La incertidumbre se ha vuelto viral en todas partes, incluyendo nuestro país, que está hoy en ascuas
LA INSEGURIDAD SOBRE EL DESENVOLVIMIENTO DEL QUEHACER POLÍTICO Y ECONÓMICO SE HALLA EN LA PRIMERA FILA DE LAS INQUIETUDES Y DE LAS ANSIEDADES QUE ESTÁN HOY SOBRE EL TAPETE DE LOS HECHOS.
Las diversas situaciones sin precedentes que van presentándose en cadena por las más diversas zonas del mapa global están generando de manera creciente grandes inquietudes sobre lo que puede darse en el presente y venir en el futuro, porque lo que menudea en el momento actual son las inseguridades más variadas, que van de la mano con las decisiones de efectos imprevisibles que surgen de la frustración y del descontento de los ciudadanos en las más diversas sociedades. Todo indica que el desempeño de la política está en crisis por doquier, y este es un fenómeno transversal, lo cual reitera la característica más común en estos tiempos de globalización expansiva, en los que todos acabamos compartiendo experiencias de toda índole. Como se trata de algo que no se había dado antes en el curso de la contemporaneidad, nadie parece contar con fórmulas de manejo para hacerle frente a lo que está pasando y a lo que de seguro podría venir en las etapas sucesivas.
La inseguridad sobre el desenvolvimiento del quehacer político y económico se halla en la primera fila de las inquietudes y de las ansiedades que están hoy sobre el tapete de los hechos. En nuestro vecindario inmediato, casos diversos pero muy reveladores como los de Nicaragua y México deben ponernos en especial alerta. La crisis nicaragüense ha brotado estrepitosamente al colapsar un acuerdo artificioso y en muchos sentidos perverso entre el poder político y el poder económico; y en México, el rechazo masivo a la alternancia tradicional en el ejercicio del poder, marcada por tantos vicios históricos, ha puesto a la cabeza una alternativa de características imprevisibles, que ya se decanta hacia un populismo de altísimo riesgo.
El principal problema derivado de llegar a tales extremos es que la imprevisibilidad irresponsable va tomando todas las posiciones disponibles; y eso, en vez de conducir a soluciones sustentadas, impulsa hacia más insensatez y más insostenibilidad. Y desde luego, cuando se entra en terrenos cenagosos las salidas restauradoras se van cerrando, como vemos de manera lacerante en el trágico caso venezolano, donde un país de gran prosperidad ha derivado en un nudo de miserias inverosímiles en todos los órdenes.
En lo que toca a nuestra propia realidad, El Salvador está hoy en una coyuntura de incertidumbre creciente, que se centra principalmente, por ahora, en el área política. Los salvadoreños nos hallamos a las puertas de una elección presidencial que sin duda será decisiva para la suerte de la nación en sus distintas expresiones. De lo que salga de las urnas en la primera vuelta o en la segunda, si esta se hace necesaria, dependerá el desenvolvimiento nacional en el tiempo que viene. Y la clave está en la decisión de la ciudadanía, que debe ser más ponderada y visionaria que nunca, porque ya no se trata sólo de escoger personas sino de asegurar desempeños.
Todos debemos comprometernos con la certidumbre y con la seguridad, tomando las cosas en la debida perspectiva. La conciencia ciudadana debe ponerse por encima de cualquier emotividad circunstancial. Se trata de asegurar que lo que venga sirva verdaderamente para afianzar confianza y para definir progreso. Leamos los signos de la realidad para ajustarnos a la lógica de los tiempos.