La disciplina financiera se vuelve cada día más esencial para que nuestro país pueda avanzar de veras hacia el desarrollo
LESTA NECESIDAD DISCIPLINARIA NO ES DE HOY, PORQUE LA TENDENCIA APUNTA SIEMPRE A DESCUIDAR LOS DEBIDOS CONTROLES EN FUNCIÓN DE PONER EL FENÓMENO FINANCIERO AL SERVICIO DE LOS INTERESES POLÍTICOS COYUNTURALES.
as condiciones actuales de la realidad nacional vienen poniéndole cada vez más presión a la institucionalidad pública para que las finanzas se ordenen, haciendo así posible que vayan incrementándose los ingresos y controlándose los gastos. Esta necesidad disciplinaria no es de hoy, porque la tendencia apunta siempre a descuidar los debidos controles en función de poner el fenómeno financiero al servicio de los intereses políticos coyunturales; pero como ocurre siempre que el orden se descuida y la moderación se desecha, las consecuencias van avanzando hasta convertirse en retrancas de alto poder obstructivo. A esos niveles estamos llegando, y algunos contenidos del proyecto de Presupuesto General del Estado que está en manos de la Asamblea Legislativa, que tiene la obligación de aprobarlo antes de que el año concluya, así lo demuestran.
El Instituto Centroamericano de Estudios Fiscales (ICEFI) acaba de señalar cuestiones y situaciones muy preocupantes al respecto. Para el caso, en el proyecto de Presupuesto para 2019 las partidas destinadas a Salud y a Educación seguirían por debajo de los niveles de 2009, y el servicio de la deuda pública estaría por encima de la suma de lo presupuestado para esos dos rubros tan vitales para la buena marcha del país. La simple lectura de cifras como esas indica que nos hallamos en un empantanamiento que debe empezar de inmediato a ser revertido, para tener verdadero horizonte de futuro. Y el compromiso disciplinario tiene que incorporarse entonces a todas las proyecciones de la gestión institucional.
Como estamos en campaña presidencial de alto voltaje por la naturaleza de la competencia que ahora se escenifica en el ambiente, lo que menudea día tras día es el flujo de las promesas para ganar simpatías y conquistar voluntades. Esto tiene dos riesgos que pueden muy depredadores en el inmediato futuro: que la ciudadanía se siga frustrando porque las promesas descontroladas no puedan concretarse en hechos reales y que las finanzas públicas se continúen desfondando por efecto de un gasto que siga sobrepasando los márgenes sostenibles.
Y es que a la próxima gestión presidencial le tocará, independientemente de las declaraciones coyunturales, enderezar el rumbo del país, tal como la ciudadanía viene demandándolo con creciente impaciencia. Esto no es ni podría ser un propósito opcional, porque de no entrar en el rumbo correcto, tal como lo están reclamando las condiciones nacionales e internacionales imperantes, no sólo la gobernabilidad se haría impracticable sino que el esquema nacional en su conjunto sufriría deterioros cada vez mayores.
Ahora, pues, hay cosas que se imponen de manera espontánea: la sensatez financiera en todos los sentidos, el manejo inteligente de la inversión tanto pública como privada, la planificación de la ruta hacia el desarrollo en clave de consensos entre las diversas fuerzas actuantes y la incorporación práctica del concepto de unidad nacional como instrumento básico de normalidad y de progreso, entre otras. Para que eso se dé, la conflictividad artificial y la tentación populista deben quedar a un lado.
Esperemos que las experiencias que venimos viviendo y que de muchas maneras siguen presentes nos hagan reconocer que el destino del país es tarea y responsabilidad compartida sin excepciones.