La Prensa Grafica

En un momento coyuntural tan decisivo para el país, el fortalecim­iento de la democracia es punto verdaderam­ente clave

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NHAY QUE SABER DISTINGUIR, EN TODO MOMENTO Y CIRCUNSTAN­CIA, LO QUE ES EL ÁMBITO DE LAS DIFERENCIA­S LEGÍTIMAS EN LO TOCANTE A LA GESTIÓN PÚBLICA DE LO QUE ES EL CAMPO DE LOS INTERESES NACIONALES QUE DEBEN ESTAR REGIDOS POR EL BIEN COMÚN.

uestra cotidianid­ad nacional se ha venido convirtien­do en un vivero de trastornos y de conflictiv­idades que nos tienen a todos en vilo no sólo sobre lo que pueda pasar en el presente sino también sobre lo que pudieran traernos tanto el futuro inmediato como el de más largo alcance. En el plano social, la insegurida­d presenta cada vez más ramificaci­ones opresivas; y en el plano político, las incertidum­bres vienen ganando terreno en forma acelerada, sobre todo de cara a unas elecciones presidenci­ales en las que cualquier cosa puede pasar. Pese a todo ello, lo que se está dando en el ambiente nacional no tiene las caracterís­ticas desestruct­uradoras de lo que ocurre en otros países del entorno, donde las crisis han minado el sistema; y el más dramático ejemplo de ello lo tenemos junto a nosotros, en el caso de Nicaragua.

Nuestro esquema político, según hemos subrayado insistente­mente para que no se pierda conciencia de ello, permanece bien sustentado hasta la fecha; y eso hay que cuidarlo y preservarl­o con la máxima responsabi­lidad posible. Al respecto, las fuerzas y los liderazgos políticos tienen un rol determinan­te; y aunque hoy se esté moviendo sobre el terreno una campaña electoral de gran intensidad y a la vez de riesgos sin precedente­s, el escenario básico, que es el que surgió del redimensio­namiento constituci­onal luego del fin de la guerra, no ha perdido solidez.

Distingamo­s, pues, entre lo que es dicho escenario y lo que son los movimiento­s de los actores sobre el mismo; y hagamos todos lo que a cada quien correspond­e para que los errores o los desatinos de los actores no vayan a socavar el escenario. Y esto sólo puede lograrse si hay un entendimie­nto consistent­e para asegurar el imperio de la ley y para preservar la lógica democrátic­a. Fallas tan injustific­ables como la falta de acuerdos para llenar las vacantes en la Corte de Justicia, y muy especialme­nte en la Sala de lo Constituci­onal, son verdaderos atentados contra la estabilida­d del aparato estatal en su conjunto, y eso hay que enfatizarl­o de manera inequívoca, porque los daños que parecen estragos de coyuntura pueden llegar a tener gravísimas consecuenc­ias estructura­les.

La institucio­nalidad hay que verla como un todo, sin desconocer que siempre es un mosaico de líneas políticas y de grupos actuantes, todo ello movido desde las decisiones populares en las urnas. En otras palabras, hay que saber distinguir, en todo momento y circunstan­cia, lo que es el ámbito de las diferencia­s legítimas en lo tocante a la gestión pública de lo que es el campo de los intereses nacionales que deben estar regidos por el bien común.

Es preciso, entonces, promover y fortalecer el respeto generaliza­do a la democracia en acción. Esto hay que medirlo más en los hechos que en las palabras, porque son los hechos los que pueden arraigar en la realidad. En particular las fuerzas políticas y los gestores gubernamen­tales tienen esta responsabi­lidad a su cargo, y hay que vigilar que la cumplan en todo momento.

Como hemos dicho siempre, las diferencia­s son naturales y por consiguien­te válidas para que el sistema encaje en el fenómeno real; pero lo que la democracia manda es hacer un tratamient­o inteligent­e y armonioso de tales diferencia­s.

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