El oso y Masha
La medicina avanzada ha comprobado que los efectos prolongados de los traumas severos experimentados en nuestra niñez afectan de manera importante la sensibilidad, función y desarrollo de nuestro cerebro, limitando así nuestra capacidad de identificar amenazas e incluso ejecutar funciones básicas como la toma de decisiones.
La Dra. Nadine Burke Harris, especialista en la materia, usa el ejemplo de un “oso” para demostrar cómo nuestra mente y cuerpo están programados para enfrentar amenazas: la adrenalina se incrementa, la respiración se eleva y la circulación de sangre aumenta. Este proceso se repite cada vez que enfrentamos una amenaza. Pero, si el oso llega todos los días con los dientes pelados y garras al aire, eventualmente perdemos la habilidad de reaccionar; nuestro cuerpo y mente se derrumban.
Este año, presencié la audiencia judicial de Masha, quien ha estado detenida 17 meses y que finalmente logró presentarse frente al juez y sus acusadores. Su historia tiene muchas aristas, algunos hechos aterradores y otros muy difíciles de comprender en su totalidad. Sin embargo, su caso no es único; ni será el último. En mi opinión, es un ejemplo claro de la injusticia y crueldad a la que están expuestas muchas mujeres y niñas por vivir en una sociedad machista, con un sistema judicial obsoleto, y una red de salud pública con poca capacidad de gestión.
Llegué a la corte sin invitación. Después de insistir varias veces con los agentes policiales, logré entrar al patio interno de la corte y vi a Masha sentada en una banca, esposada, con su mirada desconsolada dirigida hacia el piso. Una mujer se le acercó con vías de darle ánimo y le dijo en voz alta: ¡Tú mamá está afuera, vino acompañada de tu abuela, no te ha abandonado! Hasta ese momento caí en cuenta que se le había negado la entrada a la madre de la acusada. Masha levantó la mirada y al verle la cara, me pareció una niña de unos 16 años, cuando en la realidad tiene 20 años y está acusada de homicidio agravado en grado de tentativa con posibilidad de ser condenada a 15 años de prisión.
Al escuchar el caso, tremendamente complejo, se aclara que Masha está siendo juzgada por dar a luz a su bebé (que tiene un año y cinco meses) en una letrina y abandonarlo para morir. Las pruebas usadas en su contra incluyen el hecho que no divulgó su embarazo, que la prueba de ADN confirma que es su bebé, y los testimonios de la doctora, madre, y padrastro confirmando su parto. Consecuentemente, se pide en la corte que imaginemos a Masha conscientemente arrojando su bebé.
Lo más complicado es que NO se permite mencionar, en ningún momento, una pieza clave de esta tragedia. La misma prueba de ADN que comprueba la maternidad también comprueba la paternidad del bebé: el mismo padrastro que testifica en su contra. Un individuo que violó y abusó de la acusada repetidamente, desde que tenía doce años. Pero, esta evidencia no es aceptada por el juez, fincado en que la violación del padrastro NO es relacionada. Así de fácil, Masha es privada de sus derechos como víctima y es juzgada solo como victimaria.
Masha es, antes de cualquier otro denominativo, una niña que vivía con el “OSO” que la aterrorizaba, violaba, y amenazaba a diario. ¿Dónde estábamos NOSOTROS para asegurar sus derechos de niña?
Masha confesó que sufrió dolores fuertes y que le dieron ganas de ir al baño, sintió que algo se le desprendió; ella gritó pidiendo ayuda y se desmayó. La verdad exacta de los acontecimientos ocurridos ese día jamás los sabremos con certeza. ¿Quién sabía del abuso sexual? ¿Qué efectos psicológicos existen? Y más aterrorizante aún: ¿Qué futuro le espera al bebé? Lo cierto es que los ciclos de violencia, abuso y desintegración familiar continuarán. El bebé vive con la abuela y Masha, hasta la fecha, no conoce a su bebé.
Independientemente de las respuestas, somos NOSOTROS, la sociedad salvadoreña, los que debemos ser condenados por Masha y los 2,253 casos de niñas que como ella sufren abuso sexual y se ven condenadas a una vida que no eligieron. La posible condena de Masha, una víctima de abuso y violencia, solo comprueba la cobardía de nuestra sociedad para enfrentar los problemas, el miedo al diálogo y la poca capacidad de empatía.
¡Necesitamos dialogar sobre los retos que enfrentamos, dejando a un lado nuestras ideologías políticas, creencias religiosas y temores! ¡Es nuestra responsabilidad llegar a acuerdos que aseguren proteger a nuestros niños y niñas de “los Osos” que existen en todos los pilares de nuestra sociedad; todos merecemos tener las herramientas para proteger nuestro cuerpo, mente y corazón!
Masha, ¡no estás sola!