Laborem Excersens (Sobre el trabajo humano)
Su Santidad Juan Pablo II, en su Encíclica Laborem Excersens, reflexiona sobre el valor del trabajo a la luz de los nuevos paradigmas que definen la existencia humana altamente amenazada; es una interpretación muy exigida en los tiempos de neo-distensión después de “enfriar” la larga guerra en la que estuvo sumido el planeta.
Él nos recuerda que el trabajo es un bien, no un bien cualquiera, sino un bien útil para mantener y desplegar la creación, y como un modo terrenal de nutrir el espíritu y conectar con lo trascendente, con lo más grande, con lo más alto, de ahí que trabajar y generar empleo sea un deber moral, algo muy relevante en una nación cristiana que en sus oraciones pide “el pan nuestro de cada día” (y la liberación de las deudas) pero que también acepta el mandato de ganar el pan con el sudor de su frente.
Generar trabajo decente y oportuno es un acto de integridad para que uno pueda honrarse al comer un pan amasado con su propio sudor, que nos asegure una vida buena y en paz, un pan que –nutriendo el espíritu– nos mantenga materialmente vivos y viviendo en la dignidad necesaria para consagrar el hecho de ser imagen y semejanza del más Grande, del Único, del Eterno, de Aquel que está en lo Alto.
El trabajo es liberador; cuando se tiene trabajo uno se “hace cargo” de sí mismo y de su familia, y da la oportunidad de convertir la fatiga diaria en un sentimiento de auto-respeto con el que se manifiesta el honor de no depender de quienes –regalando baratijas– nos manipulan para fines ideológicos y electorales.
Su Santidad nos llama a reconocer que dar trabajo es un hecho político y un acto de “buen gobierno”, y nos dice que aquellos que teniendo poder no generan trabajo se convierten en opresores, ya que el trabajo es un respiro para miles que a diario despiertan sabiendo que están casi muertos por la falta de recursos.
Tener trabajo facilita la práctica de solidaridad y ese amor por el Otro que está en uno, pero que muchas veces no es posible ejercerlo porque no se puede. Además, el trabajo es un ordenador social; cuando se tiene trabajo –y la garantía de un ingreso– se toman decisiones importantes sobre la educación propia y de los hijos, la adquisición de vivienda, el cuido de su salud y la mejora del hogar.
Entonces, generar trabajo es un hecho de justicia social, ya que pone al centro a la persona y su familia, liberándola de la manipulación de quienes se aprovechan de su necesidad y angustia para engañarles con cuentos chinos o mentiras muy bien elaboradas (como la famosa fábrica de empleos). Dar trabajo es estar comprometidos con la justicia y con la paz, así lo pide Su Santidad; y él nos advierte sobre el riesgo de conflictos y nos recuerda que en política la ética fundamental es asegurar que la gente pueda ganar su alimento y fatigarse con dignidad para pagar con su sudor los costos diarios de su vida y de su grupo familiar.
James Guilligan, en su Epidemiología de la Violencia, nos advierte que esta es una enfermedad que se incuba a partir de un patógeno social: los sentimientos colectivos de humillación y de vergüenza; quien no tiene trabajo se siente frustrado, humillado, siente pena por no ser proveedor de su hogar, y puede llegar a tener “malos pensamientos”, sobre esto hay que reflexionar mucho cuando hablamos de prevención.
¡Quien tenga oídos que oiga!