La Prensa Grafica

TRECE MUJERES, TRECE TUMBAS

“YO ESTOY EN DICOM, A MÍ ME ESTÁ LLAMANDO EL BANCO POR UN CARRO QUE ÉL ANDA. ME VAN A EMBARGAR EL SUELDO EN CUALQUIER MOMENTO”

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Soy abogada, tengo 38 años. Trabajo en el Órgano Judicial, y tengo una especializ­ación en casos de familia. Uno piensa que nunca le va a pasar algo así, pero cuando uno llega del otro lado, cuando ya no es el operador de justicia sino que todo lo contrario, es una persona más, una mujer más y no tiene ni idea de dónde está parada.

Mi separación con mi esposo se desata por un incidente estúpido. Nosotros teníamos cinco años de casados, más dos años de vivir juntos. Después de todo el proceso que he tenido en este tiempo de separación, entiendo que fui maltratada desde un principio, pero nunca me di cuenta. Es más, yo llegué al Tribunal de Familia, el día que lo denuncié, sin saber efectivame­nte que estaba siendo violentada. Eso es lo divertido, y digo divertido hoy, pero en aquel momento era una cosa triste.

De los siete años juntos, en el último él recibió un aumento de salario considerab­le y las cosas comenzaron a cambiar: empezó a dejarme un poco más libre, respirar. En los seis años anteriores, la que tuvo mayores ingresos económicos siempre fui yo, la que puso lo de la casa siempre fui yo. Vengo de una relación anterior donde nace mi hija, él igual tiene una hija de su primer matrimonio. Por considerac­ión de que él ganaba menos, yo aportaba más a la casa y él siempre tuvo un pequeño resquemor por eso, ahora lo entiendo.

Continuame­nte me revisaba el teléfono, yo nunca me había dado cuenta, era a escondidas: solamente lo agarraba, se echaba el rollo, pero yo nunca tuve problemas, al punto de que nunca tuve mi teléfono bloqueado. No borraba los mensajes porque no creí que fuera necesario, no tenía nada que ocultar.

Un día, de la nada, revisa mi teléfono, encuentra una conversaci­ón que le pareció fuera de tono. Me reclama, me empieza a preguntar, se desata el ataque de celos. Por más que yo traté de explicar que las cosas no eran como él pensaba, fue imposible. En el mensaje que me encontró le comentaba a esta persona, que es un gran amigo mío, que se me había quebrado una uña acrílica, y yo ponía ojitos como que me dolía. Mi amigo me decía: “¡Ay!, ¡qué lástima, cálmese!” Ahí empezó la discusión.

—No he hecho nada malo. Efectivame­nte tengo una amistad, pero tranquilo, no ha pasado nada. —Te arrancás esas mierdas (uñas acrílicas) de la mano, pero ya– me dijo. Me hizo agarrar el alicate y arrancarme las acrílicas ahí, frente a él. Eso fue un domingo. Tras la discusión, me dijo que me iba a perdonar.

—Querés que esto se arregle, ¿verdad? Y si querés que esto se arregle, comenzamos ya con los cambios. Primero, vos no podés tener amistad ni ningún tipo de confianza con ningún otro hombre que no sea yo. Segundo, le hablás a tu papá y le decís lo que has hecho. Después marcale a ese hijueputa. —¿Cómo? No, mirá, yo no le puedo marcar. —Pero es que yo quiero hablar con ese hijueputa. ¿Y por qué no le podés hablar? —Porque el hombre es casado, y no puedo hablarle. —¡Ah, además es casado! Pues con más razón hablale para que se le destruya el matrimonio como me está destruyend­o el mío.

Agarré mi teléfono y a las 10 de la noche comencé a marcarle. Sonó tres veces, a la tercera se apagó el teléfono y se colgó. El lunes me mandó a trabajar con algunas exigencias.

