En este nuevo momento de nuestra dinámica política nacional hay que dedicarle mucho más empeño a la gobernabilidad
Desde el viernes 15 de febrero quedó definitivamente oficializado que el 1 de junio próximo asumirán la Presidencia y la Vicepresidencia de la República Nayib Bukele y Félix Ulloa, que resultaron arrolladoramente vencedores en los comicios realizados el 3 de este mes. En las últimas etapas de la prolongada campaña presidencial que arrancó cuando aún estaba en el terreno la campaña legislativa y municipal que culminó el 4 de marzo del pasado año, hubo diversos brotes de expectativas y de ansiedades, porque se presentaba un fenómeno nuevo con el surgimiento de una tercera opción que no sólo venía a poner en cuestión el esquema tradicional de dos partidos –uno de izquierda y otro de derecha, que se originaron en el clima tensional del conflicto bélico–, sino que se estaba manifestando una forma diferente de comunicación con la ciudadanía electora por medio de los recursos tecnológicos crecientes y expansivos.
La campaña en sí y los contundentes resultados de la misma ponen a todo nuestro proceso ante una serie de responsabilidades que no es posible eludir, porque están sobre el tapete de la realidad en forma más que elocuente. Puestos en tal perspectiva los salvadoreños nos encontramos no en una encrucijada sino ante un conjunto de desafíos propios de este nuevo fenómeno real, que es sin duda expresión del desenvolvimiento evolutivo. Lo que ha venido pasando en los tiempos más recientes debe servirnos, en primer lugar, para comprometernos de veras con el imperativo de responderle oportunamente a la realidad, tomando a pecho todas sus señales, y, en segundo término, para poner, como elementos fundamentales de las debidas respuestas, la inteligencia y el compromiso.
En el título de esta Columna hacemos expresa referencia al empeño renovado que hay que poner hoy en el aseguramiento práctico de la gobernabilidad, que ha venido estando tan descuidada en el curso de las décadas recientes. Y acabamos de destacar dos conceptos que son evidentemente esenciales para que la nación pueda irse autorrealizando de modo progresivo. Lo que las circunstancias nos están demandando a todos, independientemente de las posiciones y de las ideologías, es una inteligencia comprometida y un compromiso inteligente. No se trata de un juego de palabras, sino de un enlace de actitudes para avanzar hacia los fines y las metas de un auténtico ejercicio vitalizador con capacidad de resolver problemas del presente para promover realizaciones de futuro.
Pero dadas las circunstancias en las que ahora nos estamos moviendo, no hay que ignorar bajo ningún pretexto o evasiva que la gobernabilidad presenta hoy exigencias de nuevo estilo. Es una gobernabilidad puesta al día, que ya no podría identificarse con lo que ha venido siendo común al respecto: un simple juego de entendimientos legislativos, casi siempre forjados en lo oscuro y que dependen de los intereses partidarios, en la más cruda expresión de éstos. Ahora, el imperativo es hacer que el Estado funcione sin ataduras perniciosas, para que la institucionalidad y la ciudadanía puedan hallarse en confianza, respondiendo cada una al rol que le corresponde.
Como los días vuelan, ya estamos en situación de empezar a saber cómo emprenderá la Administración entrante su desempeño concreto. La campaña queda atrás con sus signos y mensajes, y lo que está abierto es el cúmulo de señales que nos indicarán por dónde irán las cosas de aquí en adelante. Y lo que habría que esperar y demandar es que no haya sorpresas imprevistas sino definiciones coherentes. Hay que apostarle a la racionalidad realista, que es lo que debería guiar a los gobernantes que llegan, y no sólo hoy sino siempre. La ciudadanía y el país lo reclaman y lo merecen.
Hay una gran cantidad de tareas por hacer en el ambiente, y a eso habría que dedicarse en todos los ámbitos y niveles de nuestra complicada realidad. Es preciso organizar de inmediato una agenda con las prioridades y las orientaciones del caso, para dejar de lado cualquier tipo de improvisación o de repentismo. La disciplina debe ser la regla generalizada de vida.
HAY QUE APOSTARLE A LA RACIONALIDAD REALISTA, QUE ES LO QUE DEBERÍA GUIAR A LOS GOBERNANTES QUE LLEGAN, Y NO SÓLO HOY SINO SIEMPRE. LA CIUDADANÍA Y EL PAÍS LO RECLAMAN Y LO MERECEN.