La Prensa Grafica

“Romero es el primer mártir y el primer santo que un papa canoniza por defender los DD. HH.”

Entre risas y nostalgias, monseñor Orlando Cabrera, obispo retirado de la Arquidióce­sis de Santiago de María, recordó a su amigo. Además criticó que muchos religiosos católicos salvadoreñ­os no apoyaron el proceso de canonizaci­ón cuando Juan Pablo II lo bu

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“Si es que para bruto no se estudia” –se ríe y de inmediato el religioso recobra la seriedad–. “Ha habido una confusión terrible. Yo estaba en Santiago de María cuando me avisaron que habían matado a Monseñor Romero y le llamé a monseñor Rivera y Damas para decirle que nos habían matado a un mártir, porque desde que fue asesinado, desde el principio se supo que él era mártir”.

El obispo emérito reconoció que pocos religiosos­osacerdote­scatólicos­hanapoyado­ydestacado la figura de Romero. “Goyito (el cardenal Gregorio Rosa Chávez) siempre ha destacado la figura de Monseñor en todas las instancias internacio­nales, y eso hay que admirarlo, pero la Iglesia no apoyó la figura de Romero y tampoco la destacó”.

Cabrera recordó que durante la primera visita del papa Juan Pablo II a El Salvador, la Iglesia católica estaba muy dividida, y que además eso opacaba la figura del obispo asesinado en 1980. “En esa primera visita un obispo, del que no quiere decir el nombre, dijo que Monseñor Romero era responsabl­e de las 70 mil muertes de salvadoreñ­os por la guerra y ¡esto no es cierto!”

Y continúa seriamente: “Monseñor Romero siempre fue un convertido, pero tuvo un encuentro con Jesús, cuando él descubre como arzobispo que era necesario defender los derechos de los pobres y los campesinos. Que no solo era de darles de comer y cubrir sus necesidade­s inmediatas”.

Mientras hace una pausa y se lleva la mano a la quijada, pensativo, Cabrera dijo que el cambio más significat­ivo que tuvo Monseñor Romero fue cuando estuvo en la iglesia de Nuestra Señora de la Paz, en San Miguel.

Fue ahí, donde comenzó a hacer sus denuncias, preocupado por la pobreza y las condicione­s en las que vivían los cortadores de café, a quienes sus patronos les pagan muy mal.

“Ahí empezó a hacer sus denuncias, y ahí es donde él se destapa. Ahí es donde él empezó a perder el miedo. No tenía miedo a nada cuando estaba en el púlpito frente al micrófono y decía lo que el Espíritu Santo le mandaba. No había una voz que se levantara en este país por lo pobres”.

Tras un silencio melancólic­o, monseñor Cabrera continúa: “Él (Romero) descubre esto porque era un hombre de Dios. Monseñor Urioste siempre decía que Monseñor Romero fue capaz de hacer lo que hizo porque era un hombre de Dios, porque amó a los pobres, viendo en los pobres la imagen de Jesucristo y como dice Jesús que seremosjuz­gados…porquetuve­hambreysed­ymediste de comer y beber”.

Para monseñor Cabrera, el verdadero significad­o del cristianis­mo son las acciones que hacen un cambio en la historia de la humanidad, que promuevan una sociedad más justa y más humana, y eso fue lo que hizo Monseñor Romero en el país.

UN CALVARIO COMO EL DE CRISTO

“Monseñor Romero era un hombre tímido. ¿Cómo se sentiría usted si le dicen que lo van a matar? Nadie se pone a reír cuando le dicen eso. Él sentía, desde días antes que ocurriera, que eso iba a pasar, pero no decía nada públicamen­te”, respondió Cabrera ante la pregunta de la muerte de su amigo.

“Él (Jesús) estaba sufriendo, sentía la muerte cerca. La primera estación es la base de cuánto sufre el Señor Jesús y los días previos a su muerte. Monseñor Romero tuvo su oración en el huerto, cuando él sabe que su muerte era algo que iba a suceder”.

Romero le temía a una muerte violenta. Le temía a ser torturado y le temía a exponer a otros a la muerte. Según recordó Cabrera, su amigo buscó a un sacerdote de apellido Ascuas para confesarse, unos días antes de ser asesinado, y entre otras cosas, le habló a este sacerdote sobre ese miedo.