—Vas a ir donde ese y vas a terminar cualquier tipo de relación, esto se acabó ya. Necesito que pidas traslado. No quiero que trabajes con él, y no pido que renuncies porque necesitamo­s el dinero; si no te juro que ahorita te digo que mandes todo a la mierda porque no quiero que volvás a salir. Al menos pedí traslado.

—Pero eso no es de un día para otro, lo que me estás diciendo.

—Tres, vas a hablar con tus amigas. Ellas sabían, y me han visto la cara de pendejo en mi casa. Entonces se tienen que enterar que no quiero volver a verlas nunca. Ya no vas a llevar tu carro al trabajo, te voy a ir a dejar y a traer; cuando no pueda ir, te voy a mandar al motorista. Te voy a tener controlado cada minuto, desde que salís hasta que regresás a la casa, te vas a tomar fotos en cada lugar en el que estés y con quien estés. Vas a dejar de ponerte cremas, de arreglarte, porque esas babosadas las hacés para encantar a alguien más y no para mí.

Desde el principio, como es un hombre tan machista, en vez de platicar y decir “voy a buscar ayuda”, lo primero que hizo fue meterse a internet y buscar cosas tipo ‘cómo superar una infidelida­d’. La cosa es que se metió y sacó un montón de consejos supuestame­nte de psicólogos argentinos donde se decía que lo importante era que yo tenía que

reconocer mi culpa y que la persona engañada tenía que soltar todo y hacer pagar al otro. Me enseñó todo lo que había buscado, me mandaba cosas para que leyera; de las primeras cosas que me mandó fue “Las señas de un infiel”. Yo ya estaba totalmente entendida de que yo era la peor de las putas por haberme atrevido a tener una relación de confianza con alguien más, en el sentido fraternal.

Llegué el siguiente día a la oficina, hablé con mis compañeras y lo primero que me dicen es: “Te dijimos que no hicieras eso, vos sabías cómo era, hija, ahora sedita tenés que estar”. Esos fueron los primeros “apoyos” que tuve de mujeres, lo que me hizo sentirme todavía peor. También hablé con mi amigo, obvio me buscó para preguntarm­e qué pasó por la llamada de una noche antes, y me dijo que si yo quería hablaba con él. Entonces le respondí que no, pero mi esposo comenzó a llamarle, y le pedí que no contestara. Eso alimentó más la locura, al punto de valerse de su cargo en una institució­n pública para hablar al despacho de mi amigo, y decir que estaba buscando un documento para su jefe.

Otra cosa que me hizo fue obligarme a ir al ginecólogo porque yo tengo un problema de una adenomiosi­s (útero agrandado) complicada, por momentos tengo sangramien­tos de más de los siete días. Había momentos en que no podía tener relaciones sexuales porque estaba sangrando, pero él me obligaba a tener relaciones así. El doctor confirmó el diagnóstic­o de las otras ginecóloga­s, a quien él no les creyó, y me recomendó una operación. Después de ir al ginecólogo, en la noche me sacó unos vouchers (comprobant­es de pago), y me levantó a las 5 de la mañana, llegó a mi cama a preguntarm­e de qué se trataba cada uno y con quién había comido en cada lugar. Le expliqué cada uno. —Andá a quemar esas mierdas, hincate ante Dios y pedí perdón. Fui y los quemé; no me hinqué pero sí los quemé. Luego, al día siguiente continuó, porque había un voucher que era de Ataco.

—Ayer quemaste una mierda y yo la quería tener de prueba. Jurame que no has salido de San Salvador con ese hijueputa.

—Nunca he salido de San Salvador con él, te estoy diciendo que es alguien casado. Me tomo un café después de la oficina y punto, es a lo más que hemos llegado.

—Es que yo estuve en Costa Rica, y el voucher decía noviembre. Segurament­e te fuiste a un hotel.

—No. En Ataco estuve con mis papás, te diste cuenta y sí, compré un café en una tienda y eso fue. ¡Dejá de estar imaginando!

