Sobre el cambio y el presidente que necesitamos
El problema principal que confrontan El Salvador y los países que integran el norte de Centroamérica (CA-4) no es la inseguridad, el bajo crecimiento y la incapacidad de la economía para crear empleos decentes; ni la desigualdad, la pobreza y el deterioro medioambiental resultante. El problema principal es el retraso de las élites políticas, empresariales, profesionales e intelectuales para entender con mayor rapidez, profundidad y consenso las causas que nos llevaron a esta situación, el cambio de época más profundo y prolongado de la historia de la humanidad, y la articulación de las estrategias y políticas de Estado para transformar estas sociedades en medio de un mundo cada vez más complejo, incierto y tecnológicamente avanzado. En ausencia de una perspectiva de transformación estructural sostenida liderada por el conocimiento, la visión prospectiva, la gestión anticipatoria y la ejecución eficaz, seguiremos empantanados en la conflictividad, el entrampamiento y la irrelevancia, con nuevas crisis alimentadas por un contexto internacional adverso.
El cambio que necesitamos tiene que partir del imperativo de la creación de riqueza con productividades, valores agregados y excedentes crecientes, que nos permitan crear más de cien mil empleos decentes anualmente y superar progresivamente los enormes déficits sociales y medioambientales y la enorme e insostenible deuda pública, para luego aumentar progresivamente la inversión pública y fortalecer el rol planificador del Estado. El principal motor del crecimiento es la inversión privada que deberá doblarse por encima del 20 % del PIB, de la mano de inversión creciente en educación, y del impulso acelerado en infraestructura y logística. Estas podrán ser financiadas por concesiones, titularizaciones e instrumentos de estructuración financiera diversa, en asocios público-privados y compañías mixtas, en procesos licitatorios transparentes y competitivos que le dejen los mayores beneficios posibles al Estado y la sociedad. Por estar el Estado endeudado y sin recursos no puede congelarse la inversión, el crecimiento y el desarrollo, requiriéndose adelantar el futuro a partir de valorizar los activos del Estado y en empresas públicas con importantes flujos anuales.
La reforestación de la cuenca del Río Lempa a partir de un pacto nacional y plan estratégico constituye un imperativo nacional, para satisfacer las crecientes demandas de agua, energía y alimentos.
Esta perspectiva de creación de futuro, viabilidad y sostenibilidad nacional conlleva para el liderazgo político nacional, el presidente de la República, su gabinete y los principales funcionarios del Estado, trabajar en un doble carril, el de la atención de las necesidades y demandas más urgentes, y el de la transformación estructural que permita nuevas y mejores capacidades productivas y provisión de servicios públicos diversos. Casi no existen problemas urgentes y coyunturales que no tengan su origen en plataformas productivas y de servicios obsoletas.
Es fundamental abandonar la perspectiva de nuestros compatriotas en el exterior dependiente de sus remesas familiares, para incorporarlos progresivamente como profesionales, turistas, inversionistas y socios del desarrollo nacional; con gran potencialidad de desarrollo de mediano y largo plazo, tanto o más en adelante que enfrentaremos restricciones crecientes para la migración irregular a Estados Unidos, cerrándose la válvula histórica de escape de El Salvador diseñado para expulsar a su gente.
El hartazgo justificado respecto a los dos principales partidos políticos y sus aliados para lograr “gobernabilidad” no justifica un salto al vacío en un país con una economía y finanzas públicas en cuidados intensivos, con una enorme fragilidad e incertidumbre al futuro. No más presidentes sin formación académica y vínculos con profesionales de mayor probidad, formación, capacidad y experiencia. Después de los últimos cuatro gobiernos no podemos entrar a un nuevo ciclo de corrupciones, confrontaciones, divisiones y parálisis que serían el jaque mate para la economía, las finanzas públicas y la gobernabilidad nacional. No necesitamos cualquier cambio, y menos el cambio para retroceder, jaque mate de la frágil e incierta situación nacional en un mundo cada vez más complejo y disruptivo. Con bajo crecimiento, alto endeudamiento, rezagos en competitividad e innovación, y alta inseguridad, no nos podemos dar el lujo de un nuevo cambio para retroceder.
El cambio que necesitamos es para progresar. Conlleva el impulso de un nuevo liderazgo transformador, democrático y concertador; de políticos y servidores públicos honestos, con conocimientos y visión prospectiva, gestión anticipatoria, ejecución eficaz y amplia interlocución internacional. Solo así superaremos progresivamente la inseguridad, el bajo crecimiento y la incapacidad de crear empleos decentes, impulsando el desarrollo sostenible, la superación de la pobreza y el deterioro medioambiental.