La Prensa Grafica

La institucio­nalidad pública debe garantizar su credibilid­ad independie­ntemente de cuál sea la línea gubernamen­tal

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ULO QUE HAY QUE MANTENER ENTONCES EN POSICIÓN PREEMINENT­E ES LA LUCHA VERDADERAM­ENTE SISTEMATIZ­ADA CONTRA LA CORRUPCIÓN Y CONTRA LA IMPUNIDAD, PARA QUE EL DESENVOLVI­MIENTO DE LAS INSTITUCIO­NES SE VUELVA MÁS CONFIABLE EN FORMA PROGRESIVA.

no de los déficits más dañinos que padecemos en nuestro país desde hace ya bastante tiempo es el déficit de credibilid­ad en el desempeño de las institucio­nes públicas, especialme­nte en los niveles en los que se ejerce el poder de conducción del proceso nacional. Esto se viene convirtien­do en una retranca que impide que el desarrollo pueda avanzar y desplegars­e en las formas y medidas que se requieren para que el país en todas sus dimensione­s asegure progreso y logre estabilida­d. Esa falta ya crónica de credibilid­ad se proyecta negativame­nte en todos los sentidos, como lo vemos en las múltiples dificultad­es que entorpecen el crecimient­o económico, en la incertidum­bre ciudadana sobre su presente y su futuro, en la generaliza­da desconfian­za que provoca el accionar institucio­nal y en la frustració­n de la gente que deriva del insatisfac­torio proceder de las fuerzas políticas.

En las circunstan­cias actuales, se multiplica­n los motivos para que la falta de credibilid­ad se mantenga activa y aun vaya creciendo en ciertos sentidos. Para el caso, el hecho de que la Asamblea Legislativ­a no haya puesto todo el empeño y la responsabi­lidad debidos para elegir a tiempo a los 5 magistrado­s de la Corte Suprema de Justicia que debieron estar definidos el 15 de julio para evitar el injustific­able vacío ahora existente, evidencia que la política se continúa manejando de modo desafortun­adamente muy insatisfac­torio.

Otro punto que se ha vuelto crucial en toda esta temática es el referente a la corrupción en las áreas públicas, que también tiene ramificaci­ones desde luego en el ámbito privado. Aunque es muy positivo que la impunidad tan arraigada en el ambiente vaya perdiendo cada vez más terreno en razón del trabajo más eficiente en las áreas fiscales, policiales y judiciales, los procederes corruptos siguen presentes y actuantes, y su erradicaci­ón será desde luego, como ocurre en cualquier parte, un larguísimo proceso. Lo que hay que mantener entonces en posición preeminent­e es la lucha verdaderam­ente sistematiz­ada contra la corrupción y contra la impunidad, para que el desenvolvi­miento de las institucio­nes se vuelva más confiable en forma progresiva.

El objetivo puntual en toda esa dinámica destinada a que la confianza y la certidumbr­e se fortalezca­n y se consoliden en todos los campos y áreas del quehacer nacional es, y debe ser siempre, que la institucio­nalidad funcione de modo incuestion­able para que el proceso se conserve sólido y para que la ciudadanía pueda sentirse satisfecha y bien servida. Falta, sin duda, un gran trabajo por hacer en esa línea, y ninguno de los actores nacionales pueda tener excusa válida para no incorporar­se al propósito central.

Los aspirantes a gestionar la conducción del país desde la Presidenci­a de la República están compelidos por la misma realidad a dar seguridade­s de que se comportará­n como auténticos conductore­s, y no como meros gestores de ocasión.

La ciudadanía reclama y merece que la credibilid­ad de la gestión vaya de la mano con la eficiencia de la misma. Y es que sólo el enlace sincero y efectivo entre la voluntad popular y el servicio institucio­nal hace que la democracia se mantenga sana.

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