REZANDO JUNTOS, Domingo 32º TO. San Marcos 12. 38-44
Jesús, nos presentas dos escenas contrapuestas, que nos invitan a reflexionar y a convertirnos. Quizás también en los ambientes “cristianos” existen aquellos que son como los escribas, profundos conocedores de la palabra de Dios, insignes predicadores, pero son desenmascarados como hipócritas, vanidosos, devoradores insaciables y deshonestos de los bienes de los pobres.
Jesús denuncias tres aspectos de los escribas que presumían de cumplidores de la ley: vanidad, avaricia, hipocresía. Qué fuerte contraposición con lo que habías dicho poco antes: “El que quiera ser el primero entre vosotros, sea el siervo de todos, como el Hijo del hombre no ha venido para ser servido, sino para servir y dar la propia vida en rescate de muchos” (Mc 10, 43-45).
Jesús, hoy levantas tus ojos, y ves unos ricos echando donativos en la alcancía del templo. Gesto bueno y noble, deber que todos tenemos como ofrenda personal, como agradecimiento y retribución ante tu Providencia que siempre está presente en nuestras vidas. También ves cómo una pobre viuda echa solo dos moneditas, y dices: “Yo les aseguro que esa pobre viuda ha dado más que todos. Porque estos dan a Dios de lo que les sobra; pero ella, en su pobreza, ha dado todo lo que tenía para vivir”.
Te conmueve, Señor, por una parte la generosidad de la pobre viuda, expresas tu reconocimiento y admiración ante este gesto de desprendimiento y total abandono a tu Providencia divina, deja totalmente todo en las manos de Dios, así como lo hizo María que le entregó a Dios no solo dos moneditas, sino toda su vida, con el deseo de realizar su plan divino, su designio de Salvación, Ella en su “Fiat”, en su “Sí” sostenido como la nota musical, ofrece en continua confianza, todo lo que tiene y confía en el Señor con total abandono.
La conducta ejemplar de esta viuda me enseña a dar con generosidad incluso aquello que sirve para satisfacer mis propias necesidades.
Pongo en tus manos mi vida, como nos lo pide el Papa Francisco: «He aquí la sorprendente grandeza de Dios, un Dios lleno de sorpresas y que ama las sorpresas: nunca perdamos el deseo y la confianza en las sorpresas de Dios. Nos hará bien recordar que somos, siempre y ante todo, hijos suyos: no dueños de la vida, sino hijos del Padre; no adultos autónomos y autosuficientes, sino niños que necesitan ser siempre llevados en brazos, recibir amor y perdón.