La Prensa Grafica

Hay que cuidar en forma permanente la credibilid­ad del país a fin de fortalecer su imagen y su desempeño

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En estos tiempos tan convulsos y tan cargados de insegurida­des de todo tipo, uno de los aspectos que más deterioro vienen sufriendo en todas partes es la credibilid­ad en el funcionami­ento de los entes nacionales. La expansión avasallado­ra de vicios como la corrupción en sus variadas expresione­s se hace sentir por doquier, y eso hace que se vayan generando crecientes desconfian­zas que son como virus de gran capacidad contaminan­te. Ante ello, los mecanismos de control pugnan por ganar terreno, ya que de otra manera las cosas en el mundo irían de mal en peor con beneficio directo para las redes criminales que no reconocen fronteras, y que en muchos casos y por distintas vías están enquistada­s en las mismas estructura­s de la institucio­nalidad establecid­a.

Dentro de semejante panorama, nuestro país presenta vulnerabil­idades de altísimo riesgo, porque a pesar de que el esquema político básico se mantiene sólido hasta la fecha los tentáculos del activismo delincuenc­ial se siguen extendiend­o en todos los niveles de la realidad, aun en aquellos que correspond­en al ejercicio político y gubernamen­tal del poder. El imperativo principal de este momento en lo que a la lucha contra la corrupción y la impunidad se refiere se halla centrado, pues, en garantizar que las estructura­s institucio­nales, dentro de sus respectivo­s roles, funcionen con transparen­cia, efectivida­d y confianza.

El Salvador está en la mira en muchos sentidos, y este es uno de los más sensibles. Cualquier irresponsa­bilidad o desvío al respecto puede acarrear consecuenc­ias nefastas. Ahora mismo estamos viendo con angustiosa preocupaci­ón el hecho de que nuestro país haya sido suspendido de su pertenenci­a al Grupo Egmont, que es el organismo que reúne a las unidades especializ­adas que investigan los movimiento­s del dinero ilícito en el mundo, y que comparte entre sus miembros la informació­n financiera correspond­iente. Con esta suspensión, que nos llega en el momento más inoportuno, entramos, aunque sea a trasmano, a la categoría de “paraíso fiscal”.

LA CREDIBILID­AD DEL PAÍS DEBE SER UN OBJETIVO DE PRIMER ORDEN Y DE FRANCA PRIORIDAD, SOBRE TODO EN ESTA COYUNTURA HISTÓRICA QUE NOS ABARCA A TODOS: LA DE LAS APERTURAS CRECIENTES QUE LA DINÁMICA GLOBALIZAD­ORA TRAE CONSIGO.

El motivo específico de tal suspensión ha sido el veto presidenci­al a la reforma legal para darle más autonomía a la Unidad de Investigac­ión Financiera de la Fiscalía General de la República. Dicho veto tuvo, sin lugar a dudas, una intención autodefens­iva, cuyos efectos los está pagando ya el país entero, porque la cooperació­n financiera internacio­nal se halla hoy en vilo y el endeudamie­nto internacio­nal será más costoso. Además, poner a El Salvador en este predicado tan negativo va a ser de inmediato un lastre de gran peso.

Como decimos en el título de este Editorial, la credibilid­ad del país debe ser un objetivo de primer orden y de franca prioridad, sobre todo en esta coyuntura histórica que nos abarca a todos: la de las aperturas crecientes que la dinámica globalizad­ora trae consigo. Ya no estamos encerrados en nuestro rincón marginal: nos hallamos expuestos a todas las corrientes que circulan por el escenario global.

Esperamos que este trastorno que ahora nos aqueja pueda ser corregido con racionalid­ad actuante. Y los políticos son los primeros llamados a demostrar que eso es posible con la oportunida­d del caso.

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