Los trastornos del crecimiento económico proliferan en nuestra región, y hay que hacer todo lo necesario para revertirlos
La inseguridad en sus más variadas expresiones se ha venido convirtiendo en una presencia inquietante y amenazante que se cuela por donde puede, haciendo que el panorama global esté sobrecargado de incertidumbres y de ansiedades. Esto lo tenemos que subrayar a cada paso porque no sólo se trata de reconocerlo como una muy riesgosa constante de nuestro tiempo sino de encararlo de la manera más constructiva que sea factible. Una de las áreas donde la inseguridad hace de las suyas con mayor estrago es el área económica, con especial referencia al crecimiento y a la sustentabilidad del mismo. Así nos lo demuestran los análisis y las previsiones que dan a conocer periódicamente los expertos.
En términos regionales más amplios, las inquietantes previsiones que presenta el Banco Mundial (BM) para lo inmediato deben ser acogidas y analizadas con mucho cuidado. Hay signos de desaceleración en el crecimiento que tienen variados orígenes, y que desde luego están vinculados con las turbulencias políticas. Así, las complicaciones en Argentina, en Brasil y sobre todo en Venezuela tienen claros efectos desaceleradores; y en Centroamérica, la crisis política nicaragüense se ha vuelto un trastorno crítico inesperado cuya solución no se ve en el horizonte. Todo esto por supuesto se inserta en una situación global altamente conflictiva, cuya señal más notoria y preocupante lo constituye la “guerra comercial” entre Estados Unidos y China, que se está volviendo un azote de incertidumbres.
En lo que a Centroamérica se refiere, la crisis nicaragüense, que es esencialmente sociopolítica, también cambia el panorama: según las previsiones del BM, El Salvador en 2019 crecerá un 2.5%, sólo por encima de Nicaragua, cuyo desplome es evidente. Según las estimaciones, ya en este 2018, con la crisis nicaragüense detonada en abril, el PIB de ese país caerá un 3.8%, en abierto contraste con el crecimiento positivo del 4.9% que hubo en 2017. Esto muestra la fragilidad imperante en todos los ambientes actuales. El Salvador no ha tenido quebrantos desquiciantes a lo largo de su proceso, pero la inercia estancadora es también un problema de muy alto riesgo, que en ninguna circunstancia hay que desatender.
Lo que queremos subrayar, en lo que corresponde al manejo de toda esta problemática, es que hay una responsabilidad básica en el enfoque y en el tratamiento de las causas y de las consecuencias del mal funcionamiento económico, que va directamente enlazado con lo político y con lo social. Son los diversos actores principales en esos tres campos los que deben asumir, pues, el liderazgo conjunto para analizar problemas, definir estrategias y habilitar programas de acción. Sólo así podrá estructurarse una hoja de ruta que lleve a las metas pertinentes.
Lo más característico de este momento es que tanto lo positivo como lo negativo se hacen sentir en todos los niveles de la realidad, sin respetar fronteras ni condiciones de desarrollo. Esto debería conducir hacia el establecimiento de una comunidad internacional realmente interactuante, lo cual favorecería en especial a países como el nuestro, que están más necesitados de acompañamiento y de cooperación. Y aquí podríamos aplicar aquello de “no hay mal que por bien no venga”.
UNA DE LAS ÁREAS DONDE LA INSEGURIDAD HACE DE LAS SUYAS CON MAYOR ESTRAGO ES EL ÁREA ECONÓMICA, CON ESPECIAL REFERENCIA AL CRECIMIENTO Y A LA SUSTENTABILIDAD DEL MISMO.