En el año que se inicia hay que mover el mayor número de energías que se pueda en la línea del progreso nacional
Las expectativas que circulan actualmente en los distintos ámbitos de la realidad nacional deben servir como un motor para que las voluntades tanto ciudadanas como institucionales vayan contribuyendo cada vez más a impulsar iniciativas de transformación y de progreso que se dirijan inequívocamente a la solución de los más graves problemas nacionales y a la consecuente generación de certidumbre y de confianza. Esas expectativas a las que hacemos referencia vienen vinculadas con las necesidades propias de la democratización y también con las aspiraciones y los propósitos ciudadanos de lograr un mejoramiento efectivo y continuado de las condiciones de vida en el país.
No es posible visualizar un El Salvador más vivible en todos los órdenes si las energías del progreso no son suficientes y consistentes. Dichas energías tienen que ver con la productividad y con la competitividad de manera prioritaria. Y eso implica que hay que sustentar las bases de la convivencia y del crecimiento, lo cual significa garantizar la seguridad de los individuos, de las familias y de las comunidades, y proveer a todos de las condiciones y de las oportunidades que posibiliten una vida digna y estimulante. En esa línea, se está necesitando con verdadero apremio una reconversión educativa que no sólo se refiera a los contenidos y a los métodos de enseñanza en los distintos niveles del esquema sino que vaya afirmando los cimientos de una nueva cultura nacional.
Estamos hablando en verdad de convertir las expectativas en proyectos realizables, conforme a lo que los salvadoreños demandan dentro de sus aspiraciones legítimas de progreso personal y colectivo. La campaña presidencial que está por concluir ha servido principalmente para poner aún más de relieve el sentimiento ciudadano de inconformidad con la forma en que el quehacer público se ha manifestado hasta la fecha. Ese sentimiento generalizado es constrictor por naturaleza, y ponerle la adecuada atención con respuestas a la mano constituye entonces un deber patriótico de primer nivel, del que nadie puede sentirse ajeno, porque aquí no operan las diferencias políticas o ideológicas.
Después de esta experiencia electoral, que va más allá de lo que una elección común representa, los partidos políticos tendrían que entrar en fase de revalorización interna, para hacer las reconversiones del caso; las fuerzas sociales tendrían que reconsiderar sus respectivos roles dentro de la dinámica de la evolución nacional; y los conglomerados económicos tendrían que redimensionar el rol que les corresponde dentro de una dinámica de progreso libre y equitativo. Todas estas tareas representan responsabilidades que ya no es factible eludir.
Dentro del panorama nacional hay muchos nudos de estancamiento que convierten el avance del país en una trayectoria sumamente accidentada. Ahí hay que hacer una labor de rectificaciones y correcciones verdaderamente restauradoras, para que las energías puedan fluir con todo su potencial positivo. Si las energías se desperdician y se pierden, como ha venido ocurriendo por tantas vías y en tantos sentidos, el futuro no será visualizable.