Solidaridad con Nicaragua
Una de las principales cualidades que distingue al ser humano es su capacidad de conmoverse, sobre todo frente al dolor ajeno, es decir la capacidad de sentir al otro en su sufrimiento. De ahí su humanidad. Y desde esa capacidad solo hay un paso hacia la generosidad y la solidaridad. Quien se conmueve ante el sufrimiento del semejante, suele ser solidario.
¿Estamos siendo solidarios ante el sufrimiento que está padeciendo el pueblo nicaragüense? ¿Nos conmueve? ¿Nos duelen los más de 400 asesinados por pedir justicia? ¿Nos importan los torturados a causa de sus demandas democráticas? ¿Sentimos, aunque sea por unos instantes, el dolor de esas madres desgarradas por la desaparición de sus hijos?
En nuestro país, durante los gobiernos militares, miles nos conmovimos ante la masacre de estudiantes del 30 de julio de 1975, ante las desapariciones efectuadas por la Guardia Nacional, ante las torturas en las ergástulas de la Policía de Hacienda, ante los crueles asesinatos de profesionales cuyo único crimen era pensar distinto. Y la solidaridad emanada de ello nos condujo a muchos a abandonar nuestras cómodas vidas. Una solidaridad tan intensa, tan sentida, que nos llevó a arriesgar nuestras propias vidas.
Solidaridad que no se limitaba a nuestras fronteras. Nos conmocionábamos ante los desaparecidos del régimen de Pinochet, ante los dirigentes estudiantiles lanzados desde el aire al mar en Argentina, ante los torturados por los militares brasileños, ante los vejámenes de la dictadura de Somoza. Solidaridad internacional era su nombre.
¿Qué nos pasó? ¿En qué momento de nuestra reciente historia se comenzó a perder esa capacidad de conmoverse ante el dolor ajeno? ¿En qué momento y por qué razones fuimos parqueando nuestra humanidad? ¿Cuándo inició el enfriamiento de aquella sensibilidad social? ¿Qué le pasó a esa juventud sensible y rebelde que ahora se deslumbra por una chumpa y una gorra que visten prepotencia, opacidad, intolerancia y autoritarismo?
Es cierto que el capitalismo que acá respiramos nos infla de individualismo, y que nuestros graves problemas y propios sufrimientos, aunado a nuestras altas dosis de inseguridad y desconfianza, nos dificultan incluso ser solidarios con nosotros mismos. Aun así, debemos sentir en carne propia lo que pasa fuera de nuestras fronteras, especialmente si se trata de nuestros vecinos.
Los que antes decían ser solidarios con las luchas de los pueblos, los que antes se rasgaban las vestiduras ante los atropellos de la dictadura salvadoreña y somocista, los que antes denunciaban las masacres de estudiantes y la represión de las manifestaciones, se han decantado a favor de lo que antes combatían y no podemos esperar de ellos mayor solidaridad hacia el pueblo nicaragüense. Sin embargo, no podemos esperar lo mismo de la iglesia, empresarios, ciertos partidos políticos, Asamblea Legislativa, ONG, sobre todo las que se proclaman defensoras de los derechos humanos.
¿Dónde están las vigilias y homilías en solidaridad con la iglesia nicaragüense? ¿Por qué callan algunas reconocidas ONG de Derechos Humanos ante la flagrante violación de estos por parte de la dictadura sandinista? ¿Dónde están las organizaciones estudiantiles manifestándose ante la embajada de la dictadura nicaragüense? ¿Han dicho algo los candidatos al respecto? ¿Dónde están los pronunciamientos de la Asamblea Legislativa, con mayoría de partidos de derecha, solidarizándose con el pueblo nicaragüense, o denunciando al gobierno del Somoza resucitado? Preocupa tanto silencio, insensibilidad e indiferencia.