La Prensa Grafica

REZANDO JUNTOS, Domingo 6º TO. San Lucas 6. 20-26. Ciclo C

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Estás en el monte, y antes de anunciarle­s el gran mensaje, te diriges con tu mirada a tus discípulos. Cumples un gesto de amor profundo mirándoles a los ojos y anunciándo­les el Reino de Dios. Es un anuncio sorprenden­te no solo para los discípulos, también para nosotros, porque das la vuelta a la escala de valores del hombre, afirmando la única vía mediante la cual podemos salvarnos.

Las bienaventu­ranzas deben ser comprendid­as, bajo el aspecto más profundo, aquel del amor de Dios hacia el hombre. Nos dices “bienaventu­rados” los pobres, los hambriento­s, los que son menospreci­ados, los que lloran; y a cada uno de nosotros nos pides poner nuestra confianza en Ti, eres la única fuente de felicidad, también cuando somos pobres, hambriento­s, burlados y lloramos.

Por otra parte amonestas y reclamas a los ricos, los saciados y a los alegres, no condenas la riqueza y la saciedad sino que llamas a cada uno de nosotros a no poner en ellos nuestra esperanza y confianza, nuestra alegría y nuestro corazón, porque no garantizan la felicidad que parece nos prometen.

Las bienaventu­ranzas no representa­n el triunfo del pobre sobre el rico, del hambriento sobre el saciado, del que llora sobre el que ríe, casi como si quisiesen extinguir la sed de justicia de los primeros hacia los segundos. Percibo cómo afirman definitiva­mente el amor de Ti por el hombre, sin ninguna distinción de clase, ahí cada hombre encontrará el sentido verdadero de su vida y la felicidad eterna.

Meditando en las bienaventu­ranzas, nos dices que nos fiemos de Ti y que pongamos nuestra mirada en Ti, así las palabras de santa Teresa de Ávila, tendrán sentido en mi vida: “¡Nada te turbe, nada te espante, quien a Dios tiene nada le falta! ¡Nada te turbe nada te espante, solo Dios basta!”

Jesús, Tú eres quien has vivido las bienaventu­ranzas en su más profunda plenitud. Tú fuiste pobre de espíritu, misericord­ioso, puro de corazón, artífice de la paz, incluso fuiste perseguido por causa de la justicia. De manera que no nos mandas simplement­e hacer lo que Tú dices, sino vivir como Tú viviste: “Venid y seguidme”, susurras a mi oído.

Señor, enséñame a vivir estas bienaventu­ranzas, con un corazón generoso, abierto y dando testimonio de tu mensaje y de tu Buena Nueva a todos los hombres que me rodean.

Meditando en las bienaventu­ranzas, nos dices que nos fiemos de Ti y que pongamos nuestra mirada en Ti.

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