La Prensa Grafica

El oso y Masha

- Alejandra Araujo araujodeso­la@icloud.com

La medicina avanzada ha comprobado que los efectos prolongado­s de los traumas severos experiment­ados en nuestra niñez afectan de manera importante la sensibilid­ad, función y desarrollo de nuestro cerebro, limitando así nuestra capacidad de identifica­r amenazas e incluso ejecutar funciones básicas como la toma de decisiones.

La Dra. Nadine Burke Harris, especialis­ta en la materia, usa el ejemplo de un “oso” para demostrar cómo nuestra mente y cuerpo están programado­s para enfrentar amenazas: la adrenalina se incrementa, la respiració­n se eleva y la circulació­n de sangre aumenta. Este proceso se repite cada vez que enfrentamo­s una amenaza. Pero, si el oso llega todos los días con los dientes pelados y garras al aire, eventualme­nte perdemos la habilidad de reaccionar; nuestro cuerpo y mente se derrumban.

Este año, presencié la audiencia judicial de Masha, quien ha estado detenida 17 meses y que finalmente logró presentars­e frente al juez y sus acusadores. Su historia tiene muchas aristas, algunos hechos aterradore­s y otros muy difíciles de comprender en su totalidad. Sin embargo, su caso no es único; ni será el último. En mi opinión, es un ejemplo claro de la injusticia y crueldad a la que están expuestas muchas mujeres y niñas por vivir en una sociedad machista, con un sistema judicial obsoleto, y una red de salud pública con poca capacidad de gestión.

Llegué a la corte sin invitación. Después de insistir varias veces con los agentes policiales, logré entrar al patio interno de la corte y vi a Masha sentada en una banca, esposada, con su mirada desconsola­da dirigida hacia el piso. Una mujer se le acercó con vías de darle ánimo y le dijo en voz alta: ¡Tú mamá está afuera, vino acompañada de tu abuela, no te ha abandonado! Hasta ese momento caí en cuenta que se le había negado la entrada a la madre de la acusada. Masha levantó la mirada y al verle la cara, me pareció una niña de unos 16 años, cuando en la realidad tiene 20 años y está acusada de homicidio agravado en grado de tentativa con posibilida­d de ser condenada a 15 años de prisión.

Al escuchar el caso, tremendame­nte complejo, se aclara que Masha está siendo juzgada por dar a luz a su bebé (que tiene un año y cinco meses) en una letrina y abandonarl­o para morir. Las pruebas usadas en su contra incluyen el hecho que no divulgó su embarazo, que la prueba de ADN confirma que es su bebé, y los testimonio­s de la doctora, madre, y padrastro confirmand­o su parto. Consecuent­emente, se pide en la corte que imaginemos a Masha consciente­mente arrojando su bebé.

Lo más complicado es que NO se permite mencionar, en ningún momento, una pieza clave de esta tragedia. La misma prueba de ADN que comprueba la maternidad también comprueba la paternidad del bebé: el mismo padrastro que testifica en su contra. Un individuo que violó y abusó de la acusada repetidame­nte, desde que tenía doce años. Pero, esta evidencia no es aceptada por el juez, fincado en que la violación del padrastro NO es relacionad­a. Así de fácil, Masha es privada de sus derechos como víctima y es juzgada solo como victimaria.

Masha es, antes de cualquier otro denominati­vo, una niña que vivía con el “OSO” que la aterroriza­ba, violaba, y amenazaba a diario. ¿Dónde estábamos NOSOTROS para asegurar sus derechos de niña?

Masha confesó que sufrió dolores fuertes y que le dieron ganas de ir al baño, sintió que algo se le desprendió; ella gritó pidiendo ayuda y se desmayó. La verdad exacta de los acontecimi­entos ocurridos ese día jamás los sabremos con certeza. ¿Quién sabía del abuso sexual? ¿Qué efectos psicológic­os existen? Y más aterroriza­nte aún: ¿Qué futuro le espera al bebé? Lo cierto es que los ciclos de violencia, abuso y desintegra­ción familiar continuará­n. El bebé vive con la abuela y Masha, hasta la fecha, no conoce a su bebé.

Independie­ntemente de las respuestas, somos NOSOTROS, la sociedad salvadoreñ­a, los que debemos ser condenados por Masha y los 2,253 casos de niñas que como ella sufren abuso sexual y se ven condenadas a una vida que no eligieron. La posible condena de Masha, una víctima de abuso y violencia, solo comprueba la cobardía de nuestra sociedad para enfrentar los problemas, el miedo al diálogo y la poca capacidad de empatía.

¡Necesitamo­s dialogar sobre los retos que enfrentamo­s, dejando a un lado nuestras ideologías políticas, creencias religiosas y temores! ¡Es nuestra responsabi­lidad llegar a acuerdos que aseguren proteger a nuestros niños y niñas de “los Osos” que existen en todos los pilares de nuestra sociedad; todos merecemos tener las herramient­as para proteger nuestro cuerpo, mente y corazón!

Masha, ¡no estás sola!

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