Necesitamos reordenamientos existenciales, reciclajes sociales, replanteamientos económicos y reacomodos políticos...
PRODUCIR ARMONÍA, PRODUCIR RIQUEZA, PRODUCIR EQUIDAD, PRODUCIR OPORTUNIDADES, PRODUCIR CONFIANZA, PRODUCIR SEGURIDAD... DICHO ASÍ, PARECIERA UTÓPICO, PERO EN VERDAD ES LA MÁS REALISTA DE LAS PERSPECTIVAS POSIBLES, SI LAS VOLUNTADES SE CONJUGAN Y LOS COMPROMISOS SE ENLAZAN.
La enumeración anterior presenta, de su simple lectura, un fajo de tareas realmente abrumador, y cualquiera podría pensar que se trata de un encargo imposible de asumir en conjunto, al menos en un tiempo definido. Sin embargo, todos los elementos que determinan la realidad actual, especialmente en sociedades como la nuestra, tan necesitadas de progreso sustantivo y efectivo, apuntan a acelerar los análisis sobre lo que realmente pasa, a fin de ir esclareciendo las vías de tratamiento y de solución que ya no son dilatables. Es de destacar, como se ha venido haciendo desde distintas voces de la opinión pública, que lo que hoy estamos cargando como lastre de tareas incumplidas es producto de ir dejando pendiente lo que exigía atención inmediata en los respectivos momentos sucesivos. Como bien dice la sabiduría popular, “lo que no se hace a tiempo, el tiempo lo multiplica”. Y esa multiplicación cada vez menos soportable es la que nos tiene en las condiciones actuales.
Comencemos por los reordenamientos existenciales. En este punto, lo que nuestra realidad está demandando cada día en forma más apremiante es hacer un reacomodo de todas las piezas del rompecabezas estructural, para que los salvadoreños tengamos a nuestra disposición, sin exclusiones de ninguna índole, las posibilidades de que cada quien defina –dentro del respectivo marco de opciones– su espacio de presente y su horizonte de futuro. Eso significa que los reordenamientos existenciales nunca podrán hacerse por decreto: tienen que irse armando por coincidencia de voluntades tanto institucionales como sociales. Y esto implica un replanteamiento a fondo de las dinámicas de convivencia y de
interacción, desde los planos locales hasta los niveles nacionales. Es recomponer el mapa humano, para que se vuelva un ámbito efectivamente compartible, en función de la superación y de la paz.
En cuanto a los reciclajes sociales, lo que se impone como tarea reconstructora es aplicarles a todos los tejidos del cuerpo nacional un tratamiento de integración para luego emprender en ellos la terapia de las vinculaciones. La que ya no podemos es seguir atrapados en los encierros socioeconómicos, que son la fuente principal de los conflictos estructurales que tanto nos limitan y nos dañan: hay que entrar de lleno en la dinámica de la interacción productiva en todos los sentidos. Producir armonía, producir riqueza, producir equidad, producir oportunidades, producir confianza, producir seguridad... Dicho así, pareciera utópico, pero en verdad es la más realista de las perspectivas posibles, si las voluntades se conjugan y los compromisos se enlazan. Así hay que entender los reciclajes a que nos referimos.
Como consecuencia natural de lo anterior, los replanteamientos económicos deben ser puestos en acción para que el sistema pueda ganar más sostenibilidad y más agilidad. Aquí estamos refiriéndonos específicamente al despliegue de los motores del crecimiento, con ánimo abarcador de todos los sectores que componen el espectro nacional. La economía debe pasar de ser un terreno cuadriculado por los intereses sectoriales a convertirse en un territorio en el que la multiplicidad de los componentes poblacionales participen con sus respectivas especificidades. Y todo esto tiene que descontaminarse de fijaciones ideológicas para entrar en el orden de las realidades que funcionan como un núcleo en el que las diferencias no significan focos de ruptura. Nada de lo anterior puede posicionarse en los hechos concretos si el dinamismo político no se pone al servicio de todas las otras expresiones del fenómeno real. Eso quiere decir
que hay que reposicionar lo político para que todo lo demás pueda incorporarse a la finalidad que le corresponde. Lo cual significa, de entrada, que la racionalidad política está en la base de todos los otros dinamismos nacionales. Si la política falla en su desempeño, lo demás queda a merced de lo imprevisible. Tendríamos que tenerlo sabido por experiencia reiterada, sin ninguna excusa para evadir tal responsabilidad, que es histórica por naturaleza.
La suma de esas tareas por hacer pone de manifiesto que los salvadoreños, y muy en especial los que ejercen poder o influencia de cualquier tipo en el ambiente, tenemos que disponernos de inmediato a servirle al país en lo que más se necesita: labor de saneamiento y de reconstrucción prácticamente en todas las áreas donde se mueve la vida nacional. Más que palabras altisonantes hay que aportar voluntades dispuestas; y más que propósitos dispersos habría que desplegar iniciativas consecuentes. Y todo ello en misión de Patria.