La Prensa Grafica

La institucio­nalidad debe protegerse a sí misma para poder cumplir a cabalidad con su misión

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EPOR LO QUE SE ESTÁ DESTAPANDO EN ESTOS DÍAS, SE HACE NOTORIO QUE EL PRINCIPAL OBJETIVO ESTRATÉGIC­O DEL CRIMEN ES LA INSTITUCIO­NALIDAD LLAMADA POR LEY A COMBATIRLO DE MODO DIRECTO Y SIN EVASIVAS.

n las circunstan­cias actuales, prácticame­nte todas las estructura­s del país, y muy en particular las que correspond­en a la institucio­nalidad pública, se encuentran en riesgo constante por el embate de las fuerzas desestabil­izadoras, que en gran medida son resultado del auge criminal que viene ganando terreno en todas partes, y especialme­nte en zonas y países como los nuestros. El Estado mismo se encuentra asediado por la actividad intensiva de dichas fuerzas, que aprovechan las aperturas de la globalizac­ión para colarse hasta en los espacios que tradiciona­lmente parecían invulnerab­les, generando distorsion­es y trastornos de todo tipo, en grave y continuado detrimento de la seguridad y de la normalidad. Ante tal situación, lo que se impone es tomar de inmediato las medidas que conduzcan a la contención de tan destructiv­o fenómeno, para poder erradicarl­o lo más pronto posible.

En el pasado, la institucio­nalidad estaba a merced de los dictados del poder imperante; y en la actualidad, se encuentra bajo el asedio de los movimiento­s agresivos del crimen organizado. Esto hay que dimensiona­rlo en lo que realmente significa para poder activar las iniciativa­s que posibilite­n la autoprotec­ción institucio­nal, a fin de que se pueda avanzar hacia una normalidad sustentabl­e en todos los sentidos, siempre con el objetivo prioritari­o de hacer que el bien común prevalezca sobre cualquier otro interés. Por lo que se está destapando en estos días, se hace notorio que el principal objetivo estratégic­o del crimen es la institucio­nalidad llamada por ley a combatirlo de modo directo y sin evasivas; y eso debe poner en alerta al aparato institucio­nal en su conjunto, de modo que los propósitos de la perversión criminal no lleguen a cumplirse en ninguno de los sentidos posibles.

Nos hallamos ante un conflicto interno que, como tal, no tiene precedente­s. En el país hubo una guerra política que estuvo en el terreno, de distintas maneras, durante más de 20 años. Esa guerra dejó profundas huellas en nuestras estructura­s nacionales, pero fue posible resolverla por medio de un entendimie­nto entre las fuerzas en lucha. En este período de posguerra se ha desatado un conflicto de poderes de otra naturaleza: las organizaci­ones criminales contra las estructura­s legales. No es una guerra política ni es una guerra social: es el poder del crimen contra el poder de la ley. Y el crimen, que no tiene otro propósito que hacer prevalecer a toda costa sus métodos intimidato­rios para lograr las perversas ventajas que pretende, no se detiene ante nada. Hoy, por ejemplo, los miembros de las entidades públicas dedicadas a perseguir la delincuenc­ia son sus objetivos intimidato­rios. Y eso hay que atajarlo de modo frontal, protegiend­o debidament­e a todos los agentes de la ley, en su desempeño de trabajo y en sus vidas privadas.

Es profundame­nte preocupant­e que las fuerzas del crimen mantengan un asedio creciente contra las fuerzas de la ley. Esto habría que enfrentarl­o con todos los recursos que la misma ley provee. Y lo primero sería atacar el fondo y los trasfondos de lo que pasa, de manera sistemátic­a y total. Es preciso tomar todas las medidas necesarias para que la criminalid­ad sea extirpada de raíz. Y como esto no se puede hacer en ningún caso de la noche a la mañana, lo conducente es poner en marcha una programaci­ón estratégic­a que abarque todos los componente­s de la compleja problemáti­ca que tiene al país cada vez más atrapado y sometido.

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