Las lecciones del resultado electoral tienen que ser asimiladas de manera efectiva, responsable y sensata
Y EN CUANTO A LA GESTIÓN POR VENIR, LO MÁS NEGATIVO SERÍA QUE EN VEZ DE LA CORDURA DEL AUTOCONTROL SE IMPUSIERA EL DESPISTE DE LOS IMPULSOS CAPRICHOSOS.
Desde que inició el proceso electoral que concluyó en las urnas el 3 de febrero estuvimos manifestando que este era un acontecer que mostraba características sin precedentes en muchos sentidos, y así quedó inequívocamente comprobado cuando las cifras resultantes comenzaron a darse a conocer muy poco después de que cerraran las urnas. La crisis del bipartidismo tradicional se hizo presente de inmediato y las perspectivas del nuevo esquema de gobierno pasaron a primera plana. Aunque lo que pasó y sigue pasando venía mostrando muchas señales anticipadas, lo que en primer lugar quedó en evidencia al llegar el punto de definición fue que se continúa aplicando el mecanismo de negación autocomplaciente cuando se trata de analizar y de juzgar la práctica propia especialmente en el accionar político.
Hoy nos hallamos ante un panorama de expectativas que no sólo hay que clarificar bien sino sobre todo asimilar en forma lúcida y consecuente. Y esto vale tanto para las fuerzas políticas que quedaron en el área de la oposición como para el liderazgo que recibió el endoso de la ciudadanía para gobernar a lo largo de los próximos 5 años. En el primer caso se trata de entrar en fase de reflexión autocrítica y de recomposición inteligente, no pasional; y en el segundo caso es cuestión de asumir la enorme responsabilidad de la conducción con total realismo y conforme a los lineamientos de una tarea democrática que en ningún caso se salga de los límites establecidos por la misma realidad.
Lo peor sería que el sistema de partidos entrara en fase de descomposición motivada por la intransigencia o por la audacia mal entendida. Y en cuanto a la gestión por venir, lo más negativo sería que en vez de la cordura del autocontrol se impusiera el despiste de los impulsos caprichosos. Démosle, entonces, un voto de confianza a la solidez de nuestro proceso nacional, confiando en que esta prueba tan compleja será en definitiva un nuevo ejemplo de que los salvadoreños vamos acumulando experiencias renovadoras con creciente sentido de madurez en medio de las constantes adversidades que nos salen al paso.
Las voces de la juventud se hallan más activas que nunca, y eso debe servir para construir y afianzar los equilibrios generacionales y conceptuales que las circunstancias de los tiempos promueven y posibilitan. A cada paso hay que detenerse a leer los signos de la evolución, dejando atrás la nociva tentación de refugiarse en la inercia de lo establecido.
Nuestro proceso, con todas sus debilidades e inconsistencias, ha sido y continúa siendo ejemplar en muchos sentidos; y esto tenemos que reconocerlo, no para acomodarse sobre ningún laurel sino para encarar los desafíos que están aquí y los que vienen con solvencia y con determinación inclaudicables. Se trata, pues, de una coyuntura propicia para tomar impulso hacia adelante.
El trabajo reconstructor y reanimador tiene que comenzar en este mismo instante, porque hay múltiples urgencias sobre la mesa. No es cuestión de correr a campo traviesa sino de caminar con los pasos debidamente calculados y alineados.