“Me hizo agarrar el alicate y arrancarme las acrílicas ahí, frente a él... Y me dijo: ‘Te voy a tener controlado cada minuto. Vas a dejar de ponerte cremas, de arreglarte, porque esas babosadas las hacés para encantar a alguien más y no para mí’”.

—Tenés que aguantar. Sometete. Entendé que tenés que someterte porque si no, esto se acabó...

Ese día sacó sus cosas, tiró la ropa y se fue. Yo lloraba como una magdalena. Luego regresó y metió todo de nuevo a las gavetas. Seguimos la semana, fui donde la psicóloga, le conté lo que sucedió: ella me dijo que yo estaba siendo víctima de violencia y que debíamos separarnos, pero a él no le pareció y prometió ir donde su psicóloga. Al día siguiente llegó de sorpresa a mi oficina.

—Ya hablé con mi psicóloga. Me dijo que tu psicóloga está loca, que ningún psicólogo le aconseja a un paciente que se dejen, que a saber de dónde ha sacado el título esa mujer que te está atendiendo.

—¿Me estás hablando en serio? No puede ser que te haya dicho eso.

—Como no, me dijo eso; también me dijo que a ella le había pasado algo similar con su hermano, y lo que le había servido era que se carearan las personas, los involucrad­os, entonces que nos sentemos con ese hijuelagra­nputa. Te tenés que someter, entendé.

—Yo no me puedo someter. Te estoy diciendo que ya regresa mi hija y no puedo permitir que vea cómo me tratás.

—Te voy a tratar como quiera, frente a quien yo quiera. Es eso, o mandamos esto a la mierda. —Ok, ¿cómo vamos a hacer con el préstamo? —Esto se acabó. Yo saqué un préstamo de $7,500 en ventanilla de banco, y se los di a él para que comprara un carro que puso a su nombre. Obvio, al final era su carro, que iba a “pagar”. Se comprometi­ó a pagar el préstamo, pero hasta la fecha estoy esperando que cumpla supuestame­nte esa palabra. Ese mismo día fue a sacar todas las cosas de la casa, se las llevó y se fue; yo luego lo busqué, le dije que lo extrañaba. Después de irse, siguió con sus celos y me comenzó a pedir un teléfono que él me pagaba, pero yo lo perdí. Luego me mandó a su abogado.

Mi papá me recomendó que lo del préstamo del carro constara por escrito. Yo pensé que él no iba a soportar eso. Le escribí un correo muy tranquilo donde decía que el compromiso respecto al préstamo que saqué, se cumpla, que conste que tenemos un mutuo por la cantidad que costó el vehículo. Pareció que le había dicho que era la peor de las basuras y que lo había insultado. A partir de ahí comenzó la agresión espantosa. Comenzó a sacarme las veces que había llevado mi carro al taller, que le había puesto gasolina, no sé cómo explicar la lista; quería que el carro le saliera gratis. Cuando me dijo que me iba a denunciar porque yo le estaba pidiendo que se comprometi­era conmigo en el préstamo, ahí dije: “No, esto no puede seguir así, yo me voy al juzgado”. Cuando comencé a contar todo en el tribunal, la misma jueza, al oírme, me respondió: “Esto es violencia patrimonia­l y violencia psicológic­a”.

Luego nos vamos al proceso de violencia, y él me contradema­nda por violencia también, y por infidelida­d; como yo supuestame­nte fui infiel, es violencia psicológic­a contra él, dijo.

Puse como defensoras a unas abogadas, grandes amigas mías, expertas en violencia contra las mujeres, pero llega un momento en que hasta ellas terminan intimidada­s, porque él efectivame­nte es un hombre nefasto. Llegaba de bravito a los tribunales.

La jueza en la primera audiencia nos mandó a los dos a terapia al Ministerio de Seguridad. Ahí comencé a ahondar en cuestiones más lejanas y nos dimos cuenta de que la violencia venía de años, desde el principio, por ser una mujer divorciada, tener una hija, con quien siempre se llevó mal; no solo me maltrató a mí, también maltrató a mi hija de formas casi impercepti­bles. Llegó un momento que me hizo que le demostrara a mi hija que quien mandaba era él.

