El estancamiento en la elección de magistrados de la CSJ es otro signo de que urge activar los entendimientos políticos
SI LAS FUERZAS POLÍTICAS NO SE ANIMAN A PONERSE POR ENCIMA DE SUS ANSIEDADES Y DE SUS INSEGURIDADES LO QUE SE PROVOCA ES UN DETERIORO CADA VEZ MAYOR DE LA CONFIANZA EN LA CAPACIDAD DE LA DEMOCRACIA PARA HACERSE VALER EN TODA CIRCUNSTANCIA.
Desde el 15 de julio pasado están vacantes los 5 puestos de magistrados de la Corte Suprema de Justicia que corresponde elegir en 2018. En esta oportunidad las cosas se complican aún más porque entre esos 5 hay 4 que corresponden a la Sala de lo Constitucional, y son precisamente los que irán a sustituir a los que fueron elegidos en 2009 y emprendieron desde entonces un ejercicio caracterizado por la unión y la independencia constantes. Esto último hizo que a lo largo de la gestión hubiera grandes resistencias de parte de los otros Órganos del Estado, y muy particularmente del Ejecutivo, porque esa nueva forma de trabajo, que es la que la ley determina, ha chocado de manera constante con los intereses partidarios en juego. Y al ser así, la nueva elección está marcada por las incertidumbres y las ansiedades que son de prever.
Como es perceptible a lo largo de todos los años transcurridos desde que la nueva configuración de la Corte Suprema inició su andadura, la Asamblea Legislativa, que es la encargada de elegir por mayoría calificada de 56 votos a los magistrados de la Corte, no ha logrado establecer un método que asegure de manera inequívoca y previsible la selección correspondiente, que se desarrolla de manera periódica. Y por ello en prácticamente todas las ocasiones en que hay que elegir se produce una especie de desconcierto institucional, porque las fuerzas políticas están siempre atrapadas en la incertidumbre de cómo van a actuar los que se elijan, teniendo en cuenta además que cada una de dichas fuerzas busca evidentemente salvaguardar sus intereses y garantizar sus equilibrios de poder.
En esta oportunidad, las cosas resultan más complicadas, porque los 4 miembros de la Sala que acaban de cumplir su período hicieron su trabajo de una forma que nadie previó, y dejaron un precedente que no es posible obviar, aunque en verdad nunca se sabe cómo operará la Sala que está por configurarse. En tales condiciones, lo que se impone es que todos las fuerzas partidarias hagan un ejercicio de realidad: como, por más que se lo propongan y conforme a la experiencia vivida, no pueden asegurar de antemano cómo actuará la nueva Sala, lo inteligente y conveniente es que elijan, dentro de los márgenes disponibles, a aquéllos que, según un análisis lo más objetivo que sea posible, den garantías básicas de comportamiento inteligente y responsable.
El espectáculo de imposibilidad de elegir que vienen presentando las fuerzas partidarias representadas en la Asamblea Legislativa es francamente calamitoso, y debe ser superado al menor tiempo posible. El hecho de que no haya una Sala de lo Constitucional debidamente configurada afecta el quehacer institucional en múltiples sentidos, con lo cual el sistema padece quebrantos muy riesgosos.
Si las fuerzas políticas no se animan a ponerse por encima de sus ansiedades y de sus inseguridades lo que se provoca es un deterioro cada vez mayor de la confianza en la capacidad de la democracia para hacerse valer en toda circunstancia.
Esperamos que este impase se supere cuanto antes, y que eso se haga de modo sensato y consistente. La ciudadanía sigue atenta a lo que ocurra, y esos insumos de seguro van a operar en las urnas que se avecinan.