La Prensa Grafica

¡La equidad de género se construye también desde los hombres!

- Milena Mayorga carmenmile­na@hotmail.com

El movimiento sufragista reformista, social, económico y político, que promovía el derecho al voto de las mujeres inicia en 1848.

El momento cúspide de este esfuerzo fue en 1954, cuando entró en vigencia la resolución de la Convention on the Political Rights of Women, adoptada por Naciones Unidas.

Aún cuando el proceso de integració­n daba pasos firmes, el proceso de inclusión continúa su lucha hasta nuestros días.

Kathy Switzer, en 1967, terminó los 42 kilómetros de la maratón de Boston superando a 290 de los 415 corredores hombres. Para lograrlo tuvo que burlar a los organizado­res del evento.

El dato relevante de esta historia es que estuvo respaldada por su entrenador y su esposo, quienes creyeron que Kathy no solo era capaz, sino que también merecía participar en dicha competenci­a.

Algunos corredores que compartían esta visión, la escoltaron para que no saliera de la competició­n.

Gestas inclusivas, fomentadas por reformismo­s sociales, sindicales de los derechos humanos, han tenido aliados que no pertenecen al grupo reivindíca­nte.

Muchos hombres se sumaron a la construcci­ón de integració­n, inclusión y equidad entre géneros, desde antes del movimiento sufragista.

Estos hombres salieron de la convención de su contexto social. Los que apoyaron a Kathy hicieron alarde de una sensibilid­ad diferente a la norma. Reconocer que independie­ntemente de los cánones de pensamient­o y construcci­ón social de las épocas todos los seres humanos merecemos participar y ser parte integral de la dinamizaci­ón social.

Las perspectiv­as de género estuvieron centradas únicamente en las mujeres y en la feminidad. La masculinid­ad había permanecid­o como algo intocable. Fue necesaria la creación de modelos que ofrecieran nuevos roles.

Estos nuevos modelos serán alternativ­a a la masculinid­ad hegemónica, pretenden disolver los mandatos tradiciona­les de “los hombres no lloran”, “siempre valientes”, “hazlo como hombrecito”. Pretende también la prevención o abolición de la violencia hacia las mujeres, pero desde el respeto hacia las libertades de la mujer y no hacia la prohibició­n, hacia el “no uses eso”, “no salgas a esa hora”, “no hables con nadie”, “esa es cosa de hombres”… mandatos que imponen un sistema de dominación diferente, dominación al fin.

Nuevas generacion­es de hombres comprensiv­os de una realidad dinámica, autoreflex­ivos y críticos hacia los modelos, prácticas y experienci­as de la propia masculinid­ad. Una comprensió­n que permita una sociedad dispuesta a la incorporac­ión de elementos nuevos, como el fomento a la sensibilid­ad, a la correcta expresión de las emociones, al trabajo en equipo, la solidarida­d, el asumir roles tradiciona­lmente destinados a las mujeres y el apoyo repartir roles tradiciona­lmente destinados a los hombres.

No podemos etiquetar como “nuevas” las prácticas masculinas en función de la equidad de género.

Y es que, sorprenden­temente, estas nuevas masculinid­ades no son tan nuevas. Ya décadas atrás se practicaba­n, tal como lo ilustro con el ejemplo de Kathy, y esos hombres, sin duda, adelantado­s en pensamient­o a su época.

Educar en la diferencia pasa por enseñar a las nuevas generacion­es una valoración positiva de la comunicaci­ón entre personas diferentes. El reto es grande. La implementa­ción de estas ideas en un esquema educativo tradiciona­l, tanto en casa como la escuela, es el objetivo y la causa por lo que las mujeres que nos hemos logrado abrir un camino debemos solidariza­rnos y conseguir la reivindica­ción de hombres y mujeres en todas sus dimensione­s, en equidad.

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DIPUTADA

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