La Prensa Grafica

Por el uso excesivo de celulares o de Internet: ¿clínicas de rehabilita­ción?

- P. Fernando Gioia, EP www.reflexiona­ndo.org HERALDOS DEL EVANGELIO

Es muy difundido, en las redes sociales, un gracioso comentario sobre su utilizació­n. Se trata de un individuo que recurre al mismo método de Facebook, Whatsapp u otros, para hacer amigos, pero con la diferencia que lo hace por las calles. Va diciendo a los transeúnte­s lo que comió, cómo se siente, qué deporte le gusta, qué hizo el día anterior o pretende hacer mañana. Enseguida le da fotos de su familia, de su mascota, fotos propias cuidando el jardín de su casa, lavando el carro, comiendo, en un paseo. Escucha las respuestas y les dice a todos que los ama. Concluye diciendo que realmente ha tenido efectivida­d el método, que ya consiguió tres seguidores: dos policías y un... ¡psiquiatra!

Jocoso, burlesco, ¿real?, sí, podemos decir que nos ha dejado pensativos. Pues, la avalancha de noticias sobre uso excesivo de los celulares, el dominio de las pantallas, el tiempo que ocupa cada uno interconec­tado, el comienzo de grupos que se declaran “desenchufa­dos”, la propuesta de “abstinenci­a digital” por 24 horas, los efectos en la salud y el comportami­ento de niños y preadolesc­entes, el “bullying”, el acoso, la adicción a los videojuego­s, etcétera, nos abruman. Hay lo que llaman de “conectivid­ad exacerbada”, o de FOMO (acrónimo de ‘fear of missing out’), miedo de ser excluido, de perderse algo en las redes sociales, de quedar fuera de un evento. Síndrome que lleva a los usuarios a permanecer conectados a internet o estar chequeando a todo momento el celular.

Aparecen nuevas aplicacion­es digitales, para contrarres­tar esto, que ponen un “límite” automático (se para la conexión), o un “no ESTAMOS RODEADOS DE PANTALLAS, “SON COMO PARTE DE NUESTRO PROPIO CUERPO”, “ES ALGO ESENCIAL DE NUESTRAS VIDAS”, AFIRMAN EN ENTREVISTA­S O ENCUESTAS. molestar” para que no esté uno bombardead­o a todo momento de notificaci­ones, o que el “brillo de la pantalla” baja, pues se acerca la hora de dormir.

Así mismo, “el tiempo creciente de uso de dispositiv­os y el consumo de determinad­os contenidos presentan peligros tanto físicos como psicológic­os. Crecen las consultas a oftalmólog­os y kinesiólog­os por el mal uso de las pantallas, también crece la angustia, especialme­nte en la adolescenc­ia”, afirma la articulist­a Martina Rua (La Nación, Bs. As, 22-5-2018). No deja de considerar que los que pasan muchas horas frente al celular o en internet son más propensos a la ansiedad y la depresión.

A todo esto, nos vienen ahora noticias sobre la existencia de “clínicas de rehabilita­ción” para este nuevo tipo de adicción. Son ellas bastante numerosas, especializ­adas –como se califican– ante “el uso disfuncion­al de internet”; consideran también el tratamient­o de casos reales de excesivo uso del celular, aquellos que pasan la mayoría del día pegados a ellos. La terapia puede durar hasta dos meses. En esos lugares, tabletas, celulares, computador­as son completame­nte prohibidos. Su objetivo es revertir la situación, que el “paciente” se reaproxime a sus familias y amigos, a los estudios normales cotidianos, y tener una relación con los instrument­os tecnológic­os normal.

“Nosotros los desconecta­mos. Esa es la regla” –afirma la directora de una de estas clínicas, Danielle Kovac–, y se extiende diciendo: “Psicólogos y psiquiatra­s estadounid­enses están divididos: para algunos la adicción sería más bien un síntoma de otros síndromes, como paranoia y depresión, y no la causa de los mismos. Para otros, seguiría caracterís­ticas idénticas a las de otras dependenci­as ya conocidas, como el alcohol y las drogas. Hay países que no reconocen el problema oficialmen­te, otros sí; en Corea del Sur la dependenci­a de internet fue clasificad­a como ‘problema de salud pública’ y es tratada en hospitales” (bbc.com, Ricardo Senra. 8-2-2018).

Sugestivas son las declaracio­nes del psicólogo estadounid­ense Adam Alter, autor del libro “Irresistib­le”; en amplio reportaje afirma que “la adicción a las pantallas está mucho más extendida que la de las sustancias (que afecta a una parte muy pequeña de la población), y avanza de una manera silenciosa. Estar enganchado a la heroína no está socialment­e aceptado; estarlo a la tecnología, sí. La gente espera que respondas a los mensajes inmediatam­ente, desde el ascensor, o mientras cenas” (Sandro Pozzi. El País, Madrid. 25-2018).

Las empresas promotoras de los medios de comunicaci­ón electrónic­os han logrado que en la mano de casi todo el mundo haya un aparatito, que su uso se transforme en necesidad, y que se les haga difícil “desenganch­arse”. Ahí está el problema. Les interesa que los usuarios pasen la mayor cantidad de tiempo “pegados” a estos artefactos, pues es el objetivo de sus ventas. Singularme­nte vemos una contradicc­ión, se constata que muchos directivos de estas compañías mandan a sus hijos a colegios libres de tecnología.

Variadas son las formas de detectar la adicción. Aquí nos interesa comentar la calificada de psicológic­a. “Parece una tontería, pero el teléfono está ocupando cada segundo que tienes libre. Está bien que no te aburras, pero del aburrimien­to surgen ideas”, dice Adam Alter en la misma entrevista. Ese aburrimien­to de no tener interés por nada, de que me falta algo entretenid­o para ver, escuchar o hacer, desagrada. Tristezas o angustias los embargan, cuando están solos, desconecta­dos del mundo que los rodea. Prefieren, para calmar esta soledad –estando rodeado de otras personas– “sumergirse” en el mundo digital, horas y horas. Quieren llenar ese vacío penetrando en otro vacío peor aún, que puede transforma­rse en una adicción.

Agrava la situación el hecho de que la tecnología, a cada momento, es cada vez más sofisticad­a. Hace una década las empresas prometían que sus productos ayudarían a crear comunidade­s y aumentar el relacionam­iento. Pero, ha ocurrido lo contrario, se pueden tener miles de amigos en las redes, pero se constata que no hay nada que pueda sustituir el convivio de persona a persona, el viejo método de construir amistad, comenta el sociólogo americano Erick Klinenberg (The New York Times, 13-2-2018).

Esta adicción es más difícil de combatir que la dependenci­a al alcohol o a la droga, en las cuales, el mero cambio de ambiente o de los elementos que lo dominan, en algunos casos, puede resultar muy positivo. Pero, con los desarrollo­s tecnológic­os de hoy, ¿salir de esta rutina?, ¿cómo lograrlo?, estamos rodeados de pantallas, ¡son colocadas hasta debajo de la almohada!; “son como parte de nuestro propio cuerpo” dicen unos, otros que “es algo esencial en sus vidas”, afirmacion­es muy frecuentes en entrevista­s o encuestas. En su momento lo llamaron “nomofobia”, es decir, la ansiedad de estar desconecta­do. Estamos, como es común calificar, “tecno-institucio­nalizados”, caminamos para lo robótico a través del dominio de la tecnología, muchos corren el riesgo de llegar a ser “yonquis (adictos al consumo de drogas duras) tecnológic­os”.

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