de qué se trata.
Además del centenar de voluntarios, el MINED tiene contratadas a otras 12 personas para alfabetización en cárceles y destina más de $1 millón anuales para dar cobertura a la matrícula de 9,500 personas, quienes cursan entre primer grado y bachillerato, a través de la modalidad de educación flexible, en 16 centros penitenciarios. Solo en Cárcel de Mujeres las alumnas suman 680 en esta modalidad.
La PRENSA GRÁFICA se suma a este proyecto con la entrega de las cartillas de alfabetización. Este año se entregaron 1080; es decir, 64,000 fascículos, y de 2012 a 2018 ha entregado 8,000 libros.
El no saber leer ni escribir les limita para que puedan acceder a otros programas y a otras habilidades que pueden adquirir estando en prisión. Por eso la idea de los círculos de alfabetización es que ellas continúen sus estudios sin dificultad y, dependiendo de los años que estén internas, puedan hasta sacar su bachillerato, apuntó la directora nacional de Jóvenes y Adultos del MINED, Angélica Paniagua.