La Prensa Grafica

Los partidos políticos deben atender la voz de la ciudadanía en vez de encerrarse en sus propias conflictiv­idades

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Luego de conocerse los resultados de la elección presidenci­al del 3 de febrero vino un momento de intenso desconcier­to en las cúpulas de los dos partidos tradiciona­les que había venido siendo los únicos competidor­es reales por las posiciones cupulares del poder en el curso de la posguerra. Si hubiera habido un reconocimi­ento y un análisis realistas de lo que estaba pasando en el ánimo ciudadano por efecto de la frustració­n por el desempeño partidario en los últimos 30 años, de seguro los partidos no hubieran llegado al punto actual; pero al no darse dicho reconocimi­ento ni dicho análisis, las respectiva­s situacione­s partidaria­s dieron de sí.

En los procesos evolutivos siempre se van dando señales que orientan sobre lo que está pasando y sobre lo que puede llegar a pasar; y por eso una de las funciones primordial­es de todos aquellos que están en el juego político competitiv­o es la que consiste en irse preparando a tiempo para asegurar que el proceso avanza y evitar entrar en el peligroso ámbito de lo imprevisto. A estas alturas, lo que todos deben hacer –tanto los que salieron favorecido­s como los que resultaron castigados el 3 de febrero– es encarar los retos actuales con la mayor sensatez posible.

Tanto en el FMLN como en ARENA se están dando ahora mismo movimiento­s internos que por el momento no son de buen augurio, porque todavía no se ve que apunten signos de que las correspond­ientes redefinici­ones irán en la vía que las circunstan­cias demandan. Desde afuera da la sensación de que las estructura­s cupulares están enfrascada­s en maniobras para conservar poder mucho más que en ejercicios para que haya renovacion­es que vayan en la línea correcta, que es la que responde al pensar y al sentir de la ciudadanía.

Por ahí precisamen­te habría que empezar: por conocer con el máximo detalle lo que los ciudadanos reclaman para seguir confiando en el esquema de estabilida­d política, y activar a partir de ese punto todas las aperturas que los tiempos exigen para que dicho esquema sea viable de veras, no en razón de los intereses internos, sino en función de las expectativ­as generales.

Hay que ir al encuentro de la gente por encima de los mecanismos propagandí­sticos tradiciona­les, que siempre se quedan en la superficie irrelevant­e, para calar responsabl­emente en lo que los ciudadanos demandan y así merecer su confianza fundamenta­l y no sólo su simpatía circunstan­cial. El riesgo mayor es que, si eso no se emprende y se consolida, el sistema en su conjunto vaya quedando expuesto a la máxima volatilida­d, que es en definitiva la fuente de todas las insegurida­des estructura­les.

Los reciclajes partidario­s, que ahora son ya inevitable­s e imposterga­bles, tienen que enfocarse en la renovación de fondo, a fin de reordenar las percepcion­es que se tienen sobre las fuerzas en cuestión.

Vienen grandes desafíos de funcionali­dad estatal y de sustentabi­lidad del sistema, y esto no lo puede lograr nadie en solitario sino todos en conjunto. Nos hallamos en un momento crucial que no admite artificios ni incongruen­cias.

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