Estimada María:

En la universidad conocí a un compañero por el cual sentí de inmediato una fuerte atracción, pero como él no tomaba ninguna iniciativa romántica, acepté andar con él en plan de amigos. Pero un día me habló de una novia que se hallaba siguiendo estudios superiores en el extranjero, y cuando le pregunté si esa relación seguía, me dijo que no, porque los dos habían decidido dejarse en libertad para evitar sufrimientos en caso de que uno de ellos no resistiera la prueba de la separación. Entonces, yo me sentí animada a despertar su interés en mí como mujer, y poco a poco lo fui logrando, hasta que nos convertimos en una pareja enamorada que andaba para arriba y para abajo. Pero la novia o exnovia regresó del extranjero y pasadas unas semanas, el entusiasmo de él por mí se comenzó a enfriar. Seguía siendo atento conmigo y puntual a nuestras citas, pero estaba claro que su pensamiento estaba en otra parte. Para mí, renunciar a él era la muerte, pero cada vez me sentía más segura de que mi amor ya no tenía esperanzas de salvación, y en un restaurante donde habíamos ido a comer le dije que lo dejaba en libertad de recuperar a la exnovia. Todo aquello fue muy difícil para los dos, pero ni modo, él tuvo que reconocer que seguía queriendo a la muchacha y me agradeció que hubiera sido yo quien decidiera terminar la relación. Estos hechos tuvieron lugar hace tres meses, María, y aunque todavía lloro amargamente por las noches, tengo la certeza de que voy a sobrevivir y de que cuando menos lo espere, volveré a ilusionarme. Le he escrito mi historia sentimental porque sé que su columna de LA PRENSA GRÁFICA llega a mucha gente y seguramente tocará más de un corazón desgarrado.