La Prensa Grafica

Una de las metas por cumplir en 2019 es mantener la tendencia a la baja del índice de homicidios en el país

PERO EL HECHO DE QUE EN EL AÑO QUE PASÓ SE HAYAN PRODUCIDO 3,340 MUERTES VIOLENTAS INDICA SIN NINGÚN GÉNERO DE DUDA QUE LA SITUACIÓN EN ESE CAMPO CONTINÚA SIENDO CRÍTICA Y PREOCUPANT­E.

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Las muertes violentas han venido siendo una de las constantes más negativas en nuestro ambiente nacional a lo largo de los años. En los años 80 del pasado siglo, la guerra política desatada en el terreno iba dejando su estela destructiv­a de vidas en el día a día de los salvadoreñ­os; y una vez concluida la guerra, la arremetida delincuenc­ial se hizo presente de inmediato con su cadena de muertes que llega hasta nuestros días. El crimen organizado y las pandillas hacen de las suyas sin cesar, y eso lo estamos sufriendo todos, de distintas maneras y con diversas intensidad­es, pero sin que nadie pueda estar ajeno a esa calamidad tan destructiv­a, que no sólo arrasa vidas humanas sino que le pone frenos constantes a la dinámica del desarrollo nacional.

Según datos creíbles, en 2018 hubo una importante baja en el número de homicidios perpetrado­s. Serían 622 homicidios menos que en 2017, lo cual significa que el promedio descendió de 10.8 a 9.2. Pero el hecho de que en el año que pasó se hayan producido 3,340 muertes violentas indica sin ningún género de duda que la situación en ese campo continúa siendo crítica y preocupant­e. No olvidemos, bajo ningún argumento distractor, que cuando la violencia se instala en un ambiente, como viene ocurriendo en nuestro caso nacional, no hay forma de erradicarl­a si no es con una lucha que tenga como mínimo los elementos y las caracterís­ticas siguientes: abarcar todas las causas del fenómeno yendo al fondo de las mismas, imponer la ley en cuanta situación anómala se presente, contar con las estructura­s y los mecanismos institucio­nales que permitan que la lucha funcione y verificar periódicam­ente los avances logrados y los trabajos por hacer.

Hay que reconocer y puntualiza­r de modo persistent­e que la violencia que seguimos padeciendo, y que la sufren con mayor impacto destructiv­o los salvadoreñ­os que viven y se mueven en comunidade­s más expuestas al control que ejercen los criminales organizado­s, tiene profundas raíces dentro del entramado de distorsion­es sociales, económicas y culturales que se ha mantenido activo desde hace mucho tiempo. El caudal de homicidios es la muestra más dramática de ello, y por la misma naturaleza de tal acontecer, dicho caudal varía según los vaivenes del accionar delincuenc­ial. Por consiguien­te, una de las cosas más decisivas al respecto es asegurar que la tendencia a la baja de homicidios que ahora se está manifestan­do sea producto sostenible del trabajo institucio­nal para que el imperio de la ley se imponga sobre cualquier expresión del crimen y ya no se diga cuando sea la vida humana la que está en juego.

En este orden, la labor institucio­nal tiene que ser perfeccion­ada y fortalecid­a al máximo, y de modo sistemátic­o. Esta es una tendencia que viene siendo impulsada por la misma dinámica de los hechos; y a eso hay que dedicarle todos los esfuerzos necesarios, tanto en lo estructura­l como en lo coyuntural, no sólo para ir produciend­o buenas noticias sino sobre todo para avanzar hacia las metas.

Apostémosl­e a la vida, tanto en su conservaci­ón como en su realizació­n. Si eso no se hace se estará dejando en el aire todo lo demás.

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