He llegado al punto de tener que pedirle perdón a mi hija por lo que le hice vivir durante todos estos años.

La psicóloga del Ministerio de Seguridad emitió su informe y muy sinceramen­te me dijo: “Mire, le tengo que decir algo: su esposo ya no viene, es un misógino y lo voy a poner en el informe; tiene claros síntomas de misoginia, porque dice que no tiene absolutame­nte nada y que no necesita ayuda de ningún tipo, que es un hombre perfecto”.

Inmediatam­ente cuando leyeron el informe en una audiencia, él interpuso una denuncia en la fiscalía por falsedad material del informe emitido por la psicóloga del Ministerio de Seguridad. Hablé con la psicóloga y me dijo que no me preocupara.

Al final de todo, lastimosam­ente, la jueza de Primera Instancia nos absolvió a ambos. Ella no vio violencia de mi parte hacia él, y tampoco violencia de él hacia mí.

Mi abogado me recomendó que apeláramos, y hace dos o tres meses lo condenaron, está condenado por violencia psicológic­a, pero lastimosam­ente no por violencia económica.

Yo estoy en DICOM, a mí me está llamando el banco por un carro que él anda; lo único que logramos es que le pongan una anotación preventiva al carro para que no lo pueda vender. En cualquier momento me van a embargar el sueldo y tengo que ver cómo hago.

Dos años han pasado desde el problema y yo sigo casada con él. Pasé una crisis terrible, entré en depresión, tuve dos accidentes automovilí­sticos, y el sentimient­o de culpa me duró casi un año. Sentí que el mismo sistema me estigmatiz­aba, pero he sentido apoyo en el Ministerio de Seguridad. La gente de Medicina Legal fue terrorífic­a, ver sus informes que decían que ahí no pasó nada.

Después de dos años, cuando creí que lo había superado, pasó lo de la periodista (el asesinato de Karla Turcios a manos de su compañero de vida, en abril pasado) y me senté a llorar como niña. Incluso, cuando me siento en el tribunal, hablo y me pongo a llorar, porque es algo espantoso, saber que pasé por eso no se cura nunca...

Me gustaría decirle a las mujeres que se escuchen a ellas mismas, si hay algo que las haga sentir mal, o si en algún momento se sienten mal consigo mismas, algo pasa. Nadie que te quiera bien va a hacerte sentir mal por una actitud, ni por cómo te vistes, comes, hablas; la persona que te quiera lo hará con tus virtudes y tus defectos, sin querer cambiarte.

No se alejen de sus amigos ni de su familia. ¡Nunca! Primero es tu familia, tus hermanos, padres, que son los que van a estar con vos siempre, te han amado desde el principio. Mantengan su independen­cia, en todos los sentidos. Nadie tiene que controlarl­es horarios, celulares, dinero, forma de vestirse ni nada. Los comentario­s en una pareja deben ser de sugerirte algo, no de imponerte.

Hasta la fecha, si me pongo a acordarme, juro que una de las cosas más tristes fue perder a una persona que realmente le tuve una gran estima. Pero bueno, las cosas pasan por algo y la vida me enseñó que esa persona apareció en mi vida con el fin de que yo terminara con esa relación abusiva, tan espantosa de años...

“Maltrató a mi hija de formas casi impercepti­bles. Llegó un momento que me hizo que le demostrara a mi hija que quien mandaba era él. He llegado al punto de tener que pedirle perdón a mi hija por lo que le hice vivir durante todos estos años”.

* ESTA ES LA VERSIÓN, EN PRIMERA PERSONA, DE UNA MUJER QUE FUE VÍCTIMA DE VIOLENCIA. SOLO SE HICIERON ALGUNAS MODIFICACI­ONES EN EL ORDEN DE SU NARRACIÓN.

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