Lo primero que habría que asegurar para que el país entre en verdadera ruta de crecimiento es la confianza en todos los órdenes
COMO HEMOS DICHO TANTAS VECES, Y COMO VAMOS A REPETIRLO CUANDO SE HAGA OPORTUNO, EL SALVADOR YA NO PUEDE CONTINUAR EXPUESTO A LOS CAPRICHOS DEL MOMENTO Y A LOS VAIVENES DE LA IMPROVISACIÓN.
En esta fase de volatilidad política que se da sobre todo por efecto de la ya inminente decisión en las urnas que definirá quiénes conducirán al país en el próximo quinquenio, todo pareciera estar en ascuas, en una expectativa que por supuesto dificulta la activación de iniciativas que permitan anticipar lo que viene en las áreas más sensibles de nuestra realidad. No es casual, entonces, que algunos elementos de dicha realidad estén mostrando signos muy preocupantes, como son por ejemplo el déficit fiscal y el incremento de la deuda pública. Según el más reciente informe económico de FUSADES, la tendencia hacia la reducción del déficit se ha revertido este año, y también ha crecido el endeudamiento público, en el marco de un proyecto de Presupuesto para 2019 que sigue en las mismas.
Lo que se está recomendando nuevamente, y esta vez con más énfasis, es emprender verdaderos esfuerzos en la vía de la interacción de las fuerzas nacionales de tal manera que se pueda apuntalar la estabilidad y se haga factible la dinamización del desarrollo. Las condiciones básicas para que nuestro desempeño económico nacional tome impulso siguen estando presentes, y es absolutamente claro que lo que se necesita con urgencia es entrar en el área de los entendimientos y de los consensos para que no se malgasten energías ni se desperdicien oportunidades. En otras palabras, hay que entrar en la línea del orden y de la responsabilidad, que no tienen colores políticos ni banderas ideológicas. Es el pragmatismo inteligente lo que debería imponerse fuera de todo sesgo y de cualquier resistencia.
Es cierto que no hemos padecido fracturas del sistema establecido ni ha habido desajustes estructurales inhabilitantes, pero sí venimos dándole largas al imperativo democrático de que todos los actores nacionales colaboren en garantizar la buena marcha del país. Esto tendría que empezar por hacer una especie de examen valorativo de lo que a cada quien le corresponde asumir para que la nación pueda funcionar como un todo. En esa toma de conciencia, que es esencialmente patriótica, nadie debe quedar al margen. El país nos necesita a todos y todos necesitamos al país. Hay ahí un círculo virtuoso que nunca nos hemos atrevido a tomar en serio.
Como hemos dicho tantas veces, y como vamos a repetirlo cuando se haga oportuno, El Salvador ya no puede continuar expuesto a los caprichos del momento y a los vaivenes de la improvisación. La confianza que se requiere para que el presente se estabilice y el futuro se visualice no va a surgir por arte de magia: los salvadoreños, en nuestras diversas posiciones y con nuestros diferentes enfoques, somos los llamados a construir normalidad y a potenciar progreso.
Uno de los puntos más decisivos es el establecimiento de un clima de cooperación constructiva entre el sector público y el sector privado. Eso no sólo consolidaría la factibilidad de un crecimiento suficiente y expansivo sino que contribuiría vigorosamente a proveerle al país las herramientas y los insumos de desarrollo que estamos esperando y reclamando todos los salvadoreños. Este es un momento generador de grandes ansiedades y a la vez de enormes expectativas. Manejemos todo eso en clave de superación integral hacia adelante.