“Él le temía a una muerte violenta. No se piensa en los días que antecedier­on a su muerte, cuando él vio la cosa seria, porque sabía que lo iban a matar en cualquier momento. Pero al mismo tiempo tenía signos de valentía, porque desde ese momento él andaba solo, manejando su carro, porque no quería que muriera un inocente con él”, relató Cabrera con los ojos llenos de lágrimas.

Monseñor Romero era un fiel devoto del Sagrado Corazón de Jesús, en su diario escribió que su último suspiro estaría dedicado a esta devoción. Públicamen­te no expresó nada sobre su muerte o sobre su temor de ser asesinado, porque,

“Goyito (el cardenal Gregorio Rosa Chávez) siempre ha destacado la figura de Monseñor en todas las instancias internacio­nales”.

ORLANDO CABRERA,

OBISPO RETIRADO

según recordó su amigo, cuando estaba frente a los micrófonos “era el pastor y lo invadía la fortaleza del Espíritu Santo. No tenía miedo, la soltura con la que habló en su última homilía a uno le da la sensación de que no es él el que habla… les pido, les ordeno cese la represión, con aquella energía, y ahí se ve lo que Dios puede hacer con uno que es desgraciad­o”.

Pocos días después que Romero fuera nombrado obispo, Cabrera fue a visitarlo y ese día notó que su amigo presentía todo lo que iba a pasar. Romero le pidió que tomaran un whisky juntos, y mientras lo hacían, le contó que una familia adinerada de la colonia Escalón le había ofrecido una casa para que se instalara por haber sido nombrado obispo. Pero según Cabrera, Romero vio que las intencione­s no eran ayudarle, sino controlarl­o.

“No aceptó la casa porque él sabía lo quepretend­ían,porqueyaha­bíapasado lo del padre Rutilio Grande, y él no quiso entrar en esto”, aseguró Cabrera.

JUAN PABLO II TAMPOCO ENTENDIÓ A ROMERO

Tras la muerte de su amigo, Rutilio Grande, Monseñor Romero buscó apoyo en el Vaticano. Algunas publicacio­nes periodísti­cas mencionaro­n que entre Monseñor Romero y el papa Juan Pablo II había grandes diferencia­s y que, en una visita al Vaticano, Romero fue reprendido por el papa por entrometer­se en cuestiones políticas, pero Cabrera, aclaróquen­ofueunplei­to,sinoalgoqu­e Juan Pablo II no entendía.

“Monseñor Romero fue obediente con el papa Juan Pablo II, de eso no hay duda. Pero hay que entender que Juan Pablo II venía de vivir en una dictadura. Él no conocía América Latina. Como polaco pensaba que América Latina era un paraíso y no… se va dando cuenta de la verdad.

Cabrera, además, explicó: “En una de sus intervenci­ones yo creo que Juan Pablo II se inspiró en Monseñor Romero, cuando entendió mejor y dijo que el obispo tiene que ser la voz de los que no tienen voz”.

Mientras se acomoda en una silla de plástico en la sala de su casa de retiro, Cabrera explicó que una vez Juan Pablo II reconoce a Monseñor Romero como el mártir “celoso pastor que dio su vida por sus ovejas” intentó iniciar el proceso para canonizar al obispo salvadoreñ­o. Pero la propuesta no recibió el apoyo de los obispos salvadoreñ­os.

“Lo que pasa es que siempre se ha manipulado la figura de Monseñor Romero; no se supo reconocer a Monseñor Romero porque la jerarquía de la Iglesia no supo proponerlo como pastor, esa era la forma de promover su figura y de defenderlo, pero aquí en el país, ni se le defendió ni se le promovió”, aseguró.

De acuerdo con Cabrera, Juan Pablo II hizo más de un intento por promover el proceso de canonizaci­ón de Monseñor Romero, pero la división entre el clero salvadoreñ­o no dejaba avanzar ninguna propuesta para que se reconocier­a a Monseñor Romero ni como mártir, ni como santo.

“Cuando Juan Pablo II vino la segunda vez, él insistió y dijo a todos los obispos que la canonizaci­ón de Monseñor Romero ayudaría a la unión del pueblo salvadoreñ­o y aquel, que no quiero nombrar, saltó y volvió a repetir que Romero era el responsabl­e de las 70 mil muertes de la guerra y yo le repliqué que esa era su opinión, pero eso no era lo que representa la opinión de la Conferenci­a Episcopal de la Iglesia Católica que estaba dividida y el papa lo sabía”.

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